Con motivo de la “celebración” del día internacional contra del cambio climático, el pasado 24 de octubre se podían leer opiniones de lo más variopintas respecto del tema: desde aquellas que, en tanto idea central de dicha conmemoración, implica concientizar a la especia humana por sus acciones, hasta aquellas que niegan todo lo referente al suceso. Nos referimos pues, a la negación que proviene no solo de la visión hegemónica de la economía, sino también de esa clase a la que sirven. Como sea, son evidentes dos aspectos: primero, que existe un alto grado de componente antropocéntrico en relación a la degradación ambiental y, segundo, en la actualidad, las especies humana y no humana estamos bajo una amenaza existencial sin precedentes por cuanto a esa misma cuestión se refiere.
Recientemente, por ejemplo, en el mes de septiembre pasado, esta amenaza se puso de manifiesto con la llamada tormenta Daniel; en Libia, cobró cerca de veinte mil vidas y otras tantas desaparecidas. Es decir, no solo los fenómenos hidrometeorológicos son más recurrentes y extremos, sino que, además, se presentan con una mayor brutalidad. La pregunta que podríamos hacernos es: ¿son solo eventos desafortunados? o, como sostiene la visión hegemónica de la economía ¿se trata de errores evitables de la política económica? o bien ¿son verdaderas señales de, como pusiera de manifiesto Walter Benjamin, un tren sin frenos que va hacia el abismo?
Por la forma específica del funcionamiento de la economía mundial capitalista y su modo de producción, entendido éste como un sistema social histórico, en donde la vida social está determinada por lo que se produce y cómo se produce, podemos encontrar en él, el punto de partida de esta problemática a la que nos hemos referido en tanto amenaza existencial de las especies. El modo de producción de la economía mundial capitalista y sus relaciones sociales de explotación tanto del trabajo como de la naturaleza son, en última instancia, la verdadera escena del crimen. Cuando se emprende el camino de la investigación de las causas fundamentales de esta otra plaga, es decir, el caos climático que engendra dicho modo de producción, tendríamos que avanzar de lo que representa en apariencia este fenómeno, hacia lo concreto o esencial de éste.
Para ejemplificar lo anterior, el Panel Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC) que nos ha alertado una y otra vez acerca del umbral de peligro en el que se encuentra la especie humana hoy respecto de la era preindustrial, no ahonda en esas causas esenciales del problema. Solo se limitan a advertir y señalar que vamos rumbo al abismo y que ello es responsabilidad de la especie humana. Lo mismo ocurre con otros organismos multilaterales que reducen la problemática en esos mismos términos, y obligan a tomar medidas sostenibles dentro del marco de un sistema social que hoy se ha vuelto inviable. Esta es una postura que ha cobrado cierta legitimación entre científicos, políticos e intelectuales, y que se ha denominado como la tesis del Antropoceno. La misma ONU no ha vacilado un solo instante en llamarlo de esta forma incluso en sus documentos oficiales.
La problemática climática y ambiental actual es más profunda que eso; incluso si se tratase de culpar a la especie humana por ella, no habría lógica en cuanto a que, por el propio funcionamiento específico de la economía mundial capitalista y su modo de producción de los satisfactores, solo una proporción ínfima de ésta, la clase capitalista, y sus estilos de vida, son los que han generado la mayor degradación ambiental. No por eso, negamos que la especie humana sea responsable de una huella ecológica; sin embargo, no es comparable ésta con aquella que genera la lógica de acumulación del capital y con los modos de vida a los que hemos hecho referencia.
Así hemos podido llegar a una categoría como lo es la de caos climático: el cambio climático es un hecho, pero no constituye una crisis ambiental o climática y, mucho menos, es responsabilidad de la especie humana. En tanto crisis, como sabemos, existen oscilaciones; de la crisis se puede pasar al auge o equilibrio. En el momento de la actual fractura metabólica respecto de la relación especie humana y naturaleza, no existen las condiciones para que esta fractura se dirija hacia la recuperación o el equilibrio sino más bien, hacia la extinción de las especies. La fase de recuperación solo existe para la perspectiva dominante de la economía y la clase a la que sirve; claro, cuando al seguir la ruta de la incesante acumulación de capital retorna éste con una ganancia, suponen que existe la reversibilidad. Se ignora por completo la Segunda Ley de la Termodinámica y en específico la Ley de la Entropía.
En ese sentido, ya Nicholas Georgescu-Roegen (1996) había denunciado que la ciencia económica se construyó sobre los presupuestos de la mecánica clásica, la cual se ocupaba únicamente del proceso de locomoción que, por naturaleza es reversible y, por tanto, por la dinámica del modo de producción de la economía mundial capitalista, el planeta pasó de ser un sistema abierto a uno cerrado en términos energéticos, en base al uso de fuentes de baja entropía: las fuentes energéticas fósiles. Al señalar esto, y sin ser un economista marxiano, lo valioso de su análisis consiste en evidenciar la dialéctica entre el modo de producción capitalista, mecanicista, y la Ley de la Entropía. Por tanto, por entropía se debe entender transformación, y es aquella que mide el grado de desorden del mundo físico, dentro de un sistema cerrado y, en ese sentido, como señala Jorge Riechmann (1996), es la medida científica de todas las cosas que ya no pueden ser como antes.
En esos términos, es como hoy podemos hablar de la Era del Capitaloceno, en donde el caos climático se muestra con toda su brutalidad, en contraposición a la tesis del Antropoceno, pues es evidente que por la naturaleza del funcionamiento de la economía mundial capitalista y su modo específico de producción, su lógica de valorización del capital, la relación social de explotación del trabajo y de la naturaleza, el recurrir a fuentes energéticas de baja entropía, y otras tantas mediaciones de las que se sirve para reproducir su propia existencia, hemos dejado atrás la Era del Holoceno, con una duración aproximada de doce mil años, para presenciar una nueva Era geológica que, en tan solo poco más de quinientos años, nos conduce a una nueva extinción de las especies humana y no humanas en el planeta. Pero no se trata aquí de adherirnos a las tesis de los catastrofistas o colapsistas, sino que, en términos de lo que propone Hugo Zemelman (2011), construir desde el presente opciones de futuro viables. Este es un tema en torno al cual también existe una basta discusión, el discernir en torno a ella debe hacerse de manera urgente, la gravedad del asunto así lo impone.
Referencias
Fernández Buey, Francisco y Riechmann, Jorge. [1996 b]. Ni tributos. Ideas y materiales para un programa ecosocialista (Madrid, España: Siglo XXI de España Editores S.A.).
Georgescu-Roegen, Nicholas. [1996 a]. La Ley de la Entropía y el proceso económico (Madrid, España: Fundación Argentaria – Visor Distribuciones).
Zemelman, Hugo. [2011]. Configuraciones críticas. Pensar epistémico sobre la realidad (México: Siglo XXI Editores, S.A. de C.V.).