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Productos protegidos

El comercio libre de arancel y sujeto a acuerdos bilaterales ha sido sustituido por la imposición unilateral de tasas impositivas a la importación de un selecto número de productos mexicanos que generan saldo negativo en la balanza comercial de Estados Unidos (EE. UU.). Ahora el turno fue del jitomate (tomate rojo) mexicano, que deberá pagar un arancel de 17.09 por ciento a partir del 14 de julio del año en curso. El considerando para fijar ese gravamen obedece a un reclamo de los granjeros norteamericanos, quienes reiteradamente han acusado a su contraparte mexicana de vender jitomate por debajo del costo de producción. Cada día, las exportaciones de productos agropecuarios mexicanos son de 64 millones de dólares (md); el aguacate aporta 10.4 md; el jitomate, 8.3 md, y el pimiento, 5.1 md por día; nuestras exportaciones son principalmente a EE. UU. y si ese país nos impone un arancel, es probable que disminuyan el volumen y valor del jitomate mexicano importado.

Desde que entró en vigor la versión 1.0 del Tratado de Libre Comercio (1994), México ha tenido una balanza negativa en granos básicos (maíz, frijol, trigo y arroz) que hasta el año pasado sumó 96 mil 802 millones de dólares. Si lo prioritario de un gobierno es salvaguardar el interés público, proteger la inversión nativa, promover la generación de empleo, garantizar la rentabilidad empresarial, priorizar la soberanía de la nación, el equilibrio de los ecosistemas, conservar la biodiversidad y lograr un mayor poder adquisitivo de la población, sería necesario blindar la producción de granos básicos y estimular su producción con prácticas de cultivo que no sean tan agresivas al territorio y a sus variadas formas de vida, incluyendo la humana. Un comercio bi o multilateral sin aranceles es difícil de sustentar a largo plazo cuando los asociados tienen asimétricos recursos, infraestructura, tecnología, mecanización, subsidio y prácticas culturales de cultivo.

Sustraer los granos básicos de tratados comerciales, protegerlos con aranceles y ejecutar una estrategia de autosuficiencia alimentara no solo es justo para quienes los cultivan en México, ya que pueden mejorar su ingesta y calidad de vida, sino que generaría empleo, recuperaría territorios, conservaría biodiversidad, aumentaría la oferta nativa, ahorraría divisas y nos daría algo de seguridad ante las reiteradas arbitrariedades del presidente Donald Trump. Los granos básicos son parte sustantiva de nuestra dieta y cultura, su promoción debe estar por encima de criterios de productividad y competitividad: no comerciamos en mercados perfectos; el acceso a los alimentos permanentemente está asociado a exigencias no solo comerciales, sino de vasallaje y subordinación. Somos centro de origen y domesticación del maíz, tenemos semillas, territorio y conocimientos ancestrales en prácticas sustentables del cultivo de milpas, es inexplicable que nuestra dependencia (importaciones/consumo aparente) de maíz en términos de volumen sea de 42 por ciento, que, agregada a la dependencia alimentaria de trigo y arroz, de 71 y 81 por ciento, respectivamente, nos convierta en un país fácilmente vulnerable al carecer de una oferta nativa que alimente a su población.

Diversas voces han presentado estrategias de autosuficiencia alimentaria sin recurrir a las semillas transgénicas ni a los paquetes tecnológicos concomitantes; han resaltado la pertinencia de los cultivos asociados, el uso de eficientes sistemas de riego y semillas certificadas así como la capacidad de respuesta de la producción ante políticas de fomento agrícolas, entre otros, se han pronunciado al respecto el Instituto Nacional de Investigaciones Forestales, Agrícolas y Pecuarias, el Colegio de Posgraduados y la Unión de Científicos Comprometidos con la Sociedad. Reiniciar el debate sobre una estrategia de autosuficiencia alimentaria sustentable en un mundo multipolar será una pertinente consideración para cambiar el rumbo de las relaciones comerciales con lo tan buenos gobiernos vecinos.

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