Siempre han existido posturas encontradas entre jóvenes e individuos con edad provecta, es decir, maduros. Utilizo este término poco común, precisamente porque ya estando en el tiempo en el que físicamente experimento los efectos del tiempo en mi cuerpo, analizo lo que pude haber hecho y lo que desearía para mi futuro, en el que percibo el ocaso de mi vida (no viviré más de lo que ya he vivido) tratando de aprovechar lo que queda, con un muy genuino deseo de transmitir a las generaciones que vienen, todo lo que la experiencia me ha ido dejando y lo que he dejado de hacer, por torpeza, ineptitud, temores y… ¿por qué no? desidia. A estas alturas, me siento como un término lingüístico utilizado ya con muy poca frecuencia.
Este sentimiento es particularmente común entre los viejos. Tan es así, que a lo largo de la historia han existido organizaciones civiles que han buscado orientar y guiar a las nuevas generaciones. Tal vez el ejemplo más claro de esto se representa por la creación de los Ateneos de la juventud, que son organizaciones civiles que han impulsado a los jóvenes para que puedan expresarse, desempeñarse, exteriorizarse y desarrollarse, liberando todas sus potencialidades para poder construir un mundo mejor.
Los orígenes de estas asociaciones se pierden en el tiempo, aunque se sabe que los romanos, que promovían la cultura más selecta, tomaban como modelo el culto a la diosa Atenea o Minerva (protectora de las artes y de la ciencia), buscando enaltecer el modelo intelectual y erudito que pudiese redondear la vida del ser humano. Particularmente notoria fue la creada por Publio Elio Adriano (76-138), en el monte Capitolino alrededor del año 135 y que duraría hasta el siglo V. Posteriormente, a fines del siglo XVIII y principios del siglo XIX, los Ateneos cobraron auge como lugares de reunión en los que se daban conferencias y cursos por parte de eruditos y literatos, contribuyendo a la difusión de ideas liberales y propositivas, buscando el desarrollo social. Uno de los más famosos fue el fundado por Walter Scott (1771-1832) y Thomas Moore (1779-1852), en Londres, en 1824.
En España, destaca el Ateneo Científico y literario de Madrid, fundado en 1820 y el Ateneo Catalán de Barcelona, (1860-1872), que al fusionarse con el Círculo Mercantil, dio lugar al Ateneo Barcelonés, fundado en 1872. En México, son dignos de mención el Ateneo de México y el Ateneo Mexicano de Ciencias y Letras, fundados en 1840 y 1882, respectivamente.
El 28 de octubre de 1909 se fundó el Ateneo de la Juventud, y si bien no duró muchos años (se desintegró en 1914), de ahí surgió la Escuela Nacional de Jurisprudencia que actualmente alberga en sus instalaciones a la Facultad de Derecho de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). En esa época, bajo el gobierno de José de la Cruz Porfirio Díaz Mori, mejor conocido como Porfirio Díaz (1830-1915), se enaltecía la cultura del extranjero, menospreciando lo local. Los miembros del Ateneo de la Juventud apostaron por preservar la cultura nacional y si bien se centraron en la educación y las artes, por supuesto abordaron y contribuyeron a difundir posturas políticas, oponiéndose al mandato de Porfirio Díaz. Estas críticas no fueron del todo destructivas y algunos de sus miembros tuvieron algún tipo de vínculos con el gabinete presidencial, sin embargo, es justo mencionar que dieron lugar a la creación de instituciones de trascendental importancia como la Universidad Popular Mexicana y la misma UNAM.
Diversas transformaciones se han dado desde su creación, aunque la última se llevó a cabo en el año 2011, adoptando el nombre de Ateneo Nacional de la Juventud. Se promueve como una organización sin afiliación a partido político alguno, sin fines de lucro, proponiendo que su objetivo principal sea brindar herramientas y poder a los jóvenes para facultarlos en establecer propuestas encaminadas a actuar positivamente en las principales decisiones y acontecimientos de la vida pública en las esferas educativas, culturales, artísticas y políticas.
Es muy difícil valorar en la ciudad de Puebla las actividades de esta organización; sin embargo, es de muy fácil percepción visualizar que hacen mucha falta centros de formación de esta índole, en un momento en el que los jóvenes deben de enfrentar un mundo extremadamente complejo, con problemas que avanzan en una forma inexorable, a una velocidad mayor que las estrategias de inteligencia que deben de irse generando en una forma rápida. No se trata de criticar a la ligera, sino de establecer propuestas que puedan impulsar los muchachos para que logren las metas que les vayan imponiendo sus ideales y sus sueños.
La adaptación de las nuevas generaciones al medio actual no solamente implica una competencia de un carácter que llega a ser feroz, sino que se presenta en modelos de convivencia muy difíciles, con un medio ambiente en rápido deterioro, recursos que en su límite plantean riesgos con soluciones extremadamente complejas y una necesidad de rescatar la concepción humanista del mundo, cuando la visión mercantilista domina en función de valores relativos.
Más allá de la necesidad de adecuar los planes de estudio a opciones que enfaticen la formación académica como punto de partida para que los jóvenes se eduquen mejor, es de una urgencia impostergable fomentar la cultura física, la artística, la nutricional y la tolerancia social, pues estos rubros han sido menospreciados a partir del inicio de la formación en la educación media superior, en nuestro país. Con una juventud más sana podremos aspirar a ver crecer a personas que lleguen a la vida adulta en mejores condiciones que las actuales. Con gente mejor preparada se pueden establecer procesos de competencia más justos y equitativos, haciendo de esta condición algo particularmente útil, pues no debemos dejar de considerar que donde no hay competencia, simplemente hay incompetencia.