El engaño de la medicina cuántica

El diámetro del átomo de Carbono es d = 1,54 Å. Calcular el número de átomos de Carbono yuxtapuestos que cubrirían la distancia de 1 mm lineal; la superficie de 1 mm2 y el volumen de 1 mm3.

Este es el primer ejercicio, del primer capítulo del libro Fisicoquímica Fisiológica, de los catedráticos españoles Jiménez-Vargas y Macarulla, que llevé en el primer año en que estudié la carrera de medicina y cuyas prácticas recuerdo con particular emoción. En ese entonces, la petulancia por haber ingresado a la Universidad, se ensombreció con esa sorpresa de tener que aprender cuestiones elementales del átomo, lo que le imprimía un carácter complejo a mis inicios de estudios superiores.

Imagen tomada de https://latricotilla.files.wordpress.com/2015/01/sanacic3b3n-ii.jpg

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Llegué a especular con toda sinceridad que aprender esa materia no me iba a servir a la larga en lo absoluto. Si se piensa en medicina, se evoca de inmediato la imagen de un enfermo, que debe curarse con medicamentos, cuyas fórmulas atómicas no se deben tener presentes al escribir una receta. Por otro lado, en general se imagina que al estudiar una carrera universitaria orientada a las ciencias biológicas, lo va a mantener a uno alejado de las matemáticas, la física o la química, situación contraria totalmente a la realidad. Tengo a la mano el amarillento libro y por más que he buscado los apuntes de esos ejercicios, están más perdidos que los pergaminos de la biblioteca de Alejandría.

Si deseamos acercarnos al conocimiento del cuerpo humano y su función, debemos analizar los conceptos de tejidos, moléculas y átomos, para estructurar mentalmente la Biología Molecular. Aunque esta área de la ciencia está en constante cambio, sus bases son suficientes para vislumbrar un panorama coherente con la dinámica de la vida.

Hablando del átomo y las partículas elementales, tenemos que imaginar lo que sucede al nivel más básico de la materia. Los electrones forman una verdadera nube en la que se encuentran girando a una velocidad cercana a la de la luz alrededor del núcleo. Es tal la rapidez, que es imposible determinar con precisión, su posición y su movimiento. En términos matemáticos, mientras más aspiremos a conocer la masa y la velocidad de un electrón, menos conoceremos su colocación ni su momento lineal. Esto condicionó una teoría que planteó el físico alemán Werner Karl Heisenberg (1901-1976), llamada Principio de Incertidumbre. En este punto se esboza la Mecánica Cuántica, en la que se hace un bosquejo orientado a averiguar, determinaciones energéticas que no se pueden explicar a través de la física que conocemos y que percibimos.

Pero si bien no es factible definir en dónde se encuentra un electrón en un momento fijo, se puede saber cuál es la probabilidad de encontrarlo en una determinada región. El físico austriaco Erwin Rudolf Josef Alexander Schrödinger (1887-1961) estableció una serie de cálculos, desarrollando finalmente la Ecuación de Onda de Schrödinger, por la cual fue merecedor al Premio Nobel de Física en 1933.

En el libro de Jiménez-Vargas y Macarulla, se explica que (cito textual) “el cuadrado de la función de onda (ψ2) determina la probabilidad de encontrar un electrón en un punto dado o dicho en otras palabras, considerando un tiempo fijo, por ejemplo 100 s, esta función (ψ2) nos indica la fracción de tiempo en el cual el electrón está en este punto” (para cualquier duda con respecto a estos conceptos, consulte a su físico). El resultado de esta ecuación marca los números cuánticos, que señalan las características del giro de los electrones alrededor del núcleo y sobre sí mismos.

Pero esto no es todo. Faltaría mencionar la “excentricidad de la órbita electrónica” denominada número cuántico azimutal, los subpisos o subniveles, el número cuántico magnético, el número cuántico de spin, los orbitales y el Principio de Exclusión de Pauli, en la que el físico Wolfgang Ernst Pauli (1900-1958) afirmó que no pueden existir dos o más electrones con los números cuánticos iguales, por lo que recibió en 1945, el Premio Nobel de Física.

Evidentemente esto es complejo y se debe entender que la medicina cuántica es un absurdo, pues es imposible alterar o modificar las características cuánticas de los átomos. El hecho de que algunas personas sientan un beneficio con su aplicación no implica un provecho real, sino un efecto denominado placebo, que se valora en toda la investigación biomédica y que se refiere a la percepción de mejoría, cuando se toma una sustancia inerte y sin efectos positivos o negativos en un organismo vivo.

La ignorancia es patrimonio de la humanidad. Aceptarlo es necesario pues todos lo somos de una forma u otra. Pero también si somos realistas, constituye un motivo de constante responsabilidad, buscar salir de la ignorancia a través de cualquier mecanismo, lo que implica experimentar, observar, estudiar y valorar intuitivamente nuestro entorno. Para esto no se necesita ser letrado, tampoco tener un grado universitario ni mucho menos, ser físico, matemático, médico o biólogo.

Por último, ahora comprendo la importancia de haber estudiado la fisicoquímica, pues con un recuerdo vago de esas materias, puedo afirmar con toda la contundencia que los médicos cuánticos engañan y si bien esto no es algo necesariamente malo (los seres humanos somos  mentirosos en potencia), el problema es cuando timan, estafan, defraudan o lo peor, ilusionan con falsas curaciones.

Tal vez quienes se dedican a esto podrían calificar mi aseveración como algo demasiado agresivo; pero para salir de mi ineptitud, debo retar a cualquier médico cuántico a que me explique, en una forma práctica y sencilla, el Principio de Incertidumbre de Heisenberg, la Ecuación de Onda de Schrödinger y el Principio de Exclusión de Pauli, como mínimo. Bajo esto podríamos hablar desde el punto de vista médico, utilizando el mismo lenguaje.

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