Libre movilidad de personas

Una comunidad de personas con intereses comunes no necesitaría regular su tránsito, salvo en aquellos casos relacionados con la integridad física y moral de los connacionales. Es paradójico que las mercancías y el capital tengan libre movilidad entre países y los humanos que hacen posible su existencia, no. Los tratados comerciales signados por México confieren a los capitales de origen extranjero el mismo trato que a los nacionales y establecen que en caso de diferendos, sean terceros los que resuelvan, en cambio, excluyen la libre movilidad de personas y jamás ofrecen tratar a los inmigrantes como si fueran nacionales, respetarle sus derechos laborales, migratorios y humanos y, en caso de desavenencias, que sean terceros los que resuelvan. Los capitales externos pueden apropiarse de nuestros recursos, destruir la naturaleza, contaminar suelos, mares, ríos y acuíferos, el aire, calentar el planeta, apropiarse de nuestras semillas y saberes, expoliar nuestro territorio y degradar nuestras vidas en aras del progreso y del desarrollo, en cambio, nuestros emigrados deben vivir en aislamiento, sin familias, sin derecho a la residencia y cuestionados por la cotidianidad de sus usos y costumbres y confinados en guetos, donde no se les vea ni se les escuche.

La mayoría de los inmigrantes de México, Centro América y el Caribe en Estados Unidos se ocupan en actividades de escasa calificación laboral y disminuidas remuneraciones salariales, no tienen derecho a la organización sindical ni al reclamo de salarios devengados si su condición migratoria es irregular. El otorgamiento del gobierno norteamericano de visas de trabajo temporal promueve esa precariedad laboral: predominan las visas H-2A y H-2B y muy pocas para trabajos especializados (visas H1). En el penúltimo año del gobierno de Donald Trump se otorgaron 8 mil 27 visas de trabajo temporal (H) para inmigrantes procedentes de Guatemala, El Salvador, Honduras y Haití; dos años después, ya estando en la presidencia de EE. UU. Joe Biden, esas visas llegaron a 10 mil y es plausible que para este año sean 23 mil, lo que significaría el 4 por ciento del total de visas H otorgadas por EE. UU. Esos países han sido devastados por la guerra, avasallados por el narcotráfico, violentados en su soberanía por el gobierno norteamericano, saqueados por propios y extraños, destruidos sus sistemas de salud por el neoliberalismo y precarizados en sus condiciones de trabajos, para muchos de los nacionales de esos países, emigrar a EE. UU. es una opción para acceder a una vida digna y/o reunirse con su familia, los migrantes de esas nacionalidades que transitan por México buscando realizar el sueño americano son por lo menos diez veces más que las visas H que Joe Biden les ha otorgado, aumentarlas como lo solicitó el presidente de México a su homólogo de EE. UU. es un acto de humanismo urgente. Lo ideal es que no hubiera la necesidad de emigrar o que hubiera libre movilidad de personas, como ya la hay de mercancías y de capital.

México no es una opción de destino para la mayoría de los emigrantes centroamericanos o caribeños, ni aquí reside su familia ni tampoco visualizan el logro de sus deseos ni la movilidad laboral buscada. Militarizar las fronteras no ha impedido el tránsito de migrantes, lo hace más peligro y costoso, pero no lo mengua, al contrario, aumenta el tiempo de estancia en el país de destino e incrementa el deseo de residir definitivamente en ese país, lo que generará reunificación de familiares posteriores y un incremento de los flujos migratorios no deseados ni autorizados. Revertir las condiciones que inciden en la emigración es una de las opciones de largo plazo, lo cual requiere su democratización con justicia y bienestar; a mediano plazo se tendrán que regularizar los inmigrantes no documentados que residen en el país de destino, y de corto plazo, aumentar las visas de trabajo, tanto las de menor calificación como las de habilidades especiales y conocimientos consolidados.