Agustín Yáñez, 2014, Fray Bartolomé de las casas. El Conquistador Conquistado. México, Editorial Planeta
Cuando el 31 de julio de 1566 murió fray Bartolomé de las Casas en Madrid, múltiples pechos se desbordaron de alegría, por la impertinencia del nonagenario dominico. Más de medio siglo había resonado su voz inexorable espantando la tranquilidad de algunas conciencias. Había emponzoñado el logro de la victoria; que era no sólo el botín, sino la lucha misma, consuetudinariamente la tildaba de “injusta, inicua, inhumana, tiránica, demoniaca, enderezada contra derecho y razón”.
Del Rey para abajo todos escucharon el pávido clamor. Conquistadores, encomenderos, comerciantes, gobernantes, consejeros y cómplices, hervían de indignación. El emplazamiento a otra vida, ennegrecía el panorama de la España imperial, conquistadora de un mundo nuevo.
Ni en el trance de la muerte cejó el perturbador.
“Estando con la candela para partir de este mundo —pidió a todos que continuasen defendiendo a los indios, y arrepentido de lo poco que había hecho en esta parte, suplicaba le ayudasen a llorar esta omisión—; protestó que cuanto había hecho quedaba corto: Por eso Fray Bartolomé era odiado por medio mundo, particularmente por los conquistadores y otros interesados que trataban tan diferente a los indios.”
Pero también de puño y letra, medio año antes de su muerte le escribió a S.S. el Papa Pío V, en términos tan inflamados que más parecen de adolescente lleno de arrebatos y no de anciano en víspera de morir.
“…porque son muchos los lisonjeros que ocultamente, como perros rabiosos e insaciables, ladran contra la verdad, a V.B. humildemente suplico que haga un decreto en que declare anatematizado a cualquiera que dijese que es justa la guerra que se hace a los infieles, solamente por causa de idolatría, o para que el evangelio sea mejor predicado, especialmente aquellos gentiles que en ningún tiempo nos han hecho ni hacen injuria. O al que dijese que los gentiles no son verdaderos señores de lo que poseen, o al que afirmare que los gentiles son incapaces del evangelio y salud eterna, por más rudos y de tardo ingenio que sean, lo cual ciertamente no son los indios, cuya causa, con peligro mío y sumos trabajos, hasta la muerte yo he defendido, por la honra de dios y de su Iglesia, en mi libro tengo probado bien claramente que todas estas cosas son contra los sacros cánones y leyes evangélica y natural, y también lo probaré más evidentemente, si fuere posible, porque lo tengo clarísimamente averiguado y concluido”.
“Porque la experiencia, maestra de todas las cosas, enseña ser necesario que los obispos tengan cuidado de los pobres cautivos, hombres afligidos y viudas, hasta derramar su sangre por ellos. Humildemente suplico que mande a los obispos de Indias por santa obediencia, que tengan cuidado de aquellos naturales, que tengan todo cuidado de aquellos naturales, los cuales llevan sobre sus flacos hombros, contra todo derecho divino y natural, un pesadísimo yugo y carga. Por lo cual es necesario que V. Sa. mande que los dichos obispos defiendan esta causa, poniéndose por muro dellos, hasta derramar su sangre, como por ley divina son obligados. Suplico a V. B. humildemente que les mande a los obispos a aprender la lengua de sus ovejas, declarando que son ellos obligados por la ley divina y natural. Porque muchos obispos desprecian aprender la lengua de sus feligreses”.
“Grandísimo escándalo y no menos detrimento de nuestra santísima religión cristiana es que Obispos y frailes y clérigos se enriquezcan magníficamente permaneciendo sus súbditos recién convertidos en tan suma e increíble pobreza, que muchos por tiraría, hambre sed y excesivo trabajo, cada día miserabilísimamente mueren. Suplico que declare a los tales ministros ser obligados por ley natural y divina, a restituir todo el oro, plata y piedras preciosas que han adquirido.”
Este párrafo final, enderezado contra obispos, frailes y clérigos enriquecidos, explica la virulencia del odio que supo Las Casas concitarse.
El testamento de Fray Barlolomé fue abierto el día que murió (17 de marzo de 1564), donde escribió:
“Dios me eligió por su ministro para procurar por aquellas gentes de las que llamamos Indias, poseedores y propietarios de aquellos reinos y tierras, sobre los agravios, males y daños nunca vistos ni oídos, que de nosotros los españoles han recibido contra toda razón e justicia. Debemos librarlos de la violenta muerte que todavía padecen, y perecen, como han perecido y despoblándose por esa causa muchos millares de leguas de tierra, muchos de ellos en mi presencia, por solo Dios y por compasión de ver perecer tantas multitudes de hombres racionales, domésticos, humildes, mansuetísimos y simplicísimos, y muy aparejados para recibir nuestra santa fe católica y toda moral doctrina y ser dotados de todas buenas costumbres, como Dios es testigo que otro interés nunca pretendí; por ende digo que tengo por cierto y lo creo así, porque creo y estimo que así lo tendrá la santa Romana Iglesia, regla y mesura de nuestro creer, que cuando se ha cometido por los españoles contra aquellas gentes, robos e muertes y usurpaciones de sus estados y señoríos de los naturales reyes y señores, tierras e reinos, y otros infinitos benes con tan malditas crueldades, ha sido, contra toda razón natural, e grandísima inmaculada de Jesucristo y su religión cristiana, y en total impedimento de la fe.
De la misma época del testamento es el último de los memoriales presentado por Las Casas al Consejo de Indias, llegando a las siguientes conclusiones que textualmente dicen:
La primera, que todas las guerras que llamaron conquistas fueron y son injustísimas, y de propios tiranos.
La segunda, que todos los reinos y señoríos de la Indias tenemos usurpados.
La tercera, que las encomiendas o repartimientos de indios son iniquísimos, y de “per se” malos, y así tiránicas, y la tal gobernación tiránica.
La cuarta, que todos los que las dan pecan mortalmente, y los que las tienen están siempre en pecado mortal, y si no las dejan no se podrán salvar.
La quinta, que el rey nuestro señor, que por Dios prospere y guarde, con todo cuanto poder Dios le dio no puede justificar las guerras y robos hechos a estas gentes, ni los dichos repartimientos o encomiendas, más que justificar las guerras y robos que hacen los turcos al pueblo cristiano.
La sexta, que todo cuanto oro y plata, perlas y otras riquezas que han venido a España, y en las Indias se trata entre nuestros españoles, muy poquito sacado, es todo robado, digo, poquito sacado, por lo que sea quizá de las islas y partes que ya habemos despoblado.
La séptima, que si no lo restituyen los que lo han robado y hoy roban por conquistas y por repartimientos o encomiendas y los que dello participan, no podrán salvarse.
La octava, que las gentes naturales de todas las partes y cualquieras dellas donde habemos entrado en al Indias tienen derecho adquirido de hacernos guerra justísima y raernos de la luz de la tierra, y este derecho les durará hasta el día del juicio.
Fray Bartolomé de las Casas (1474-1566), forjador de la “leyenda negra” de la Conquista, defensor de los indígenas, luchó contra todas las adversidades y fue consecuente con ello hasta sus últimos días. Agustín Yáñez presenta una exhaustiva revisión histórica de las cualidades de Fray Bartolomé.