Contrario a la creencia popular, los alquimistas no eran hechiceros preparando pociones en lo alto de torres custodiadas por dragones. Los alquimistas son los ancestros de los químicos. Realizaban experimentos bien estructurados para aprender sobre lo que les rodeaba y usaban ese conocimiento para producir sustancias útiles. Las transmutaciones eran reacciones químicas, como las que actualmente sintetizan fármacos. Es más, clasificaban sus elementos usando símbolos, de la misma forma que nosotros con la tabla periódica. Con la diferencia de que, en la actualidad, sabemos que sustancias como el agua no son elementos, sino compuestos.
Si bien es cierto que los alquimistas de la era medieval buscaban la piedra filosofal, carecían de las herramientas para saber exactamente cómo convertir plomo en oro. Después de múltiples experimentos fallidos, encontramos que fabricar oro a partir de otros elementos requiere estrellar núcleos de átomos casi a la velocidad de la luz, en instalaciones con kilómetros de circunferencia, a cientos de metros bajo tierra, compuestas por súper imanes. Algo un poco más complejo que mezclar plomo y polvo rojo brillante en una olla con agua hirviendo.
La alquimia es conocida como la ciencia hermética pues —difícilmente— era accesible. Eran ermitaños y vivían en lugares recónditos para evitar denuncias por brujería. Así mismo, escribían sus libros usando metáforas y alegorías para encriptar su conocimiento, por ello quienes interpretaban literalmente sus libros creían que trataban sobre magia. Los códigos solamente eran confiados a sus aprendices.
Así como nuestros métodos para obtener oro han evolucionado, nuestra percepción de los químicos es distinta a la de los alquimistas. Ya no necesitan vivir alejados de la civilización y, aunque parecen hechiceros, la brujería ya no es ilegal (porque no existe); sin embargo, la química mantiene un lenguaje propio, pero sus códigos son de libre acceso. Intentar producir oro y clasificar los elementos usando símbolos no son lo único que nos ha heredado la alquimia. A pesar de la apertura, seguimos arrastrando un hermetismo involuntario. Por esto surgen creencias como “los transgénicos hacen naranja la piel” o “todo lo sintético es dañino”.
Sería hipócrita culpar al ciudadano promedio por desconocer la terminología, cuando buena parte de la comunidad científica derrocha tecnicismos al hablar de su investigación. Se hace un mal aprovechamiento de los medios de comunicación masiva, usando un lenguaje exclusivo y dejando la labor de su traducción a un reportero con conocimiento básico del tema. Provoca un teléfono descompuesto.
Este problema se da entre pares también. Colegas, ¿cuál es el objetivo primordial de publicar un artículo científico? No es obtener prestigio al escribir para una revista de alto impacto, tener un alto número de publicaciones o ser citados con frecuencia. Publicamos para que nuestros resultados se conviertan en cimientos para el nuevo conocimiento. De nada sirve un artículo tan sofisticado que nadie pueda leer excepto sus autores.
Entiendo que a veces la ciencia y el español no son el mismo idioma. Tampoco es fácil para mí explicar lo que hago, pero tengo que esforzarme para facilitar su entendimiento. Los científicos debemos estar preparados para compartir nuestro trabajo. No pretendo que todos nos convirtamos en divulgadores, pero sí es nuestro deber aligerar la titánica labor de comunicar nuestros descubrimientos. Hay que ayudarles a ayudarnos.
Sin irnos muy lejos, hace una semana asistí al encuentro nacional de la Sociedad Americana de Químicos (ACS). Me interesó conocer sobre muchos proyectos, pero hubo ocasiones en las que tuve dificultades para hacerlo. El impedimento no fue la barrera del idioma, sino el uso de lenguajes demasiado exclusivos y especializados. Era un encuentro de químicos. Asistimos puros compañeros de profesión y, aun así, me costaba decodificar lo que me decían. Imagínense cómo ha de estar la cosa para divulgadores que no están tan inmersos en la química.
Entre los factores que influyen en la asignación de recursos para nuestras investigaciones, la comunicación efectiva es uno de los más importantes. Si un empresario tiene intenciones de invertir y nos pide hablar de nuestras investigaciones, hablarle en términos que no utiliza provocará que nos ignore y no nos dé un centavo. Una cosa similar sucede en las solicitudes que se mandan a organismos gubernamentales, a pesar de ser revisadas por “pares”.
El lenguaje altamente especializado es muy útil para comunicarse dentro de un grupo trabajando en la misma investigación, pero debe explicarse detalladamente al publicar resultados y debe evitarse en cuanto sea posible al compartirlos en medios que no sean revistas científicas o defensas de tesis. Por ejemplo, si se busca hablar en una entrevista de radio sobre medicamentos antirretrovirales para tratar el VIH, en lugar de decir: “inhiben la transcriptasa inversa del VIH para impedir el desarrollo de ácido desoxirribonucleico viral basado en su ácido ribonucleico”, es mejor decir: “evitan que el VIH se reproduzca”.
Si encuentran muchas dificultades para hablar de sus investigaciones en términos sencillos, pueden buscar ayuda. En mi caso particular, un buen amigo comunicólogo me ayuda a editar lo que escribo, vigilando que no se me escape lenguaje incomprensible. También es útil ver a divulgadores como Carl Sagan, Bill Nye o Neil deGrasse Tyson para ver de qué forma hablan sobre temas complejos usando ejemplos y analogías. Si practicamos la divulgación hasta que nuestros padres o abuelos entiendan lo que hacemos, estaremos del otro lado.
Nos quejamos de que menos jóvenes se interesan por estudiar ciencia, pero tampoco les ayudamos a generar interés en ello. Más bien estamos provocando que la gente se aleje al usar lenguajes que solo nosotros entendemos. Démonos la oportunidad de practicar la divulgación y romper el hermetismo. Existen libros de alquimia que aún no logramos decodificar, pues quienes conocían sus códigos murieron hace siglos. No permitamos que el conocimiento que generemos hoy requiera de siglos para ser comprendido o se pierda para siempre.
(*) Luis Erick Coy Aceves es Licenciado en Nanotecnología e Ingeniería Molecular por la UDLAP y actualmente estudiante del Doctorado en Ciencias del Agua en la misma institución. Entusiasta divulgador científico poblano.