El investigador de los pedos
Al principio de este capítulo decía que no existe nada en la naturaleza que no haya sido o esté siendo investigado de manera meticulosa por algún científico. Y entre varios ejemplos quiero poner… los pedos. Sí, los pedos, flatulencias, ventosidades, cuescos… o, como la comunidad científica prefiere llamarlos, el gas intestinal, que es un concepto mucho más amplio referido no únicamente a las sustancias volátiles evacuadas por el último tramo del sistema digestivo, sino a todos los gases que pasan de la sangre a los intestinos o al revés. Porque la sangre y los intestinos intercambian gases, ¿lo sabías? Yo no; nos lo contó en antena el doctor Fernando Azpiroz, jefe del servicio de gastroenterología del Hospital Vall d´Hebron de Barcelona y una referencia mundial en el estudio del gas intestinal.
El doctor Azpiroz es quien escribe en los libros académicos especializados los capítulos sobre la fisiología del gas intestinal, y en su laboratorio realiza curiosas investigaciones con pacientes y voluntarios, como escáneres para ver en qué partes del intestino se acumula más gas, o les pide que traguen cámaras que van tomando imágenes internas de todo el tracto digestivo, introduce utensilios por donde imaginas para tomar muestras del gas en diferentes áreas intestinales, e incluso intenta modificar la microbiota de flatulencias o distensión abdominal para reducirles las molestias.
Pero vayamos por partes. ¿Cómo se forma el gas intestinal? Obviamente una parte viene del estómago. Si comes rápido, tragas aire y no eructas, el gas se acumula y va avanzando por el intestino delgado y todo el sistema digestivo en forma de pequeñas burbujas junto al bolo de comida. Aunque, importante: no todo terminará siendo evacuado por el ano. Como decía antes, un fenómeno peculiar y poco conocido es que gran parte del gas intestinal se filtra a la sangre y termina expulsado por los pulmones; en concreto, entre 70 y 80 por ciento, tal y como nos lo explicó el doctor Azpiroz. De hecho, en ocasiones el mal aliento —por ejemplo, a ajo— tiene este origen. Varios estudios han demostrado que la descomposición y fermentación del ajo en los intestinos genera unos gases malolientes que pasan a la sangre, y cuando se exhalan por los pulmones causan el fuerte y característico aliento. Por eso mucha gente con halitosis, aunque se cepille los dientes y se enjuague mucho la boca, no termina de eliminar el mal olor. Porque no viene de las encías, ni de los dientes, ni la lengua, ni siquiera del estómago… sino de los pulmones. Curioso, ¿no?
La otra —y principal— fuente de gas intestinal, y que en realidad es la verdadera responsable de las ventosidades, es la fermentación bacteriana del colon o intestino grueso; la parte final del sistema digestivo donde llegan los deshechos de comida que hasta ese momento el cuerpo no ha sido capaz de aprovechar. Hay alimentos que generan pocos residuos, ya que los enzimas y jugos gástricos los descomponen mucho y el intestino los absorbe muy fácilmente, como la carne, el pescado o el arroz. En cambio, las verduras y las legumbres tienen fibra y carbohidratos complejos que el intestino delgado no puede metabolizar, y cuyas moléculas avanzan intactas hasta el colon. Y ahí es donde empieza a actuar la macrobiótica intestinal; el conjunto de billones de bacterias que, con unas enzimas que nuestras células no poseen, empiezan a descomponer parte de estos carbohidratos y fibras complejos para aprovechar un poco más de su energía, además de realizar otras funciones que resultan fundamentales para el correcto funcionamiento de nuestro sistema inmune, la regulación de azúcares y la homeostasis en general. Sin estas bacterias, no exagero, no podríamos sobrevivir. Los gastroenterólogos dan tantísima importancia a la flora intestinal que ya consideran el microbioma como un órgano adicional de nuestro cuerpo.
Pero resulta que no todos tenemos las mismas bacterias en el colon, y entre otras cosas, eso afecta al tipo y la cantidad de gas que cada uno expulsa. Por ejemplo, algunas personas producen más compuestos sulfurados malolientes a partir de sustancias como el ajo, y otras tienen un metabolismo que genera más gas en el colon. Según el doctor Azpiroz, la media de evacuaciones de gas es de unas veinte veces al día y asegura contra toda intuición que los hombres no producen significativamente más gases que las mujeres, pero matizando que la cantidad individual de flatulencias depende en gran parte de la dieta, de la manera de comer, del estrés, de la motilidad intestinal, y del tipo de microorganismos que cada persona alberga en su colon. Un dato importante es que esta macrobiótica puede modularse si uno ingiere varios días seguidos alimentos altos en fibra, al principio aumentará bastante la producción de gas intestinal, pero poco a poco la flora bacteriana se irá adaptando al cambio de dieta, se hará más variada y el tránsito intestinal funcionará mucho mejor. De hecho, este es el principio básico de prebióticos; sustancias que, una vez ingeridas, cuando llegan al intestino favorecen la proliferación de un tipo de bacterias y no de otras. No se debe confundir con los probióticos, tan habituales en yogures o preparados que contienen directamente ciertas bacterias capaces de resistir hasta el intestino grueso e intentar quedarse allí unos días, regulando el metabolismo intestinal si son capaces de hacerse un hueco y establecerse en la competitiva selva del colon.
Pero volviendo al gas intestinal, ¿cuál es su composición? Esto es interesantísimo, porque varía dependiendo de su ubicación, de las reacciones químicas y de los procesos de absorción. En el estómago se suelen acumular unos 10-20 mililitros de gas, cuya composición es la misma que la del aire corriente: principalmente nitrógeno (N2), oxígeno (O2) y dióxido de carbono (CO2). Pero allí empieza el juego de la absorción: como la concentración de oxígeno en sangre es bastante menor, gran parte del O2 se absorbe y pasa al torrente sanguíneo, mientras que pequeñas cantidades de CO2 hacen lo contrario y se filtran en el tracto digestivo. Después, en el intestino delgado, con la metabolización de la comida por parte de los ácidos y los bicarbonatos empieza a producirse más dióxido de carbono y a entrar nitrógeno desde la sangre, pero sin superar una cantidad total de 10-20 mililitros. El punto es el colon o intestino grueso, donde los procesos de fermentación bacteriana pueden llegar a acumular 100 mililitros de gas, con la consiguiente sensación de hinchazón. Este gas es más complejo, ya que la flora intestinal produce metano, hidrógeno, gases sulfurados y un poco de monóxido de nitrógeno, y como hemos dicho, la presencia de carbohidratos complejos como los de las legumbres o los oligosacáridos de la fruta, la mala absorción de la lactosa o la presencia de determinados subtipos de floras bacterianas pueden hacer que la cantidad y las características del gas presente en el colon sea muy diferente entre individuos.