Existen pocas cosas en las que casi todos podemos estar de acuerdo, ya sean triviales o importantes. Sin embargo, la mayoría coincidimos en que no nos gusta que nos demuestren que estamos equivocados. Defendemos nuestras creencias u opiniones hasta que ya sólo nos queda aceptar la realidad o negarla obstinadamente. A lo largo de nuestras vidas, hemos pasado por ese tipo de momentos en más de una ocasión, como cuando discutimos sobre un dato por media hora y al final resulta que nuestro interlocutor (muchas veces una persona cercana) tenía razón, nosotros estábamos equivocados. De manera similar, la ciencia, la forma en que tratamos de explicar el universo, también ha enfrentado estos momentos, pero a mayores escalas. El mejor ejemplo es el caso de Galileo Galilei, y la teoría heliocéntrica, contra la iglesia.
La Tierra como el centro de todo
El modelo geocéntrico puede considerarse como la conclusión lógica de las observaciones hechas por los pensadores de la antigüedad, quienes veían a los astros aparecer por el este y ocultarse por el oeste. Este modelo postulaba que “la Tierra se encuentra en el centro del universo y los otros cuerpos celestes giran a su alrededor”. Sin embargo, a pesar de su aparente solidez, este modelo experimentó varios cambios a lo largo del tiempo.
Pensadores como Anaximandro de Mileto (610-546 a.C.) y Platón (428-348 a.C.), considerados como los primeros defensores del geocentrismo, junto con Aristóteles (384-322 a.C.), fueron responsables de la evolución del modelo, pero quien verdaderamente creó la versión que se convertiría en un estándar fue Claudio Ptolomeo (100-170 d.C.) en su tratado astronómico Almagesto; en él, Ptolomeo partió del trabajo de Aristóteles, estableciendo la idea de un universo esférico e introdujo el concepto de “epiciclo”, para explicar los movimientos de los planetas. Además, incluyó un catálogo de mil 22 estrellas. Debido a lo detallado del texto y a la robustez de sus principios es que el geocentrismo se mantuvo vigente durante mil 400 años, manteniendo a la Tierra en el centro del universo.
Cuando el Sol destronó a la Tierra
Aunque Ptolomeo cimentó al geocentrismo como una verdad científica indiscutible, durante los siglos de su reinado siempre hubo quienes dudaron de ella, incluso desde antes de la publicación del Almagesto. Aristarco de Samos (310-230 a.C.) nunca estuvo del todo convencido debido a su gran complejidad, razón por la que propuso un modelo propio basado en la idea de que era el Sol, y no la Tierra, el que se encontraba en el centro del universo, y que los planetas giraban a su alrededor. Aunque esta propuesta no fue bien recibida por sus contemporáneos, en ese momento nació el modelo que eventualmente derrocaría al geocentrismo: el heliocéntrico.
Durante los años subsecuentes, el heliocentrismo fue incapaz de desafiar verdaderamente al modelo geocéntrico, aunque esto cambiaría gracias a varias figuras que retomaron el modelo durante los siglos XV y XVI. El primero de ellos fue Nicolás Copérnico (1473-1543), seguido por los trabajos de Tycho Brahe (1546-1601), Giordano Bruno (1548-1600) y Johannes Kepler (1571-1630), quienes se inspiraron en su obra. La figura más destacada es sin duda Galileo Galilei.
Galileo, nacido hace 460 años, demostró en incontables ocasiones su rebeldía. Cuestionó fehacientemente las ideas de Aristóteles y Ptolomeo, llegando incluso a intercambiar correspondencia con Kepler, cuyas ideas copernicanas le eran afines. A principios del siglo XVII, Galileo impartió varias conferencias donde expresaba sus dudas sobre el modelo aristotélico. Sin embargo, no compartió sus propias ideas sino hasta 1610, cuando apuntó un telescopio al cielo y observó las lunas de Júpiter orbitando a su alrededor, lo que contradecía el modelo geocéntrico.
El juicio de Galileo
Durante casi toda su historia la iglesia Católica ha sido gran partidaria del geocentrismo, ya que reforzaba la idea de la humanidad como resultado de la creación suprema de Dios, y se alineaba con varios pasajes de la Biblia. Además, considerando que acontecimientos como la Reforma Protestante y la Contrarreforma llevaron a la Iglesia a adoptar una postura más firme en la defensa de su dogma, no sorprende que el heliocentrismo provocara un gran rechazo entre los miembros del clero.
Galileo pensaba que la investigación científica no debía verse influida por la religión lo que, naturalmente, le trajo dificultades. Cuan-do publicó en 1613 las “Cartas sobre las manchas solares”, apoyando el sistema copernicano, la iglesia lo denunció a él y a su trabajo. Sin embargo, esto no lo detuvo, ya que en 1616 compartió una teoría sobre la relación entre las mareas y el movimiento de la Tierra, por lo que fue llevado a Roma para responder por sus acciones. Aunque no fue condenado, se terminó promulgando un edicto que decía que Galileo realizaba “mala ciencia” y se le dio una advertencia.
En 1623 se nombró un nuevo papa, Urbano VIII, quien era muy amigo de Galileo. Gracias a esto, se le permitió continuar con sus investigaciones, siempre y cuando el modelo heliocéntrico se tratara sólo como una hipótesis. Esto envalentonó a Galileo a publicar su libro “Diálogo sobre los dos máximos sistemas del mundo”. En el libro, Galileo presenta una discusión entre un partidario del geocentrismo y otro del heliocentrismo, quienes tratan de convencer a un tercer personaje, un hombre común, para que apoye su respectivo modelo. Se podía apreciar en la calidad de los argumentos del defensor del modelo de Aristóteles el desprecio del autor hacia el geocentrismo y sus partidarios. Inclusive Urbano VIII llegó a sospechar que este personaje era una burla suya, cuando realmente no representaba a nadie en particular. Por esto, en 1632, el libro fue prohibido y Galileo fue enjuiciado de nuevo.
A pesar de sus intentos de defenderse y de que logró convencer a algunos, esto no fue suficiente y fue obligado a retractarse públicamente de sus creencias copernicanas. Fue finalmente condenado a prisión perpetua por su herejía, cumpliéndola en arresto domiciliario hasta su muerte en 1642.
Según la creencia popular, después de que Galileo renegara de sus creencias, aún desafiante, susurró la frase Eppur si muove, que se traduce como “Y aun así, se mueve”. Aunque es poco probable que realmente dijera estas palabras en ese momento, debido al riesgo de recibir un castigo más severo, esta leyenda resume muy bien la vida de Galileo: la búsqueda de la verdad sin importar los obstáculos y las consecuencias.
Legado de la rebeldía
El tiempo terminaría dando la razón a los copernicanos, y a Galileo. Su desafío, a lo que se consideraba una verdad irrefutable, nos recuerda lo fuerte que puede ser la resistencia al cambio, especialmente en algo tan fundamental. La historia, hasta la actualidad, nos muestra que las nuevas ideas pueden encontrar gran resistencia. Aun así, la ciencia siempre debe evolucionar basándose en la observación, en las evidencias. Sin importar qué tan incómoda sea la verdad, hay que defenderla con valentía, igual que Galileo. Eppur si muove.
Más información:
https://www.biografiasyvidas.com/monografia/galileo/dialogo_sistemas_mundo.htm
https://www.ngenespanol.com/historia/galileo-y-la-iglesia-un-enfrentamiento-que-no-ceso-facilmente/
Hawking, S. (2010). A hombros de gigantes: Las grandes obras de la física y la astronomía. Editorial Crítica. ISBN: 9788498920949
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