María Eugenia Mendoza Álvarez es una científica mexicana de amplia trayectoria y reconocimiento dentro y fuera del país. Es cofundadora de los laboratorios de Difracción de Rayos X, Estudios Cristalográficos y Crecimiento de Materiales Ferroicos del Instituto de Física y fue la primera directora del Instituto de Física Luis Rivera Terrazas de la Universidad Autónoma de Puebla de 2017 a 2021.
Pero la ocupación, aspiraciones y afanes de María Eugenia Mendoza Álvarez no se circunscriben únicamente al laboratorio y la investigación rigurosa, sino que se amplía también a otros ámbitos del quehacer social, como la equidad de género.
De trato afable y gentil, la doctora en Química por la Universidad de Ginebra, Suiza, manifiesta su preocupación por la llamada Doble y hasta Triple Jornada que enfrentan miles de mujeres en nuestro país, es decir: la imposición de cargas laborales que no se limitan al ámbito profesional, sino que se extienden al papel de las féminas como madres de familia y también como parejas.
“Creo que aunque ha habido avances, hace falta todavía lograr equidad en muchos aspectos, lograr que las mujeres tengan las mismas condiciones que tienen los varones, porque siguen siendo aún más difíciles para las mujeres”.
La charla, vía telefónica, pasa por el trato que reciben las mujeres científicas en un ámbito que sigue siendo dominado por los hombres, lo cual supone, por ejemplo, que en cuerpos colegiados que definen apoyos para investigaciones, prevalezcan criterios machistas que marginan de recursos a las investigadoras.
En ese sentido, María Eugenia Mendoza Álvarez considera que es necesario incluir a más mujeres en ese tipo de organismos deliberativos, pero deja claro que no se trata de obtener cuotas de género cumplidas para los registros oficiales, sino de la integración de mujeres con talento y probidad para garantizar que los proyectos científicos reciban el respaldo que se merecen sin la impronta, voluntaria o no, del machismo.
Desde mediados del siglo pasado la incursión masiva de la mujer en la educación superior es una realidad en México, al grado de que hoy se habla de una feminización de la educación superior, al superar el 50 por ciento de la matrícula nacional, y en un porcentaje cercano (alrededor del 40 por ciento) integran el Sistema Nacional de Investigación (SNI), los cuerpos académicos y las plantas docentes; no obstante, aún persisten resabios de un discurso y hegemonía masculina que por siglos ha sesgado la igualdad y equidad de género en las diversas esferas de la vida social.
Si bien el paradigma de las profesiones tradicionalmente masculinas o femeninas se ha venido abajo, hoy existen secuelas de aquello que permeó por décadas las mentalidades: “Las mujeres son de letras, los hombres de ciencias”, y las ciencias exactas son un ejemplo de la desigualdad numérica en este campo.
El 13 de febrero de 2020, la Dirección de Comunicación Social de la máxima casa de estudios publicó una entrevista con María Eugenia Mendoza Álvarez, de la cual se toma un fragmento para esta entrega:
—Es notable el aumento de mujeres en la educación superior en México. El porcentaje de egresadas de las universidades, por ejemplo, pasó de ser 19 por ciento en 1970 a casi 52 por ciento en la primera década de este siglo. No obstante, persisten sesgos de género que enfrentan las mujeres a lo largo de su vida profesional.
—Ciertamente se ha avanzado mucho, pero todavía hay mucho por hacer en cuanto a un mayor reconocimiento de las mujeres. Y esto debe empezar desde la familia y la casa donde aún hay una educación desigual. Es necesario promover, desde los padres, una educación integral de las niñas y niños para impulsarlos desde las primeras etapas de su vida. En lo que concierne a la universidad, desde el nivel medio superior debemos apoyar la orientación vocacional: que las y los jóvenes tengan todos los medios para desarrollar la confianza en sí mismos, que son capaces de seguir el camino que elijan.
—¿Cuáles son los retos y desafíos para dar el salto?
—Creo que hay mucho por hacer. A nivel de algunas profesiones hay un desfase, así lo muestran las estadísticas del país y el mundo. La maternidad, por ejemplo, no debe ser una restricción para una carrera o desempeño profesional. Las científicas en México tenemos algunas ventajas con respecto a otros países en el tema del empleo y salario en las universidades. En Europa, Estados Unidos y Japón hay pocas profesoras en las universidades, son contadísimas excepciones. En México no es así, pero sí es necesario seguir trabajando para lograr la equidad entre los géneros.
—En el caso de la UAP, en el nivel III —el más alto— del SNI hay cinco mujeres y 45 hombres. ¿Esto tiene que ver con una incursión tardía en la ciencia o con la maternidad o los roles femeninos en la casa?
—No, no lo creo. Quienes fuimos madres mientras estudiábamos o hacíamos el doctorado pudimos combinar las dos actividades en el caso de compartir con la pareja la crianza; no fue fácil, pero es posible. Es decir, sí influye la maternidad, pero no es determinante. Procede comentar que el nivel III en el SNI es un reconocimiento a una trayectoria en la investigación, sea mujer u hombre. En mi opinión, el hecho de que haya muy pocas mujeres en el nivel III se debe más bien a la conformación de las comisiones evaluadoras del SNI; allí hay un sesgo. Hoy las políticas de Conacyt buscan que en estas comisiones haya paridad de género. La nueva administración federal ha reforzado esta cuestión: que las comisiones evaluadoras estén conformadas por igual número de hombres y mujeres, y así también las de los programas de financiamiento de proyectos. Yo creo que esto es un buen avance y los efectos se verán reflejados en un futuro cercano. En México es una realidad que hay muchas mujeres en ciencia.
—¿En la UAP es así?
—Sí, hay un número importante de profesoras investigadoras.
—Sin embargo, la mayoría está dedicada a las áreas de humanidades, salud y educación.
—Sí, hay que promover oportunidades, evaluar capacidades, no en función del sexo, ni raza o religión, sino por capacidades y habilidades. Por otro lado, hay que trabajar metodologías pedagógicas, psicológicas, para estimular en las mujeres la confianza en ellas mismas para que se dediquen a lo que quieran en función de sus capacidades y habilidades que también hay que reforzar. Antes, desde primaria, se fomentaba en las niñas la costura, el bordado, y en los niños otras habilidades, hay que retomar esto para ambos sexos por igual, como un conocimiento para la vida, para saber vivir con autonomía e independencia; saber lo mínimo o básico en cocina, plomería, costura o electricidad. Hay que insistir en que haya un aumento en el subsidio a la universidad, para promover la apertura de laboratorios y talleres donde las y los estudiantes puedan prepararse en la práctica, desde el nivel de prepas.
—¿Qué papel tiene en todo esto la universidad?
—La universidad desempeña un rol importante como agente transformador de la sociedad; hay que educar desde aquí para cambiar patrones mentales, sociales, culturales. Desde la universidad hay que trabajar por la equidad de género, uno de los puntos de la agenda 2030 de la ONU es justamente este.
—¿Cómo surgió su vocación por la ciencia, cuándo supo que quería ser científica?
—Desde secundaria me interesé por la ciencia; mis papás siempre nos apoyaron para estudiar lo que quisiéramos, teníamos disciplina con respecto al estudio. Desde niños, mis hermanas y hermanos tuvimos acceso a los libros, las películas de ciencia ficción y todo eso fue conformando un gusto por la ciencia. Después en licenciatura, ingrese al personal docente universitario como asistente de laboratorio en la preparatoria Alfonso Calderón, estaba como rector el ingeniero Luis Rivera Terrazas, quien promovió un programa de superación académica para el personal docente, reinaba un ambiente de transformación, de entusiasmo por el quehacer académico, de tal modo que continué mis estudios de posgrado en la Universidad de Ginebra, Suiza, y regresé a la BUAP a incorporarme, primero a la Escuela de Ciencias Químicas, y posteriormente al entonces Departamento de Física del Instituto de Ciencias, hoy Instituto de Física desde 1990.
—Los docentes son determinantes en la formación y despertar de vocaciones…
—Sin duda. Yo tuve muy buenas y buenos profesoras y profesores en la primaria, secundaria, preparatoria, licenciatura y posgrado. Tienen un papel fundamental y también la universidad. La investigación es importante, pero lo trascendente es formar bien a los estudiantes, formar buenos ciudadanos, buenos profesionistas, que contribuyan y retribuyan a su sociedad. La universidad pública tiene este papel y la UAP lo ha hecho bien. Esto es lo que nos puede llenar de satisfacción: el trabajo docente del día a día, la discusión, reflexión y cuestionamiento para habilitar un pensamiento crítico, es parte de la formación para la investigación. Hacer diálogos constructivos, perseverancia, constancia, disciplina.
La doctora María Eugenia Mendoza pertenece al Cuerpo Académico 171 Materiales Complejos e Inteligentes, del IFUAP, el cual ha contribuido con la generación de conocimiento en ciencia básica y con aportaciones para el desarrollo de tecnología. En los últimos 20 años, con financiamiento Conacyt-UAP, ha impulsado la conformación y consolidación del laboratorio de difracción de rayos x, uno de los equipamientos más importantes para estudiar la estructura atómica de cualquier sustancia.