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Escuela de Economía de la BUAP: ¡imposible olvidarte!

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En la década de los ochentas la sociedad mexicana, la economía y las políticas del país se vieron afectadas por la crisis del capitalismo mundial, cuya envergadura, según la CEPAL, se aprecia en el siguiente texto:

En 1982 América Latina sufrió su crisis económica más profunda de todo el período de posguerra, y probablemente la más grave desde la Gran Depresión de los años treinta. En la gran mayoría de los países de la región dicha crisis se tradujo en un deterioro de casi todas las principales variables macroeconómicas.

A lo anterior cabe agregar que la Escuela de Economía de la BUAP venía discutiendo la pertinencia de sus planes y programas de estudio en el marco del agotamiento de los modelos económicos de la órbita de la Unión Soviética, el fin del ciclo propuesto por la CEPAL y los nuevos desafíos en torno al desarrollo industrial y productivo que requería el país.

Todo ello en medio de una historia de intensas luchas estudiantiles que no solo se expresaban al interior de la Universidad, sino también en la política estatal.

En este ambiente de pasión y frenesí, propios de la vida, cultura y luchas del pueblo mexicano —lo comprendí después—, me incorporo como profesor en el año 1984. Su director, licenciado Jaime García Barrera, tenía el serio propósito de sacar adelante una propuesta académica para darle a la Escuela un sentido coherente con los desafíos de la época. Así fue como luchó tenazmente, y cada paso dado se iba reflejando o tomando forma en el ámbito académico, pero principalmente en lo político. La relación de los contenidos académicos y las características del mundo agrario, del sistema municipal y la economía local, todas realidades cambiantes y dinámicas, era indispensable profundizar. El cuerpo docente comprendió estos requerimientos, incorporando los estudios e investigaciones de campo al acervo de conocimientos.

El Centro de Procesamiento de Datos fue otro peldaño en este devenir del quehacer de la Escuela de Economía, adquiriendo, por ello, más autonomía en los trabajos de análisis estadístico, proyección económica, almacenamiento de datos, etcétera. La irrupción de la informática se transformó en una herramienta cotidiana de las actividades académicas.

En la Escuela de Economía de la BUAP muchos nos hicimos parte y abrazamos el proyecto académico, participando también de extendidas discusiones colectivas, en no pocas ocasiones hasta altas horas de la noche, analizando la pertinencia, los potenciales obstáculos que en el cotidiano enfrentaríamos y los nuevos desafíos que se fueren derivando en su implementación y desarrollo.

Lo anterior moldeó un equipo docente con una gran complicidad político-académica, en el buen sentido del término, pero por sobre todo, y no puedo dejar de mencionarlo, un grupo que practicó siempre la más sincera camaradería y amistad, que mantengo hasta el día de hoy.

Creo también que una vertiente interesante y que le dio la fortaleza indispensable a la Escuela de Economía fue, sin duda, el grupo de estudiantes de aquella década. La mayoría, animados del más genuino deseo de participar, discutir, entender y problematizar cada tema en el contexto de su propia realidad local —muy rica y diversa—, y defendiendo con ahínco cada opinión, nos proporcionó a  los profesores el ingrediente necesario para sentirnos todos formando parte de un gran proyecto universitario.

En el año 1988 debí regresar a mi país, Chile, para asumir otras tareas y desafíos que no podía eludir. Consigo me traje la extraordinaria impronta de un país desafiante, con sus dolores pasados y victorias del presente, y la solidaridad de su pueblo reflejada en colegas y amigos entrañables que conservo hasta hoy.

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