Galvani versus Volta

Los inicios de la neurociencia inevitablemente nos llevan a conocer la historia del médico Luigi Galvani (1737-1789) y del físico Alessandro Giuseppe Antonio Anastasio Volta (1745-1827), quienes en una interesante controversia, provocaron una verdadera revolución en los fenómenos biológicos y físicos.

Más o menos por el año 1780, Galvani enseñaba medicina haciendo experimentos relativamente sencillos y efectuando disecciones de animales. En una ocasión, mientras disecaba la pata de una rana, el bisturí con el que estaba haciendo un corte tocó accidentalmente un gancho de cobre del que estaba colgada la extremidad y se dio un movimiento brusco. La repetición de este proceso incluyó la aplicación de pequeñas corrientes eléctricas en la médula espinal de animales muertos, provocando precisamente contracciones musculares con sus respectivas sacudidas, como si el animal cobrara vida. Emocionado con este descubrimiento, trató de deducir lo que pasaba, denominando a este fenómeno electricidad animal. La divulgación de estos experimentos provocaron que Alessandro Volta, en la Università degli Studi di Pavia o la Universidad de Pavía, corroborara lo que afirmaba Galvani; sin embargo, las explicaciones del médico no le parecieron lo suficientemente convincentes como para generar una afirmación contundente. Según Volta, era particularmente obvio que el impulso nervioso transmitido al tejido muerto era de naturaleza eléctrica; sin embargo, había que demostrar esta teoría.

Imagen de la página 59 de “The medi- cal and surgical uses of electricity: inclu- ding the X-ray, Finsen light, vibratory therapeutics, and high-frequency currents” (1903); tomada de Internet Archive Book Images, en flickr.com

Imagen de la página 59 de “The medi- cal and surgical uses of electricity: inclu- ding the X-ray, Finsen light, vibratory therapeutics, and high-frequency currents” (1903); tomada de Internet Archive Book Images, en flickr.com

Se generó una disputa —que por cierto, duraría de por vida— en la que Galvani propondría que la electricidad provenía del tejido mismo, mientras Volta afirmaba que la corriente aplicada a los nervios y músculos harían pasar un fluido eléctrico que provocaría las contracciones musculares. De ahí surgió una conclusión fascinante, pues si un material orgánico en estado de alta humedad se pone en contacto con dos metales diferentes comenzará un flujo de corriente eléctrica que cerraría un circuito, de modo que al dar la vuelta se generaría el estímulo y el consecuente movimiento. Este es nada más y nada menos que el principio de la pila o batería que ahora nos es tan familiar, pero que en el siglo XVIII resultaba algo verdaderamente sobrenatural.

Volta, siendo físico, tenía las herramientas para medir corrientes eléctricas y valorar sus diferencias con un aparato inventado por él y al que denominaba electroscopio. Colocó una pinza de cobre y otra de zinc (similares a las que Galvani usaba en la preparación de sus ranas disecadas) y pudo hallar una diferencia eléctrica, generando el impulso. Pero entonces fue más allá. Tuvo la ocurrencia de demostrar su teoría, experimentando en sí mismo. Se puso una pinza en la boca, otra en uno de sus ojos y percibió una sensación de luz. Entonces pudo rechazar la hipótesis de Galvani de la existencia de electricidad animal, ganando la disputa, en una forma científica realmente elegante. No solamente era un pensador verdaderamente brillante, sino además, era profesor de física en la Universidad, miembro de la Real Sociedad de Londres y del Instituto de Francia.

Su inquisitiva mente lo llevó a continuar investigaciones en este efecto utilizando dos metales, lo que le llevaría a inventar la batería voltaica, que consistía en una torrecilla de discos de cobre y de zinc, colocando entre ellos delgadas tiras de madera circular o telas de distinta trama, humedecidas con una solución salina. Conectaba los extremos de los discos con unos delgados alambres y así podía generar un flujo de corriente, en una forma continua y no con interrupciones. Así, logró uno de los avances tecnológicos más importantes en la historia de la ciencia y por supuesto de la humanidad, pues en estos momentos ninguno de nosotros podría prescindir de las baterías para la utilización de cualquier aparato eléctrico.

Galvani aceptó su derrota con una aflicción y una pena tan grande que lo deprimieron de por vida. Por otro lado, había nacido en Boloña. En 1796, Napoleón Bonaparte ocupó el norte de Italia fundando la República Cisalpina, donde quedó incluida Boloña. Esto implicaba que todos los ciudadanos juraran obediencia a una nueva constitución, a lo que Galvani se negó. Entonces fue destituido como profesor de medicina, situación que representó un golpe literalmente brutal y aunque unos años más tarde, amigos y alumnos que lo apreciaban y valoraban lograron que su puesto como docente le fuese restituido, ya no pudo recibir este beneficio, pues murió a los 61 años, en el mes de diciembre de 1798.

Ahora sabemos que los dos tenían en parte la razón, pues efectivamente, como Galvani lo propuso, existen corrientes eléctricas en los seres vivos. Gracias a este conocimiento tenemos métodos de diagnóstico médico como el electrocardiograma, el electroencefalograma y otros. Su problema fue no haber interpretado adecuadamente sus experimentos, pero estamos hablando del siglo XVIII, en un momento en el que la ciencia se hacía con aparatos tan rudimentarios que ahora nos llevan a esbozar una sonrisa pero también a reconocer lo extraordinario y sobresaliente de sus pensamientos.

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