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Novatos (Fragmento de la novela La Búsqueda, en preparación)

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“La carrera de Economía es nueva en la Universidad Autónoma de Puebla” —informó el licenciado Adán F. Díaz, director de la escuela, en las charlas de bienvenida a los nuevos estudiantes de la Generación 74. “Se fundó en 1965 —agregó—, junto con los colegios de Filosofía, Letras, Historia y Psicología, en una ola de reformas académicas a la institución impulsadas bajo el rectorado del médico Manuel Lara y Parra.

Edgar había escuchado meses antes con interés estas pláticas para estudiantes de nuevo ingreso, que lo hicieron sentirse como integrante de un grupo especial de individuos, profesionales en ciernes, que se desempeñarían en las secretarías de Estado del ramo de la economía y las finanzas nacionales y locales, o con suerte, en ámbitos tan prestigiosos como Nacional Financiera y el Banco de México. Esas fueron las expectativas que se abrieron en la mente de los futuros economistas en aquellas pláticas de iniciación, que a la fecha iban en su quinto año. Así es que al mismo tiempo que Edgar Melgoza se encontraba sentado en aquel salón grande del primer patio recibiendo esta información —junto con otros veinte o veinticinco jóvenes, hombres y mujeres—, se estaba graduando la primera generación de flamantes economistas keynesianos; les llamaban “desarrollistas”, según las teorías económicas de moda.

El director Díaz vestía un impecable traje, con camisa blanca y una corbata muy vistosa, y le gustaba mostrar una actitud dominante, pero serena y amable. Con un tono de voz propio de autoridad institucional les comentaba a los novatos que la escuela se había fundado con un profesorado de calidad importado de la Escuela Nacional de Economía, dirigida en aquellos años por la maestra Ifigenia Martínez de Navarrete. El licenciado Díaz caminaba lentamente entre los pupitres que ocupaban orondos los nuevos alumnos. Se fijaba en el rostro de cada uno de ellos, mientras desgranaba pacientemente su discurso y les informaba: “Los catedráticos fundadores fueron Luis Humberto Gaytán Rojo, Manuel López Gallo, Salvador Carmona Amorós, Enrique Semo Kalev, Héctor Tamayo López Portillo, Jaime Ornelas Delgado, Francisco Benavides y algunos contadores de profesión que residían en Puebla; todos de diversas filiaciones políticas, pero en su mayoría de orientación progresista y liberal”.

El director también advirtió a los veintitantos jóvenes que asistían a las charlas de nuevo ingreso y a las señoritas que estaban ahí presentes —seis o siete cuando más—, que en la escuela se realizaban debates frecuentes, algunos terminaban muy acalorados entre el comité de lucha estudiantil, de posturas radicales, contra otros estudiantes y profesores más moderados. “A muchos de nosotros quisieran doblegarnos, pero yo tengo una afección en la columna que hace que nunca pueda agacharme, ante nadie”, aseguró presuntuoso el licenciado Díaz. Edgar cruzó miradas con otros compañeros, asombrado por estas aseveraciones impertinentes, pero sin externar ningún comentario al respecto. Fue una toma de nota silenciosa de lo que Adán F. Díaz les informaba con toda intención.

Aquellas charlas para estudiantes de nuevo ingreso fueron relativamente breves. No obstante, el director dejó sembrada entre los estudiantes, como pretendía, la inquietud sobre el ambiente conflictivo que vivía la escuela. Con el tiempo, las afirmaciones del director sobre el clima de confrontación política se harían evidentes en otras reuniones organizadas por miembros de los comités de lucha, que también hicieron una asamblea informativa para los novatos, explicándoles sus razones sobre las pugnas ideológicas y políticas que se vivían en la Universidad, en el Estado y en el país. Incluso, exagerando un poco, algunos “comitecos” llegaron a decir que el enfrentamiento era a nivel mundial, “entre el proletariado y la burguesía imperialista”, y otros muy pachecos, con voz pastosa y arrastrando las palabras, lo calificaban como un conflicto “¡in-ter-ga-lác-ti-co!”.

Edgar pensó para sus adentros: “Mira nomás dónde me vine a meter”. Y se acercó a su compañero Marco Tulio para susurrarle al oído: “A ver cómo nos va con estos «camaradas»”. Algo similar pensaban otros compañeros que asistieron a la asamblea y también percibieron un panorama universitario muy revuelto. Sobre todo quienes venían del interior del Estado de Puebla o de otras ciudades del país, ajenos como el propio Edgar a la tesis hegeliana de la “dialéctica de los contrarios” que prevalecía en el mundo universitario y que más pronto que tarde habrían de comprender.

En cambio, otros muchachos egresados de la preparatoria Benito Juárez de la UAP, tanto diurna como nocturna, veían estos conflictos como algo normal. Les había tocado vivir estos ambientes de radicalización en el propio bachillerato como secuela del enfrentamiento de 1964 contra el gobernador Nava Castillo; un conflicto que levantó a la juventud universitaria, aliada con campesinos e introductores de leche, hasta prácticamente echar al general. En la preparatoria Benito Juárez de la UAP, los debates se convertían muchas veces en verdaderas batallas campales, coloquialmente llamadas “madrizas”, provocadas por bandas porriles supuestamente patrocinadas por políticos oficialistas, un hecho que pocos ponían en duda. Lo cierto es que dentro del propio grupo de nuevo ingreso Edgar pudo advertir muy pronto que algunos compañeros, incluso mujeres, estaban muy politizados. Por ejemplo, una compañera llamada Victoria de Álava o Vicky, como le decían sus amigos —muy prendidita e inteligente según la apreciación de Marco Tulio—, junto con las hermanas Bacca, mostraban mucho interés en las informaciones que daban los del “comité”. Vicky le llegó a comentar tiempo después a Edgar que ella había ingresado a la JC en la prepa. La cara de extrañeza que debió poner el joven obligó a que Vicky le explicara:

—Quiero decir que fui de las Juventudes Comunistas. Por eso —agregó discretamente— coincido, al igual que mi novio, con muchos planteamientos de izquierda en la universidad. Claro que no participo, porque debo trabajar por las mañanas y el resto del tiempo dedicárselo a la escuela. Comes o grillas —afirmó.

—¿Dónde chambeas, Vicky? —preguntó Edgar un poco turbado.

—En el gobierno, en el archivo-biblioteca de la Procuraduría de Justicia del Estado. Tomé un curso en «Planeación de Indagatorias y Análisis Documental» que dieron en el Distrito Federal, en la PGR, y a eso me dedico ahora.

—¡Qué bien, Vicky, estudias y trabajas! —reaccionó asombrado.

Edgar se había interesado por los comentarios de la compañera, le parecía una mujer admirable. Victoria era una chica agradable, muy conversadora, de buena presencia, con cara bonita. Su pelo negro y lacio se lo peinaba con una raya al centro, lo que hacía que cayera libremente sobre los hombros, muy a la moda de los sesentas. Vicky no usaba maquillaje excesivo, salvo delineador con el que trazaba finamente los contornos de sus ojos, engrosaba su parte superior y dibujaba una raya doble al final de la parte externa, para alargarlos al estilo egipcio. Con esos trazos compensaba la reducción de sus ojos que provocaban unas gafas de alta graduación. Pero también es cierto que el armazón de los lentes, pequeño y alargado, le daban un aire intelectual interesante. “Desde muy chica —le platicó a Edgar con la sinceridad que acostumbraba—, apenas cursaba la secundaria y debí ingresar al trabajo por necesidades familiares”. Para Edgar era muy meritorio, además, que mientras estudiaba la preparatoria se hubiese inscrito en cursos de especialización para su trabajo y ahora estuviera inscrita en una carrera universitaria. “¡Qué mujer!” —murmuró al escuchar el historial de la joven.

—Por si te interesa —le dijo Vicky sonriendo— estoy a cargo de un programa de “inteligencia para sabuesos”, ja, ja, ja.

—Ya no preguntaré nada —le respondió Edgar sonriendo y apenado.

—Bueno, fuera de bromas —agregó Vicky— además de mi trabajo en la biblioteca y el archivo de la PJE, doy un curso de técnicas para recabar información en procesos judiciales.

Edgar quedó muy impresionado de lo que Vicky le relató, no sólo de su trabajo en la Procu, sino de que hubiese tenido contacto con comunistas, y no dejó de pensar en lo extendidas que estaban las posturas radicales en la institución, particularmente en Economía que era un foco de atracción para estos jóvenes influenciados por las ideas subversivas de Marx y Lenin. Pero le complació haber conocido en la universidad una comunista de carne y hueso, atractiva y sagaz, con la que incluso compartía salón de clases. “Buen tema —pensó— para chismear con los compas Marco Tulio y Uriel”.

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