La vejez es el resultado de la experiencia acumulada a lo largo de la vida, reflejada en un cuerpo que ha vivido y que cada persona, a través de su biografía, vive la experiencia del envejecimiento, lo que nos permite comprender el significado y el sentido de envejecer. Esto se relaciona con la identidad de los grupos de edad, quienes toman decisiones, enfrentan situaciones y atraviesan las transiciones de la vida, todo ello en un marco de tiempo y espacio socialmente construido y compartido (Osorio, 2006).
Es importante tener en cuenta que los cambios sociales y demográficos no son los mismos para todos, y que hoy en día han surgido diferentes patrones de vida social, profesional, familiar e incluso personal en las personas que envejecen. A pesar de estos cambios, la vejez y el envejecimiento se manifiestan inevitablemente a través del cuerpo como una realidad.
Aunque la construcción de la realidad y su significado permiten concebir una perspectiva histórico-social y humana del cuerpo, siempre será un tema complejo de abordar. Esto se acentúa aun más cuando hablamos de un cuerpo envejecido, debido a la existencia de mitos, tabúes e imaginarios despectivos que se han formado a partir de los estándares sociales de belleza, los cuales tienden a denigrarlo.
Como señala Merleau-Ponty (1975), “el cuerpo es una trascendencia volcada hacia el exterior, pero es también una trascendencia hacia el interior, en el sentido de que es lo absolutamente propio” (citado en Trilles, 2004). Si concebimos el cuerpo desde un enfoque biológico, está formado por huesos, piel, entre otros elementos, que definen a un cuerpo vivo. Este cuerpo nos permite interactuar tanto con el mundo como con nosotros mismos. No hay existencia sin un cuerpo vivo; es decir, mientras somos cuerpo, podemos percibir lo que ocurre tanto en nuestro interior como en el exterior. La vida es, por lo tanto, un proceso corporal (Fernán-dez, 2010).
Cada persona se identifica a través de las características físicas de su propio cuerpo, lo que le permite tener experiencias tanto internas como externas. Una de las reflexiones más significativas sobre el cuerpo la ofrece Foucault (1971), quien sostiene que el cuerpo es el lugar donde se manifiestan las transformaciones a las que se expone durante la vida: fuerza, debilidad, salud, entre otras. Esto demuestra que el cuerpo no es un ente autónomo, ya que se construye a partir de su entorno, sus hábitos, su cultura y todo aquello que lo va moldeando.
El cuerpo vive en función de los mandatos y preceptos que le permiten ocupar un rol y un lugar en la sociedad. Asimismo, es el medio a través del cual se experimenta el sentido y el significado de la verdad o del error (Yuing y Ávila, 2017).
Desde finales del siglo pasado hasta la actualidad, los cuerpos femeninos y masculinos han sido sometidos a estándares de belleza significativos. En este contexto, lo femenino se asocia con belleza, fragilidad, delicadeza y una delgadez extrema, mientras que lo masculino se identifica con la fuerza, el coraje, la audacia y la resistencia al dolor. Durante un periodo de tiempo, los modelos y estereotipos de belleza occidentales han impulsado la idea de cuerpos perfectamente esculpidos, saludables y delgados, con características como piel clara, cabello rubio, ojos claros y una altura específica. Esto ha propiciado la discriminación hacia personas con cuerpos diferentes, ya sean robustos, discapacitados o envejecidos. Dichos estándares han sido difundidos en la cultura mexicana, cuya diversidad étnica no siempre se ajusta a estos ideales (Muñiz, 2014).
La sociedad actual quiere alcanzar estos estándares de belleza (piel firme, rostro terso y sin arrugas). Sin embargo, estas imposiciones generan una lucha constante que, al final, solo provoca frustraciones, trastornos emocionales y resistencia a aceptar el envejecimiento natural del cuerpo. A pesar de los cambios físicos asociados al envejecimiento, un cuerpo envejecido sigue siendo testimonio de la vida, conservando la oportunidad de existir, de tener un lugar en el mundo y de ser parte de él.
Por ello, el cuerpo es aquel que nos permite la existencia, y que, de igual manera, se transforma según la etapa de la vida con las experiencias que lo moldean y que de manera individual corresponde según sus hábitos, sus creencias, sus roles, su cultura. El reconocimiento del cuerpo va más allá de la etapa en que se encuentre, por ejemplo, la vejez. Reconocer el cuerpo, corresponde a que en él se encuentran plasmadas de manera interna y externa aquello que marco significativamente la vivencia; es decir, es reconocer que el cuerpo ha vivido y es el reflejo de la experiencia de vivir, que sin duda la contribución al cuidado marcará la diferencia en cuestiones de la salud física y emocional.
A pesar de que el cuerpo ha sido ampliamente estudiado, el ser humano no siempre reconoce su importancia como oportunidad de vida. El reencuentro con el cuerpo implica volver a encontrarse con uno mismo, no solo como una entidad física, sino como el instrumento que nos permite vivir y ser quienes somos.
Ver el cuerpo en la etapa de la vejez refuerza el valor de la existencia a través de él. Por ello, el cuidado, el amor, la aceptación, el agradecimiento y el valor de la existencia nos permiten reconectar con nuestro cuerpo y con la oportunidad de vivir. Este enfoque nos aleja de la idea de que el cuerpo es solo moda, materia o fuente de pecado, o un objeto a ser juzgado. En cambio, debemos verlo como el vehículo que nos permite seguir en el mundo, con una personalidad propia y única que nos distingue de los demás. Y que se manifiesta a través de la clasificación de los atributos personales que se organizan en cada ser humano durante las diferentes etapas del desarrollo. Este proceso es un fenómeno de supervivencia y/o adaptación a los contextos sociales, de acuerdo con las características individuales y específicas de cada cuerpo (Montaño, M. et al., 2009).
Asimismo, en el contexto de la vejez, la personalidad cambia. Esta etapa de la vida suele traer una reflexión más profunda en la toma de decisiones, lo que determina la realización de las actividades, las oportunidades, las posibilidades y las capacidades, todas ejercidas con mayor libertad. Es decir, vivir, sentir y expresar la experiencia de la vida se refleja en la capacidad de disfrutar del cuerpo, con la facultad de integrar su interioridad, la confianza en sí mismo y el bienestar con su manera de ser.
Referencias
Fernández, O. (2010). Fenomenología del Cuerpo Femenino. Investigaciones Fenomenológicas, vol. monográfico 2: Cuerpo y alteridad (2010). España: Universidad de Salamanca.
Montaño, M., Palacios. J., Gantivia, C. (2009). Teorías de la personalidad. Un análisis histórico del concepto y su medición. Psychologia. Avances de la disciplina, vol. 3, núm. 2, pp. 81-107. Colombia: Universidad de San Buenaventura.
Muñiz, Elsa. (2014) Pensar el cuerpo de las mujeres: cuerpo, belleza y feminidad. Una necesaria mirada feminista. vol. 29, núm. 2, pp. 415-432. Universidad de Brasília, Brasil
Osorio, P. (2006). Abordaje antropológico del envejecimiento y el alargamiento de la vida, en: Osorio, P. 2006, “La longevidad: más allá de la biología. Aspectos socioculturales”, Papeles del CEIC. n° 22. España: Universidad del País Vasco.
Tuillang Yuing y Mariela Ávila, (2017). Foucault, el cuerpo y la vida: hacia una fisiología del límite, Estudios Avanzados 27. pp.20-36. Chile: Universidad Católica Silva Henríquez
Trilles, K. (2004). El Cuerpo Vivido. Unos apuntes desde Merleau- Ponty. Themata. Revista de Filosofía, Núm. 33. España: Universidad de Valencia.