El sistema nacional de ciencia y tecnología en México se puede decir que es “joven”, es pequeño y está altamente concentrado. Un rasgo importante a destacar es que casi el 90 por ciento de la investigación en México –y en general en América Latina– se hace dentro de recintos universitarios o de educación superior.
Es un sistema joven porque cuenta con apenas 42 años de antigüedad, considerando como punto de referencia el momento de institucionalización de esta actividad, pues se considera 1970 como el año de inicio de la institucionalización, que coincide con el momento de creación del Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología (Conacyt). Por supuesto que antes había habido investigadores y centros de investigación pero su actividad y esfuerzos –aun siendo muy importantes– eran poco sistemáticos. Esta antigüedad es mínima si se la compara con la antigüedad de los sistemas europeos o norteamericanos.
Es un sistema pequeño porque el número total de científicos que se dedican a esta actividad es de aproximadamente 40 mil investigadores tanto en instituciones públicas como privadas. Este número –como el de casi todos los registros de investigación en México– ha crecido, pero lo hace desde un valor de inicio muy bajo. En particular, de 2006 a 2011 se registró un incremento de casi 3 mil investigadores en el Sistema Nacional (SNI), pero su tasa de crecimiento fue similar a la de otros periodos presidenciales. De ellos, solo un tercio es reconocido a nivel nacional por el Sistema Nacional de Investigadores del Conacyt (SNI).
En México, existe un ámbito de desempeño y fomento de la ciencia y la tecnología definido por una política que en los hechos es bastante restrictiva por más que en el discurso se reconozca que estamos en la “Sociedad del conocimiento” y por tanto, su importancia es central. Esta política restrictiva no ha variado desde hace décadas. Los gobiernos panistas han tenido la misma actitud que los priistas en esta materia.
El origen social de los investigadores en México ha cambiado profundamente, de 1970 –con los estudios de Larissa Lomnitz2– a la fecha, se percibe un cambio muy acentuado en cuanto al acceso que las clases sociales “populares” han logrado hacia actividades vinculadas a la ciencia y que anteriormente eran espacio exclusivo de las clases altas y educadas. Este cambio en el origen también está ligado a los esfuerzos personales que los investigadores mexicanos han hecho para que este segmento muestre adelantos a pesar de la timorata política científica del gobierno mexicano.
El sistema de investigación esta muy altamente concentrado: territorialmente, en la capital de la República; institucionalmente, en cuatro instituciones (UNAM, Politécnico, UAM y Cinvestav). Se han hecho esfuerzos tímidos por descentralizar pero con muy pocos resultados. Se ha impulsado de manera preferencial a los sistemas de algunos estados (Jalisco, estado de México, Puebla, Guanajuato, Nuevo León y Veracruz); en algo que se parece más a una “multiconcentración” que a una real desconcentración.
Un efecto de distorsión muy evidente es el que se ha impuesto un criterio de evaluación “ciego”, sostenido básicamente por la productividad e ignorando que con esto se está dando preferencia a las instituciones “macro” que son las mejor dispuestas para mostrar mejores niveles de productividad y aislando –cada vez más– a las instituciones pequeñas y medianas.
Otros efectos negativos de la alta concentración en las actividades de investigación son: auto limitación del propio crecimiento de las macroinstituciones, imposición de una agenda de investigación con los temas de relevancia de las macro instituciones; “enanismo” en los sistemas de investigación de los estados con menor nivel de desarrollo; fragmentación de las relaciones salariales entre universidades favoreciendo a las ubicadas en la capital de la República.
Uno de los indicadores más utilizados a nivel mundial para identificar el “grado de compromiso” de los gobiernos en materia de ciencia y tecnología es la relación entre el Gasto en Investigación y Desarrollo Experimental (GIDE) y el Producto Interno Bruto (PIB), que en México se ha mantenido en una evolución inercial dentro de la banda de 0.35 a 0.47 %, en ese espacio puede subir o bajar pero no se logra romper la barrera del medio porciento. En el calderonismo, evidentemente esta inercia se ha mantenido.
FUENTE: CONACYT (2012). Indicadores de Ciencia y tecnología. México.
La gama de variación de los indicadores es muy limitada y corresponde a una banda muy por abajo de la unidad porcentual. Los crecimientos de los que se jactan las administraciones gubernamentales siempre están dentro de estas estrechas bandas. El reto de una política de ciencia y tecnología nueva es romper con las bandas de comportamiento inercial. Durante los dos últimos sexenios presidenciales no ha habido voluntad de romper con la inercia que ha impuesto una política de ciencia y tecnología más comprometida con un desarrollo basado en nuestros recursos y necesidades.
El balance final del periodo de Felipe Calderón en el tema de la ciencia y la tecnología es el de un alto continuismo en las políticas tradicionales, poco creativas y sin un objetivo importante de largo plazo.
Referencias
1 Profesor-Investigador de la Facultad de Economía de la BUAP
2 Lomnitz, L. (1981). Estructura de organización social de un instituto de investigación, México, [manuscrito]; Ideología y socialización: el científico ideal, en Relaciones, núm. 6. México.