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Juan Pérez Jolote

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Pozas, Ricardo. (2018). Juan Pérez Jolote. México: Fondo de Cultura Económica, Trigésima cuarta reimpresión.
Pozas, Ricardo. (2018). Juan Pérez Jolote. México: Fondo de Cultura Económica, Trigésima cuarta reimpresión.

Introducción

 

“Juan Pérez Jolote” es el relato de la vida social de un hombre en quien se refleja la cultura de un grupo indígena, cultura en proceso de cambio debido al contacto con nuestra civilización.

El marco de las relaciones en que se mueve el hombre de nuestra biografía, descrito aquí en sus rasgos más importantes, debe ser considerado como una pequeña monografía de la cultura chamula. No se logra en su totalidad el conocimiento de un grupo, en un momento de su proceso cultural, mediante la narración del ambiente en que se mueve el hombre (menos aún, cuando faltan todos los antecedentes históricos del grupo); sin embargo, la comprensión de la biografía es más clara con la descripción de los componentes más importantes de dicha cultura.

Nuestro ejemplo es típico, ya que caracteriza la conducta de muchos de los hombres de su grupo (exceptuando la participación en el movimiento armado de la Revolución Mexicana, que fue un accidente de su vida). No es una biografía excepcional; por el contrario, es perfectamente normal dentro de su medio, salvo las causas que obligaron a salir de su pueblo.

En sus relaciones sociales, como todos los hombres de su pueblo, convive dentro de dos tipos de economía: indios con restos de organización prehispánica la una, y nacional de tipo capitalista, occidental, la otra.

Dado el carácter de la narración, no es posible exponer, en forma sistemática, los dos tipos de economía a que se ha hecho referencia, pero, para ayudar a comprender mejor la distinción que se ha establecido entre ambos, conviene algo acerca de estas diferencias.

Constituyen los chamulas un grupo de indios, de más de 16,000 individuos, que hablan la lengua tzoltzil y que viven en parajes diseminados por las montañas de la altiplanicie de San Cristóbal, cercanos a Ciudad Las Casas. Tienen un centro, el pueblo de Chamula, destinado a usos ceremoniales, donde habitan las autoridades políticas y religiosas…

Juan Pérez Jolote

 

La tierra de mis antepasados está cerca del Gran Pueblo en el paraje de Cuchulumtic. La casa donde nací no ha cambiado. Cuando murió mi padre, al repartirnos lo que dejó para todos sus hijos, la desarmamos para dar a mis hermanos los palos del techo y de las paredes que les pertenecía; pero yo volví a levantarla en el mismo lugar, con paja nueva en el techo y lodo para el relleno de las paredes. El corral de los carneros se ha movido por todo el huerto para “dar cultivo” al suelo. El pus que usó mi madre cuando yo nací, y que está junto a la casa, ha sido remendado ya; pero es el mismo. Todo está igual que como lo vi cuando era niño; nada ha cambiado. Cuando yo muera y venga mi ánima, encontrará los mismos senderos por donde anduve en vida, y reconocerá mi casa.

No sé cuándo nací. Mis padres no lo sabían; nunca me lo dijeron.

Me llamo Juan Pérez Jolote; lo de Juan, porque mi madre me parió el día de la fiesta de San Juan, patrón del pueblo; soy Pérez Jolote, porque así se nombraba a mi padre. Yo no sé cómo hicieron los antiguos, nuestros “tatas”, para ponerle a la gente nombres de animales.

Desde muy pequeño me llevaba mi padre a quebrar la tierra para la siembra; me colocaban en medio de ellos, cuando padre y madre trabajaban juntos en la milpa. Era yo tan tierno que apenas podía con el azadón; estaba tan seca y tan dura la tierra, que mis canillas se doblaban y no podía yo romper los terrones; esto embravecía a mi padre, y me golpeaba con el cañón de su azadón, y me decía: “¡Cabrón, hasta cuándo te vas a enseñar a trabajar!” Algunas veces mi madre me defendía, pero a ella también la golpeaba. En otras ocasiones, siempre encontraba motivo para pegarme; cuando él costuraba un sombrero de palma y yo torcía la pita para una costura, y la pita se reventaba, me jalaba las orejas y me decía de nuevo: “¡Cabrón con qué me vas a pagar lo que te estás tragando, si no vas a aprender a trabajar como yo!”

Casi siempre me llevaba al monte a traer leña, y siempre que iba con él me pegaba; tal vez porque no podía yo cortar los palos con el machete. Tanto y tanto me pegaba que pensé salir huido de mi casa.

Un día domingo, a la hora en que por el camino la gente que vuelve de San Andrés, después de la plaza, me acerqué a una mujer zinacanteca y le dije llorando: “Mira, señora, llévame para tu casa, porque mi papá me pega mucho; aquí tengo mi seña todavía, y acá, en la cabeza, estoy sangrando; me pegó con el cañón de la escopeta”. “Bueno —me dijo la mujer—, vámonos.” Y me llevó para su casa donde tenía sus hijos, en Nachij.

No muy cerca de esta casa, en otro paraje, había una señora viuda que tenía cincuenta carneros. Cuando supe que yo estaba allí, vino a pedirme, diciendo a la mujer que me había traído: “¿Por qué no me das a ese muchacho que tienes aquí? No tiene papá, no tiene mamá; yo tengo mis carneros y no tengo quien me los cuide.” Luego me preguntó la mujer que me trajo: “¿Quieres ir más lejos de aquí; donde tu papá no te va a encontrar?” “Sí”, le dije. Y me fui con la mujer de los carneros, sin saber a dónde me llevaba.

Por el camino me preguntó si era yo huérfano: “No —le dije—, tengo padre y madre; sólo quiero que cuides mis carneros.” Y caminando siempre detrás de ella, llegamos a su casa; yo ya había andado por el monte con carneros, yo solía llevaros para que comieran y bebieran, pero no conocía las tierras de los zinacantecos, no sabía dónde había pasto y agua.

Al día siguiente me recomendó la dueña de los carneros con otras gentes que tenían rebaños, para que anduviera con ellos por el  monte pastoreándolos…

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