En el año 964 d. C., el astrónomo persa Azophi (Abd al-Rahman al-Sufi), describió una “mancha nebulosa” en dirección de la constelación de Andrómeda, durante siglos, la galaxia quedó catalogada así, como una nebulosa.
El universo está lleno de galaxias, muchas de ellas más grandes, brillantes y densamente pobladas de estrellas que nuestra propia galaxia, la Vía Láctea. Aunque la mayoría de estas galaxias están tan lejos que no pueden ser vistas sin telescopios, hay una que destaca por su proximidad: Andrómeda. Sin embargo, todavía hace 100 años se pensaba que estas “nebulosas” eran parte de nuestra galaxia, hasta que Hubble publicó un artículo, el 23 de noviembre de 1924, en el que determinaba su distancia, expandiendo las dimensiones del universo.
A simple vista
La galaxia de Andrómeda, también conocida como M31, es visible a simple vista desde la Tierra durante las noches claras y sin luna en el hemisferio norte, especialmente en otoño e invierno. Su brillo y tamaño la convierten en el objeto celeste más lejano que podemos observar sin necesidad de telescopios, lo que ha permitido a los astrónomos estudiarla durante varios siglos.
Andrómeda es una galaxia espiral como la Vía Láctea, aunque tiene más del doble de su tamaño. Se estima que su diámetro alcanza los 220 mil años luz y que contiene más de un billón de estrellas, superando por mucho a las 200 mil millones de estrellas estimadas en nuestra galaxia. Su estructura incluye un núcleo denso rodeado por un extenso disco de gas, polvo y estrellas, con brazos espirales que se extienden sobre el disco.
El núcleo de Andrómeda es interesante debido a su estructura inusual. A diferencia de otras galaxias espirales, Andrómeda posee un núcleo doble, posible resultado de una pasada colisión galáctica. Este núcleo alberga un agujero negro supermasivo con una masa estimada mayor a 100 millones de veces la masa del Sol, mucho más masivo que el agujero negro en el centro de la nuestra galaxia, Sagitario A, que tiene una masa aproximada de 4 millones de veces la del Sol.
La relación con la Vía Láctea
Andrómeda y la Vía Láctea comparten muchas similitudes, tanto en estructura como en contenido estelar. Ambas tienen una barra central de estrellas que atraviesa el núcleo y conecta con los brazos espirales. Esta similitud sugiere que han seguido trayectorias evolutivas paralelas desde su formación, hace unos 10 mil millones de años.
Sin embargo, como mencionamos arriba, Andrómeda es significativamente más grande y masiva que la Vía Láctea, lo que se debe en parte a su historia de fusiones galácticas. Algunos astrónomos han propuesto que Andrómeda ha crecido absorbiendo otras galaxias más pequeñas a lo largo de su vida, en un proceso que aún continúa.
La historia de un gigante cósmico
El registro más antiguo de Andrómeda es el de Azophi que mencionamos al inicio. Durante siglos, Andrómeda fue catalogada como una nebulosa, hasta que telescopios más avanzados permitieron a los astrónomos observarla en detalle.
En el siglo XVIII, Simon Marius observó Andrómeda a través de un telescopio, y en 1764, Charles Messier la incluyó en su famoso catálogo de “objetos difusos” como M31. Sin embargo, no fue hasta el siglo XX cuando su verdadera naturaleza fue revelada.
En 1920, se llevó a cabo el Gran Debate entre Harlow Shapley y Heber Curtis. Shapley defendía la idea de que la Vía Láctea comprendía todo el universo, mientras que Curtis sostenía que Andrómeda era una galaxia independiente. Luego de discusiones que tomaron años, el debate fue resuelto en 1924 por Edwin Hubble, quien, utilizando el telescopio Hooker en el Observatorio del Monte Wilson, identificó estrellas variables cefeidas en Andrómeda. Hubble demostró que estas estrellas estaban tan lejos que Andrómeda debía ser una galaxia separada, ubicada a más de un millón de años luz.
Dada su proximidad, Andrómeda ha sido objeto de estudios detallados por astrónomos de todo el mundo. Con la ayuda de telescopios avanzados, se ha cartografiado su estructura, identificando más de 460 cúmulos globulares dentro de sus límites, tres veces más que en la Vía Láctea. Estos cúmulos son concentraciones densas de estrellas que orbitan el núcleo de la galaxia, y algunos de ellos, como Mayall II, son tan masivos que podrían ser los núcleos despojados de galaxias más pequeñas que Andrómeda ha absorbido.
Además de los cúmulos globulares, Andrómeda alberga vastas regiones de formación estelar, donde nuevas estrellas están naciendo a partir de nubes de gas y polvo. Uno de los ejemplos más impresionantes es NGC 206, una de las mayores regiones de formación estelar en el Grupo Local, que contiene más de 300 estrellas supergigantes azules, cada una con un diámetro decenas de veces mayor que el del Sol.
Determinar que la “nebulosa” de Andrómeda era una galaxia, revolucionó nuestra comprensión del universo, revelando que la Vía Láctea no era la única, sino sólo una entre millones. Hace 100 años, Andrómeda se convirtió en un ejemplo clave que ayudó a los astrónomos a comprender la verdadera escala del Cosmos y a descifrar su estructura.