Solo en la cumbre
—Marty —preguntó Kasemeyer—, ¿cuánto tiempo hace que eres matón?
—Mucho tiempo, señor.
—¿Quiénes han sido algunos de tus blancos?
—Usted lo sabe tan bien como yo, señor; los dos Kennedy, M. L. King, y muchos, muchos otros.
—¿No fuiste tú quién liquidó a Huey Long?
—No soy tan viejo, señor. Ese blanco fue de mi padre.
—Vienes de una familia de mucho cuidado.
—Gracias señor.
—¿Un puro?
—No, gracias, señor, no fumo.
Kasemeyer le tiró un puro a Marty que le pegó en el pecho, luego cayó al suelo.
—Cógelo. Desenvuélvelo. Enciéndelo. Fúmatelo.
Marty recogió el puro, le quitó el celofán, quitó uno de los extremos de un mordisco, se lo metió en la boca.
—No tengo fuego. Señor.
Kasemeyer apretó un botón que había sobre su mesa. Se abrió la puerta y entró el tipo grande.
—Percy —dijo Kasemeyer al tipo grande—, enciende a este hombre.
—¿A él o al puro, señor Kasemeyer?
—De momento, sólo al puro.
Kasemeyer sacó y preparó un puro para él mientras Percy cumplía con su deber.
—Ahora, gordito, ven aquí y enciéndeme el mío.
—Sí, señor Kasemeyer.
—Percy fue hacia el otro lado de la mesa y encendió el puro de Kasemeyer.
—Gracias, gordito, ahora quédate por aquí.
—Sí, señor Kasemeyer.
Kasemeyer se echó hacia atrás y dio una buena calada a su puro. Soltó el humo.
—¡Ah…!
Después miró a Marty.
—¿Te gusta el puro?
—Sí, señor Kasemeyer.
—Ahora quiero que cojas tu puro y pongas el extremo encendido contra la palma de tu mano izquierda.
—¿Qué?
—Ya me has oído. Ahora, hazlo.
—Marty se quedó mirando a Kasemeyer.
—¡Déme un respiro, señor Kasemeyer!
—Tienes 15 segundos. O te lo incrustas en la palma de la mano o te quedas sin mano, quizá sin brazo, o quizá más…
Marty se quedó sentado inmóvil mientras Kasemeyer chupaba su puro y soltaba un penacho de exquisito humo.
—Cinco segundos…
Marty apretó el puro contra la palma de la mano izquierda, cerrando los ojos.
—¡Dios mío, Dios mío! —gritó.
—¡Cállate! ¡Y sigue apretándolo, hijo de puta!
Marty apretó, mordiéndose desesperadamente el labio inferior…
—Ya vale, ahora puedes seguir fumando…
El puro le temblaba entre los labios.
—Enciéndele el puro otra vez, Percy, creo que se le ha apagado…
Entonces Kasemeyer volvió a mirar a Marty, que apenas chupaba su puro mientras miraba de reojo su mano izquierda.
—¡Tonto del culo, te has cargado al que no era!
—¿Qué?
—Queríamos que liquidaras a Henry Muñoz.
—Y lo hice.
—¡Te has equivocado de hombre!
—Señor, las fotos, el amaneramiento, la ropa…, todo coincidía. Estaba sentado a la misma mesa del restaurante a la misma hora de la noche en que acostumbraba ir. ¡Incluso pidió el menú de siempre, su plato preferido y su vino preferido!
—¡Estabas demasiado ansioso, tonto del culo, le volaste los sesos al tipo equivocado! ¡No fue un buen golpe! ¡Es un milagro que no te hayas limpiado al camarero!
—¡Lo siento, señor, déme otra oportunidad!
—¿Por qué sois todos unos jodidos incompetentes, Marty?
—No lo sé, señor. ¡Estoy seguro de que nunca me había equivocado de hombre!
—Gordito, ¿por qué son todos unos jodidos incompetentes?
—No lo sé, señor.
—A veces me siento como si estuviera completamente solo en el mundo. Otras veces sé que es así.
Se hizo un silencio. Kasemeyer chupaba su puro y soltaba penachos de humo hacia arriba…
—Escuche, señor Kasemeyer —dijo Marty rompiendo el silencio—, déme otra oportunidad con Henry Muñoz, ¡esta vez seguro que lo cojo!
—¿Es eso cierto?
—Déjeme sólo dispararle una vez más a ese tipo, señor.
—¡Muy bien, vas a tener un disparo más! ¡Ponte de pie!
Marty se puso de pie.
—Ahora, ¡date una patada en el culo!
—¿Qué? ¿Cómo?
—Tienes quince segundos para resolverlo.
A medida que Marty intentaba infructuosamente patearse el trasero la mirada se le iba desorbitando y poniéndose cada vez más atemorizada. Kasemeyer empezó a reírse, se reía y se reía, hasta que terminó tirando el puro y sujetándose la barriga. Entonces, de golpe, paró.
—Vale, ya es suficiente.
Miró a Percy.
—¡Gordito, dale tú una patada en el culo! ¡Sácalo de una patada por esa puerta y por el pasillo y por la puerta principal a la calle!
—Por favor, señor Kasemeyer, acabaré con Muñoz! ¡Le pegaré un balazo en los huevos que le hará saltar los sesos!
Kasemeyer hizo un gesto con la cabeza a Percy.
La primera patada dio en el blanco. Percy atravesó la puerta detrás de Marty y le dio otra patada, Fue dándole patadas a lo largo del pasillo hasta la calle. Luego regresó.
—Señor Kasemeyer, que lástima que se equivocara de hombre.
Kasemeyer chupó, soltó el humo.
—Joder, gordito, no se equivocó de tipo.
—¿Quiere decir que liquidó a Muñoz?
—Le voló las tripas a través del agujero del culo. Un gran trabajo.
—Entonces, ¿por qué…?
—¡Nunca me preguntes el porqué de nada, gordito!
Percy pestañeó tristemente.
Kasemeyer tomó nota de ese hecho.
—¡Está bien, está bien, no te me pongas sensiblero! ¡Te lo diré! ¡Lo único que pasa es que estoy cansado de ese tipo! Además sabe demasiado. Ya ha trabajado suficiente para mí. ¡Demonios, cómo puedo estar seguro, alguien podría hablar!
—¡Sí, sí, eso es verdad! ¿Qué va a hacer?
—Vamos a matar al matón. Está planeado para esta noche. Ésta será su última noche sobre la tierra.
—¿Se ha cansado de él, eh jefe?
—Sí, digámoslo así.
—Jefe, ¿y alguna vez se va a cansar de mí?
Charles Bukowski, la más impactante prosa de alcantarilla: la indecente energía de la furia, el malhablado lenguaje de los bares y una exuberante impertinencia constituyen su voz experta en interrumpir la algarabía de “un mundo lleno de canciones de amor espantosas”. Charles Bukowski (1920-1994) fue el último escritor “maldito” de la literatura norteamericana.