No entiendo por qué se les llama “estrellas” a ciertos actores, sobre todo considerando que, en el ámbito del cine y televisión actuales, se ha vuelto demasiado común, aplicándose a demasiados personajes, perdiendo su significado original y altamente exclusivo. Este término se ha dejado de reservar para aquellos que realmente van dejando huellas imborrables en la industria del entretenimiento.
Por otro lado, lastimosamente se aplica a personas asociadas con una belleza y atractivo sexual que no necesariamente es de un gusto generalizado. Además, estas condiciones muchas veces acentuadas artificialmente con procedimientos quirúrgicos, rompen con lo natural y tienden a subestimar el verdadero talento en el arte de actuar en quienes no encajan bajo este tipo de estereotipos.
Con el auge de las redes sociales, la fama se ha democratizado y la línea entre un actor y un influencer se ha vuelto más indefinida. Algunos consideran que el término “estrella” ya no se aplica a la misma realidad que antes, de modo que ha pasado de ser una metáfora que evoca fama y admiración, a una que puede ser vista como simplista y por lo mismo, restrictiva a lo que realmente es la maestría en el ámbito de la actuación.
Yo prefiero llamarles estrellas específicamente a los cuerpos celestes masivos que brillan con luz propia. Me emociona imaginar cómo, compuestas esencialmente por Hidrógeno y Helio, generan grandes cantidades de energía a través de reacciones nucleares que se llevan a cabo en su núcleo. Esta energía es la que hace que las estrellas brillen intensamente y emitan calor.
Por supuesto soy un ignorante de la astronomía y mis emociones nacen precisamente de verlas prácticamente todos los días, cuando en estas épocas, ya pocos miran al cielo, tanto en los días como en las noches, con estrellas opacadas e invisibles por la contaminación lumínica.
La estrella que no solamente reconozco fácilmente, sino que me llena de emoción es Aldebarán, que se observa mejor desde el mes de diciembre hasta finales de abril o principios de mayo, aunque se puede ver casi siempre durante todo el año. Me ha acompañado a lo largo de mi vida en desveladas por infinidad de circunstancias, ya que se ve mejor a la media noche. Para ubicarla, me guío por la constelación de Orión, en dirección contraria a Sirio que es la estrella más brillante del cielo nocturno; y la primera de un color rojo brillante que se puede ver a simple vista es precisamente Aldebarán.
Pero hablando de constelaciones, constituye un motivo de incertidumbre, la razón por la que se ha llegado a denominar “constelaciones familiares” a un método de psicología creado por Anton Hellinger, que después se haría llamar Bert Hellinger (1925-2019) quien fue un teólogo y espiritualista alemán que se orientó a las terapias en el contexto de la psicología sistémica que postula que los miembros de una familia se influyen recíprocamente en su salud y en su conducta y cómo se pueden descubrir y resolver sus dificultades. Definitivamente no existe un fundamento científico sólido y ampliamente aceptado para esta teoría y estrategia terapéutica, aunque ha ganado popularidad en los últimos años. El hecho de que no existan pruebas clínicas controladas con estudios estadísticos rigurosos, pone en entredicho su utilidad y eficacia. Se basan en conceptos intuitivos y experiencias subjetivas, más que en teorías psicológicas o neurocientíficas comprobadas.
El hecho de que las personas consideren que la efectividad de esta terapia se basa en la percepción individual, las hace difíciles de cuantificar, pues es imposible establecer lo que en investigación biomédica se denomina escala de medición. Pero tal vez lo que me genera más inquietud es que algunos de sus conceptos se basan en conjeturas que parten de “memoria ancestral” o “energía familiar” que carecen de todo respaldo científico.
Resulta sorprendente que muchas personas afirmen sentirse mejor después de someterse a este tipo de terapias, pero esto puede obedecer al efecto placebo; es decir, que el efecto psicológico positivo se puede dar con y sin la terapia, en una forma similar.
La palabra constelación evoca la imagen de un conjunto de estrellas conectadas entre sí, formando patrones y estructuras que han sido interpretadas a lo largo de toda la historia de la humanidad.
Las constelaciones más fáciles de observar desde México en este tiempo son la Osa Mayor, la Osa Menor, que se pueden distinguir con mucha facilidad, ya que la más grande tiene una típica forma de “cacerola” y la menor, alberga a la Estrella Polar que es nuestra guía hacia el norte.
La otra constelación es Orión, que se reconoce principalmente por tres estrellas alineadas que forman lo que se ha denominado el “cinturón”.
Y, por último, claramente recuerdo como en la infancia pude ver directamente a Andrómeda, que además de fascinante, tiene como importancia el que alberga a la galaxia de Andrómeda, que es nuestra vecina galáctica más cercana y que es posible ver a simple vista, como una pequeña mancha difusa en el cielo, alejándonos de la contaminación lumínica de las ciudades.
Desde tiempos muy antiguos, los astrónomos observaron en el cielo objetos borrosos que no parecían ser estrellas. En un inicio, denominados “nebulosas”, no se sabía realmente qué eran e incluso nuestra propia Vía Láctea, que se percibe como una banda luminosa que cruza el cielo, se pensaba que era una nube de gas y polvo.
Esto por supuesto generó innumerables debates, pero fue el astrónomo Edwin Powell Hubble (1889-1953), quien utilizando el telescopio Hooker, ubicado en el Monte Wilson, en California, Estados Unidos, al observar estrellas individuales dentro de algunas de estas nebulosas (como Andrómeda), determinó que se encontraban mucho más lejos de lo que se pensaba. Esto demostró que estas nebulosas en realidad eran galaxias independientes, gigantescas y llenas de estrellas.
Determinar el número de galaxias en el universo representa un verdadero desafío; sin embargo, la tecnología actual ha permitido estimar que existen alrededor de 2 billones de galaxias; es decir, un 2 seguido de 12 ceros en el universo visible. Esta asombrosa cifra se hace más sorprendente cuando, por citar un ejemplo simple, solamente en la galaxia en la que se encuentra nuestro planeta denominada Vía Láctea, existen entre 100 mil y 400 mil millones de estrellas.
Es importante destacar que estamos hablando del universo observable; es decir, la parte del universo que podemos ver desde la Tierra. El universo podría ser mucho más grande de lo que podemos observar, por lo que el número total de galaxias podría ser aún mayor.
Es por eso que Carl Edward Sagan (1934-1996), quien fue un astrónomo, astrofísico, cosmólogo, escritor y principalmente un reconocido divulgador científico estadounidense, haya afirmado contundentemente que “probablemente hay más estrellas en el universo observable que granos de arena en todas las playas de la Tierra”.