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Un reinado y una presidencia pueriles

La historia está llena de sucesos que parecen irreales, fantásticos, imaginarios o ficticios. Recientemente escuchaba la Danza gitana, de la ópera Henry VIII, de Charles-Camille de Saint-Saëns (1835-1921), que no me canso de repasar una y otra vez. Si bien esta obra encarna un drama político con una trama romántica, no es de las más frecuentemente representadas, y aunque puedo preciarme de haber visto un muy amplio número de espectáculos de este tipo, nunca he podido apreciar “en vivo” este maravilloso trabajo de Saint-Saëns. Bajo una primera seducción que en un inicio fue provocada por la música, me puse a investigar los datos biográficos de Enrique VIII (1491-1547) y encontré una serie de revelaciones increíbles.

El argumento se desarrolla en Inglaterra entre 1521 y 1536, centrándose en el deseo del rey Enrique VIII de divorciarse de su esposa, Catalina de Aragón, para casarse con Ana Bolena. Esta ambición del monarca fue rechazada por la Iglesia Católica, lo que lo llevó a declararse a sí mismo cabeza de la Iglesia Anglicana, rechazando al catolicismo y desencadenando una serie de eventos que sacudieron a Europa en esa época, con un reinado que fue autoritario y a menudo brutal, caracterizado por la ejecución de ministros que caían en desgracia y una feroz represión de la disidencia.

La principal motivación de Enrique VIII para casarse varias veces fue su profunda necesidad de tener un heredero varón que continuara su dinastía. En aquella época, la sucesión femenina no estaba bien establecida en Inglaterra y Enrique VIII temía que un varón débil o una heredera de sexo femenino pudieran desencadenar una guerra civil por el trono. Por supuesto, algunos de sus matrimonios fueron estratégicos, buscando alianzas políticas con otras casas reales europeas; sin embargo, estas alianzas no siempre fueron exitosas y a menudo llevaron a conflictos y a la ruptura de relaciones diplomáticas. Por supuesto también se dejó llevar por sus deseos personales. Se enamoró de Ana Bolena, lo que lo llevó a divorciarse de su primera esposa, Catalina de Aragón, en un acto que tuvo consecuencias significativas para la Iglesia en Inglaterra y para la propia relación con el Papa. Ya deseando tener un heredero varón y también debido a su personalidad volátil, no dudó en divorciarse o ejecutar a sus esposas cuando estas no cumplían con sus expectativas o cuando sus relaciones se deterioraban, nada más y nada menos que en seis ocasiones.

Enrique VIII sufrió diferentes enfermedades y problemas de salud. En 1513, a la edad de 22 años, sufrió un ataque de viruela. En 1524, a los 33 años, tuvo el primero de recurrentes ataques de malaria. En 1535, a los 44 años, se lesionó gravemente la pierna en un accidente de caballería. Aunque al principio pareció sanar, se reabrió unos años después y se ulceró. No pudo hacer ejercicio y aumentó de peso. Su primera armadura mostraba una cintura de entre 86 y 91 cm, lo que indicaba un peso de entre 82 y 90 kg. Su última armadura mostraba una cintura de entre 147 y 152 cm, lo que indicaba un peso de entre 136 y 149 kg. Su obesidad mórbida podría relacionarse con diabetes. A medida que pasó el tiempo, sus dos piernas y pies se ulceraron. Sufría de insomnio, dolores de garganta y migrañas. Tuvo un cierto deterioro mental en etapas posteriores de su vida, mostrando cierta paranoia, sentimientos de depresión, soledad y un temperamento terrible. Padeció una serie de accidentes cerebrovasculares antes de su muerte, posiblemente indicando problemas circulatorios y presión arterial alta. Los dedos de sus pies se gangrenaron a medida que las ulceraciones empeoraron y avanzaron. Pasó sus últimos días en cama, demasiado débil para siquiera llevarse un vaso a los labios. Su habitación estaba llena del hedor repugnante de las úlceras reventadas de sus piernas.

Su único hijo varón fue Eduardo VI de Inglaterra (1537-1553), que reinó desde 1547 al 1553, ascendiendo al trono con tan solo nueve años de edad. Su reinado, aunque breve, fue un período de intensa y a menudo tumultuosa reforma religiosa y política, finalizando con su muerte a la edad de 16 años.

Intrínsecamente difícil de evaluar debido a su minoría de edad, la crítica de su tiempo se centró en la administración y sus consecuencias. La ausencia de un monarca adulto y fuerte creó un vacío de poder. El Consejo de Regencia fue un hervidero de intrigas y luchas de poder entre facciones rivales.

Fue bajo la influencia de sus regentes que una serie de reformas religiosas se aceleraron drásticamente. Esto generó una profunda división y descontento entre la población, acostumbrada a las viejas costumbres católicas. Las imposiciones religiosas rápidas y a menudo coercitivas provocaron revueltas populares. Costosas guerras y la gestión económica de los regentes provocaron inflación, aumento de la pobreza y descontento social. Las confiscaciones de tierras monásticas y la privatización de bienes comunes exacerbaron las tensiones. Su inmadurez condicionó políticas erráticas y una falta de dirección coherente en diferentes aspectos del gobierno.

Cuando percibo el gobierno de Donald Trump, me doy cuenta de que exhibe un comportamiento similar al de un niño inmaduro de nueve años de edad. Muestra una particular dificultad para regular las emociones. Con episodios frecuentes de rabietas, tiene una frustración intensa ante pequeños desafíos. Se enoja cuando las cosas no salen como esperaba. Tiene una necesidad constante de atención, validación o consuelo por parte de quienes le rodean, incluso en situaciones en las que otros niños de esa edad manejarían con más autonomía. Actúa sin pensar en las consecuencias, reaccionando de forma exagerada sin procesar la situación, independientemente de causar dolor en los demás. Se le dificulta entender el concepto de compartir posesiones. En lugar de negociar o comunicarse, puede recurrir a la fácil conducta de culpar a otros de lo que le sucede. Presenta una dificultad para entender o considerar los sentimientos de los demás y, sobre todo, cambia reglas o hace trampas bruscamente, queriendo “ganar” siempre. Tiene una dificultad para comprender conceptos abstractos o para pensar de manera más lógica y flexible, prefiriendo soluciones muy simples o literales.

Eduardo VI fue un niño brillante. Recibió una formación educativa de alto nivel y demostró ser un estudiante muy inteligente. A los siete años tenía dominio del latín y a los 13 había leído la Ética de Aristóteles en griego y estaba traduciendo De philosophia de Cicerón. También se comunicaba con fluidez en el idioma alemán.

Contrariamente, Trump no brilla por sus antecedentes académicos y, sin embargo, es famoso por una trayectoria empresarial, marcada por una serie de negocios fraudulentos, como ha sido consignado desde tiempo atrás, además de un buen número de fracasos empresariales.

Las consecuencias de una administración de tales características son impredecibles. El gobierno de Trump seguramente condicionará un nuevo orden comercial, un aumento de la polarización tanto social como política y un terrible impacto duradero en la salud ecológica del planeta con importantes fallas en la protección de los derechos humanos, dentro de muchos otros riesgos. Así las cosas, es muy probable que se hable a la larga de un rotundo fracaso, más que de un gobierno venturoso, con un ejemplo particularmente claro de inmadurez política de consecuencias verdaderamente lamentables.

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