Las políticas de los gobiernos ante el Patrimonio son un termómetro infalible para medir su compromiso social. El patrimonio, sea este cultural o ambiental, es el conjunto de bienes heredados (y constantemente acrecentados, pero también destruidos y perdidos) que nos identifican como sociedad. Los bienes culturales son fundamentales para la construcción de la identidad al proporcionar los puntos de referencia necesarios para reconocernos como grupo. Es por ello que la destrucción del patrimonio, su manipulación para obtener beneficios personales, o la renuncia a su protección —obligación de la autoridad—, constituyen faltas graves que incluso rayan en el delito, además de que contribuyen a aumentar la pobreza, tanto material como espiritual, de la sociedad. Un atentado contra el patrimonio es una agresión hacia la sociedad que lo ha heredado y lo custodia.
Aunque muchos bienes culturales son intangibles y difíciles de convertirse en mercancía, el neoliberalismo busca despojar a la sociedad de todo aquello que es valioso, convirtiéndolo en mercancía o en objeto de transacción. En el estado de Puebla los políticos sin escrúpulos, nos han dado a lo largo del sexenio variadas muestras de cómo se puede destruir, mercantilizar, usar y abusar del patrimonio causando daños irreversibles a los bienes culturales y ambientales de Puebla. Hay que tomar en cuenta que aunque solemos hacer la diferencia entre bienes culturales y ambientales, en realidad son inseparables, ya que cuando una minera, por dar un ejemplo, destruye el paisaje y causa daños al medio ambiente, también destruye sitios arqueológicos y lugares de socialización, atenta contra las costumbres y las tradiciones y modifica violentamente las formas de vida de las comunidades, elementos todos ellos que son parte del patrimonio.
En este ensayo nos vamos a referir de manera muy resumida a algunas de las atrocidades que este gobierno agonizante ha perpetrado contra el patrimonio cultural, particularmente el arquitectónico y artístico, así como contra al paisaje histórico de Puebla y Cholula. El primer atentado se realizó con el proyecto del Viaducto Zaragoza o segundo piso de Los Fuertes. Un proyecto que se anunció con bombo y platillo con ostentosos espectaculares que exhibían con descaro las toneladas de cemento que iban a destruir el paisaje histórico del 5 de mayo, entrando triunfalmente a la ciudad por la histórica calle 2 Norte que desemboca en el Zócalo. Este segundo piso pasaría por encima del monumento mausoleo a Zaragoza y por encima del arco de Loreto, afeando y destruyendo el paisaje y mancillando la memoria de los muertos de la batalla del 5 de mayo.
Por razones conocidas, puesto que en aquellas fechas la prensa todavía se hacía eco de las luchas ciudadanas por la defensa de patrimonio (especialmente del Comité de Defensa del Patrimonio Cultural y Ambiental de Puebla A.C.), el segundo piso quedó en una vía que sube por la ladera norte del cerro de Belén, y después de una subida forzada baja abruptamente y en curva para librar el monumento a Zaragoza. Queda, entonces, para la posteridad, el primer fracaso del gobernador Moreno Valle y su equipo, a quienes los ciudadanos obligamos a truncar su proyecto.
Para no dar el brazo a torcer, en el lugar donde se alzaban los anuncios espectaculares de la obra fallida, excavaron (para gastar el dinero que no habían podido malversar en el segundo piso), un inútil paso a desnivel que permite a los automóviles darse vuelo para llegar a estacionar velozmente en un semáforo (paso a desnivel del boulevard 5 de mayo, a la altura del Hospital del IMSS). Pero en esta broma, además de gastar dinero, destruyeron el primer sistema de distribución de agua que conoció la ciudad, una obra de ingeniería del siglo XVI que mostraba siglos de conocimientos del uso y aprovechamiento del agua que cualquier ciudad estaría orgullosa de mostrar. Con la connivencia del INAH, las piedras de este singular complejo han desaparecido, sin dar explicaciones a la ciudadanía.
El gobierno de Moreno Valle estaba dispuesto a transformar el cerro de Los Fuertes. No en vano su lema sexenal es el de “acciones que transforman”. Después de echar a perder las ruinas de la iglesia del cerro de Guadalupe (las ruinas al parecer incomodan a los políticos) y de encerrar con rejas lo que es un parque natural, se encaprichó con un magno proyecto que, ahora sí, llevaría a cabo cueste lo que cueste. Sin olvidar que para que la vista del señor Gobernador no se molestara con las rudas piedras sin pulir del fuerte de Loreto, se lo remozó con una pulida capa de cemento que recuerda los castilitos de Disneylandia.
Para cumplir con su sueño de inaugurar un teleférico, se destruyó una casa histórica catalogada (la Casa del Torno), bajo la complacencia otra vez del INAH y se levantó una torre que desafiaba la iglesia de San Francisco. Ignorando que de acuerdo con los reglamentos estatales, nacionales e internacionales, las alturas de las nuevas construcciones no pueden rebasar ni competir paisajísticamente con las construcciones históricas. Al INAH, al parecer se le olvidó recordarle este dato al gobernador. Y así fue como tuvo que demoler la torre ubicada en el predio frente a la iglesia de San Francisco conocido como estación Valdés (después de haber despojado del predio a los propietarios). La Casa del Torno sigue destruida, bajo la connivencia, ahora, del ICOMOS.
El proyecto del teleférico es el más arrogante y a la vez el más ridículo de todos los proyectos del señor gobernador. Ha terminado en tres torres, moles de innegable fealdad arquitectónica cuyas cabinas no conducen a ninguna parte, e irrumpen en el paisaje de la ciudad de Puebla como recordatorio (¿hasta cuándo?) de la inútil arrogancia de un sexenio. Probablemente el teleférico más inútil y caro del mundo.
Otro de sus proyectos estrella es el Museo Barroco, enfáticamente bautizado Internacional. No queremos ensañarnos en los aspectos fallidos de dicho museo, empezando por el arquitectónico, sino centrarnos en el tema del patrimonio. Los museos son pieza indispensable en la tarea del estudio, difusión y conservación del patrimonio. Por lo tanto el análisis de todos los desaciertos realizados en el proyecto museológico del MIB exhibe la ausencia de políticas culturales serias, y en especial los dislates en sus políticas sobre el patrimonio. Todo se ha reducido a ocurrencias. El museo no tiene colección (por mucho que quieran disfrazar la compra de algunas obras como política de adquisiciones) y por lo tanto no es un museo. Porque los museos nacen de una colección (o varias), pero nunca al revés. Al no tener acervo, ni especialistas ni investigadores que lo estudien, lo organicen y lo difundan, las exhibiciones se presentan bajo dos ejes: las exposiciones temporales, que se compran ya hechas, como la comida precocida; y el expolio de los museos y colecciones existentes.
Sin consultar los especialistas en arte de Puebla, se han desmantelado museos como el Bello y González o el Alfeñique. Primero cesaron sus empleados, para ahorrar gastos y a la vez evitar la mirada de quienes podían dar constancia de la sustracción de las piezas más valiosas. Cabe decir, que esta ausencia de personal está causando daños irreparables en las colecciones. Tras el despojo de los museos se pasó a pepenar obra de las colecciones religiosas, la propia catedral en primer lugar, logrando lo que en la actualidad, en las prácticas museológicas más avanzadas del mundo se evita a toda cosa: la descontextualización de las obras. Pero en la versión morenovallista del barroco, éste no se admira o disfruta (o se venera) en su lugar original, sino que hay que seguir el itinerario turístico organizado por las autoridades para que lo que deben ser vivencias estéticas o religiosas pasen a ser puro entretenimiento y ocio. Dicho de otra manera, un parque temático del barroco.
Para terminar con broche de oro, el señor Gobernador perpetró una acción que transforma el espacio ritual, sagrado, histórico, cultural, estético y paisajístico más importante de Puebla en otro parque temático; estamos hablando de Cholula. Resulta paradójico que un gobernador embelesado con el barroco, no sepa que en aquella época las virtudes del buen gobernante eran la sabiduría y la prudencia. Del barroco el señor Gobernador escogió la vertiente frívola, lo artificioso y el oropel. Y mientras trata de distraer con sus fiestas cortesanas de la cultura, Puebla sigue aumentando sus altos índices de pobreza, marginación y represión social.