Date:

Share:

Medicina tlaxcalteca

La medicina prehispánica de Tlaxcala constituye un sistema de conocimiento y prácticas que trasciende la mera aplicación de remedios para la enfermedad. Se fundamenta en una visión del mundo vinculada al todo en su conjunto, más allá de la suma de los elementos que lo componen y en la cual la salud se entiende como un estado de equilibrio integral del ser humano con su entorno, su comunidad, la naturaleza y las fuerzas cósmicas que lo rigen. Este enfoque es extraordinario, pues contrasta significativamente con el paradigma biomédico contemporáneo, que a menudo segmenta la atención a la salud en especialidades y separa las dolencias físicas de las mentales, las biológicas, las orgánicas y las espirituales.

La comprensión de la enfermedad en la Tlaxcala prehispánica se encontraba intrínsecamente ligada a la cosmovisión nahua, que concebía el cuerpo no solo como una entidad física, sino como un elemento que contenía fuerzas anímicas. Así, la salud era el reflejo de un equilibrio armónico, mientras que la enfermedad era el resultado de un desequilibrio, ya fuera de origen natural o sobrenatural. El principio dual de opuestos, particularmente el de frío y calor, era un pilar fundamental de este sistema. Los padecimientos, los remedios y hasta las cualidades de los alimentos y las plantas se clasificaban según estas propiedades. Por ejemplo, el viento (ehécatl) se asociaba con el frío y podía causar padecimientos como reumatismo y tortícolis. Por el contrario, un desequilibrio por exceso de calor podía manifestarse en fiebres o inflamaciones. La meta del sanador era restaurar este equilibrio perdido mediante la administración de remedios de cualidad opuesta.

La concepción del ser humano iba más allá de lo material y la etiología de las enfermedades se relacionaba con la perturbación de tres centros anímicos o almas, localizados en órganos energéticos específicos del cuerpo. El tonalli, que se localizaba en la cabeza y era la fuerza vital que proporcionaba vigor, calor y la esencia del destino. Un evento traumático o un impacto emocional fuerte, como un susto, podía causar la pérdida o el desprendimiento del tonalli, lo que se manifestaba físicamente en padecimientos como el “susto” o “espanto”, que perdura aún en nuestras comunidades rurales. El tratamiento de este mal requería de rituales específicos para “levantar la sombra” y reintegrar la fuerza vital. El yólotl, residente en el corazón, era la sede del conocimiento, la memoria, la voluntad y las emociones. Las afecciones de este centro se relacionaban con desórdenes psicológicos y emocionales. El ihíyotl, situado en el hígado, era un vapor luminoso que podía, en algunas circunstancias, causar enfermedad a otros. Así, la salud no era un estado estático, sino un proceso dinámico de fluctuación entre el bienestar y la enfermedad.

Los signos y síntomas de una dolencia marcaban la pérdida de una función, ya fuera física o espiritual. La profunda interconexión entre la salud individual y el entorno social y ambiental indicaba que un padecimiento podía ser causado por el “mal de ojo” o la “envidia” de otras personas o por fuerzas negativas asociadas a los “Dueños de los lugares peligrosos”. Ello significaba que la curación no era simplemente una cuestión de medicación, sino un proceso de restauración de la armonía en múltiples niveles, lo que hacía del sanador un mediador entre el mundo humano y el espiritual.

 Este entendimiento integral explica por qué la medicina alópata no siempre logra satisfacer las necesidades del enfermo, lo que lleva a las personas, en nuestros días, a buscar resolver los problemas de salud en la medicina tradicional, que aborda las causas de las dolencias desde una perspectiva simbólica y ritual.

La práctica médica en las sociedades prehispánicas del Altiplano Central no era una actividad fortuita, sino una profesión altamente especializada y organizada. Los sanadores, conocidos genéricamente como ticitl (en plural, titicih), gozaban de un estatus privilegiado y un gran respeto en sus comunidades. El ticitl era una figura multifacética, descrita como “un conocedor de hierbas, de raíces, de árboles, de piedras” y alguien “experimentado, de confianza, de habilidad profesional y en pocas palabras, un consejero”. Su conocimiento no se limitaba a la herbolaria, sino que abarcaba la adivinación y el diagnóstico de enfermedades de origen espiritual. Dentro de esta estructura, existían especialidades médicas claramente definidas. Tlamatlquiticitl, que eran parteras especializadas en embarazos, partos y cuidados postnatales, dedicadas a la atención integral de la mujer durante el embarazo, el parto y el puerperio. Ofrecían orientación prenatal, asistían partos de bajo riesgo y promovían la lactancia materna. También realizaban masajes para “acomodar los ovarios” y facilitar la concepción. Teomama, que eran curanderos espirituales encargados de recuperar almas perdidas. Se centraban en la curación de males de origen espiritual, como el susto, el mal de ojo o los xoxales, que se creía que eran causados por un “gemelo hechicero” al ser molestado. Realizaban ceremonias de “limpias” con hierbas y el temazcal para purificar el cuerpo, la mente y el espíritu. Tlapiani, que eran vigilantes de la salud pública encargados de prevenir epidemias. Tesaloani eran especialistas en el tratamiento de afecciones musculoesqueléticas como fracturas, dislocaciones y torceduras. Dominaban las técnicas de reducción y el uso de férulas.

Las comunidades contaban con una avanzada infraestructura de salud pública, que incluía la recolección diaria de basura, el lavado de calles y un sistema de drenaje y agua potable. También existían hospitales para atender a los viejos, los enfermos incurables y los heridos en combate. En la Tlaxcala prehispánica, el sistema de salud no era una responsabilidad individual, sino un pilar de la cohesión social, donde el gobernante (tlatoani) y la familia protegían y asistían a los enfermos que ya no podían valerse por sí mismos.

Por último, el arsenal terapéutico de la medicina prehispánica se basaba en un profundo conocimiento empírico del entorno natural, combinando una rica herbolaria con avanzadas técnicas físicas y quirúrgicas. La flora mexicana es excepcionalmente rica, con más de 4 mil especies registradas con propiedades medicinales. Este conocimiento, acumulado a lo largo de milenios, se ha transmitido de generación en generación y es la base de la medicina tradicional que persiste hasta hoy.

El hecho de que la herbolaria tlaxcalteca se encuentre en las calles, mercados y tianguis de la región demuestra que es una fuente de conocimiento que no se ha perdido. Esto no solo ofrece alternativas terapéuticas viables, sino que también representa un pilar para el desarrollo sostenible de una industria farmacológica que no podemos menospreciar, pues no provoca el daño ambiental asociado a la producción de medicamentos alópatas, que en la actualidad representa a nivel mundial un fenómeno verdaderamente atroz, inhumano, cruel y de una inconciencia que podemos calificar realmente como fatal. En una paradoja inconcebible, vemos que se cura para enfermar.

Fuente: http://www.medicinatradicionalmexicana.unam.mx

Fuente: http://www.medicinatradicionalmexicana.unam.mx* [email protected]

Más Articulos