Pedro Salmerón Sanginés es doctor en historia por la UNAM, ha escrito diez libros como autor único, tres en coautoría y publicado 40 artículos académicos y capítulos en libros colectivos. Entre sus obras destacan La División del Norte (2006), Los carrancistas (2010) y 1915: México en guerra (2015). Fue profesor de diversas universidades y miembro del Sistema Nacional de Investigadores de 1999 a 2019; actualmente es articulista de La Jornada e historiador independiente.
- La guerra sin fin
En 1526 el capitán Francisco de Montejo, afamado en la “conquista de México” y enriquecido desde entonces como pocos, obtuvo las capitulaciones necesarias para “conquistar” Yucatán. A fines de septiembre de 1527 llegó a Cozumel. Y un año después huyó a Veracruz tras haber ganado muchas batallas y fracasado por completo en su intención de sojuzgar a los mayas.
En 1531 Montejo regresó a la península al frente de una nueva expedición. Estableció su base de operaciones en Campeche y para 1535 no quedaba ningún español en Yucatán. En 1536 los mayas vencieron una tercera expedición.
En 1541 Francisco de Montejo el Mozo, hijo del anterior, encabezó un cuarto intento de conquista. Logró establecer ocupaciones permanentes en Mérida en 1542 y el Valladolid en 1543. Miles de guerreros nahuas acompañaron a los españoles en este cuarto intento. Y en 1546, según las crónicas españolas, se produjo una formidable insurrección que estuvo apunto de acabar con la precaria colonia. A partir de entonces, los españoles ya no se retiraron de la península, pero tampoco la sojuzgaron. Su ocupación fue superficial y en pequeños espacios que se expandían y retraían a ritmos variables.
Seguir esta historia exigiría otro libro que nos cuente cómo el último Estado maya reconocido como tal se sometió en 1696 o 1697 y, a pesar de ello, era mayor el territorio de la selva baja yucateca y las selvas tropicales del Petén y la Lacandona que no estaban bajo control español que aquel donde sus miembros estaban realmente sometidos.
Campañas no menos cruentas, no menos prolongadas, fueron necesarias para sojuzgar “la provincia de Chiapas”. Bernal Díaz del Castillo dice que “los chiapanecas” eran los mejores guerreros de “la nueva España”. La de su “conquista” es una historia tan larga y pavorosa como la de Yucatán hasta que los, de pronto, las naciones mayas de Chiapas se levantan en armas otra vez en 1994.
Para algunos historiadores, los mayas del posclásico estaban en “decadencia”. No se puede decir eso del “reino de Mechuacan” que, quizá por contacto marítimo con Perú, empezaba a trabajar la metalurgia de bronce cuando irrumpieron los españoles. Los purépechas habían derrotado completamente un intento de conquista de los mexicas y sus aliados en la década de 1470, y luego rechazaron proposiciones de alianza hechas por Cuitláhuac y Cuauhtémoc, aunque también se rehusaron a sumarse a la liga antitenochca.
En 1522 el cazonci (gobernante o rey) Tangáxoan Tzintzicha visitó a Hernán Cortés y aceptó someterse al rey de España. Rodrigo Martínez Baracs, estudioso del gobierno indio y español de “la ciudad de Mechuacan”, dice:
El cazonci Tangáxoan se sometía pacíficamente a Hernán Cortés, estableciéndose un pacto de señor a señor: el cazonci reconocía la soberanía del rey de España, quien a su vez reconocía al cazonci como señor y gobernador de la provincia de Mechuacan.
Sin embargo, en 1529 el presidente de la Real Audiencia (y enemigo de Cortés) Nuño de Guzmán mandó aprehender al cazonci y al año siguiente, encabezó una expedición a Michoacán en la que, tras capturarlo, lo torturó y asesinó, sometiendo al gobierno indígena al español en una campaña célebre por su crueldad y violencia. Tras sojuzgar a Michoacán, Nuño de Guzmán partió hacia Jalisco.
Las guerras en el norte empezaron formalmente con la expedición de Nuño de Guzmán a la Nueva Galicia, donde, más aún que en Michoacán, emuló y superó las peores acciones de Cortés en Cholula, Tepeaca o Calpulalpan. Entre 1529 y 1536 las huestes del feroz capitán asolaron una extensa comarca en la que fundarían el reino de la Nueva Galicia, centrado en el eje Guadalajara-Compostela. Sólo seis años después estalló la primera gran rebelión de indígenas que ya habían “aceptado” el dominio español: la Guerra del Mixtón, que estuvo a punto de acabar con los hombres procedentes de la península Ibérica en Jalisco. No está de más decir que en esa guerra encontró la muerte el adinerado, afamado e inquieto capitán Pedro de Alvarado.
Y entonces empezó la apasionante y descarnada historia del enfrentamiento bélico de frontera que se desarrolló entre 1550 y 1600 en el septentrión de la Nueva España: la guerra chichimeca, que da título al libro clásico de Phillip Wayne Powell:
A fines de 1546, una pequeña banda de soldados españoles, acompañada por una fuerza más numerosa de aliados indios y por unos cuantos frailes franciscanos, descubrió toda una cordillera que contenía plata, muchas leguas al norte y al oeste de la gran ciudad de México. El lugar del descubrimiento fue llamado Zacatecas…
La afluencia de indios y españoles a la bonanza de Zacatecas, ya en auge hacia 1550, lanzó al hombre blanco y a su omnipresente aliado indio hacia tierras desconocidas y hostiles. Los aguerridos indígenas nómadas de esta nueva frontera opusieron una enconada resistencia al avance de los pueblos cristianos y sedentarios que llegaban del sur.
Zacatecas. Por fin los españoles habían encontrado minas de plata dignas de las leyendas que se habían ido forjando desde que Hernán Cortés recibió los primeros presentes de Moctezuma 27 años atrás. Dicho estado se convirtió entonces en el centro de operaciones de la carrera hacia el norte; si se había descubierto en esas áridas serranías una veta tan rica, seguramente habría otras aún más lejos, y la pujante ciudad sería la plataforma de despegue de aventureros, fugitivos y toda suerte de buscadores de fortuna…