Que… para nosotros se trataba de transmitir a los niños un gran amor
por la naturaleza, por la vida, y al mismo tiempo la curiosidad por conocerla.
Diario de Marie Curie, 30 de abril de 1906.
Hace algunas semanas fuimos nuevamente invitados (lo que para nosotros en un verdadero honor y agradecemos en el alma), por nuestro hermano, amigo y maestro Raúl Mújica García, a participar en la Noche de las Estrellas en Puebla, el que quizá sea el evento más grande en cuanto a la divulgación de las ciencias se refiere, muchos de ustedes saben que es la noche en la que todo México voltea a ver a las estrellas y se reúnen para que los telescopios apunten al cielo y compartamos el gran espectáculo, que a muchos nos hace realmente soñar, eso, un evento a nivel nacional que con gran alegría vemos que año con año va creciendo más y más. Esta gran noche se ha ganado el lugar en el corazón de los mexicanos, y es por esta razón, cosa nada fácil eso de ganarse el corazón, debe mantenerse y es por eso por lo que año con año, el grupo encargado de la Noche de las Estrellas a nivel nacional se reúne y propone un tema rector para que sea el alma del evento.
En esta ocasión le ha tocado a Marie Curie, y es que este año 2024 se cumplen 90 años de su muerte (ella murió el 4 de julio de 1934). Por esta razón es que nos pusimos a buscar información, rogando a las musas de la divulgación científica se presentaran, y como lo solemos hacer; iniciamos realizando una búsqueda sobre qué le gustaba a Marie, cómo vivió su infancia, que le gustaba comer (no era mujer que comiera bien y en cantidades óptimas, al menos en su adultez), o cuantas veces esta gran mujer de ciencia se había enamorado (nos quedan claras, tres), cuántas hijas tuvo (dos, Ìrene y Ève Curie), y lo que nos asombró y fue verdaderamente revelador es dar cuenta de una Marya Sklodowska solidaria desde niña, una joven que manifestaba un compromiso social bastante arraigado (daba clases en polaco; enseñaba historia, cuando esta estaba prohibido; trabajó para ayudar a su hermana Bronya a estudiar y una vez terminara, llegaría el turno de Marya), y que daría cuenta de ello también durante su adultez (al estallar la Primera Guerra Mundial, instaló autos con rayos X que permitían tener radiografías y apoyar a los servicios médicos en el frente de batalla. Los llamaron “Los Pequeños Curie”), y lo que es todo junto ver a una mujer apasionada y no solo por la ciencia, pasión que fue adquirida por la vocación que despertaron en ella sus padres, ambos profesores, su padre docente de Física y de Química, pero hablamos de otra pasión, una que a nuestro parecer nos hace tener coincidencias con esa gran mujer y que por supuesto que nos permite sentirnos más cercanos, con la que hasta ahora (para muchos) había sido la gran Madame Curie, la inalcanzable, y nos referimos a una de sus pasiones: los recorridos en bicicleta con la intención de ejercitarse, pero también de redescubrir los paisajes y las especies que en conjunto le regalaban postales inolvidables. Para cuando el amor tocó a su puerta y fue correspondido (un año después de haberse conocido), de la mano de Pierre Curie, como era de esperarse se casaron (esto sucedió en julio de 1895), y con el dinero que les habían dado, se compraron dos bicicletas e hicieron un viaje casi por media Francia. Pierre y Marie también compartían una gran inquietud por el conocimiento, mismo que años después y hasta la muerte de ambos los caracterizaría.
Su gran pasión por la ciencia. Su ímpetu los llevó a ganar un premio Nobel juntos (ya después Marie sería acreedora a uno más en Química en 1911). Cuando Henri Becquerel descubre la radiactividad trabajando con Uranio, Marie Curie se encuentra a la búsqueda de un tema de investigación y casi de inmediato encuentra en la radiactividad un terreno fértil para iniciar, lo que llamaríamos, una gran aventura junto a su amado Pierre. Extenuante fue el trabajo que realizaron estos amantes de la ciencia, con poco dormir, mal comer y con una situación económica nada, para nada favorable, lograron procesar diez toneladas de pechblenda y obtener el que sería su pequeño hijo radiactivo el <<Radio>>, Marie Curie también descubrió el Polonio (le llamó así por el país por el que luchó, Polonia). Nuestra muy humana Madame Curie murió a los 66 años, víctima de su amado descubrimiento, pero también de un corazón magullado que nunca logró remendar, después de la muerte de su amado Pierre Curie, quién muriera un 19 de abril de 1906 al ser atropellado por un carro jalado por caballos. Marie tuvo que enfrentar los dimes y diretes de una sociedad que la llegó a ver como la extraña, la mutante, la extranjera, la rara que no tenía un lugar en la sociedad francesa tras el escándalo que vivió al enamorarse de Langevin. Einsten le escribiría, ya que fueron amigos cercanos, brindándole su apoyo, pero a Marie le pasó la sociedad encima como a quien le pasa un tráiler de doble cabina, ya después Einstein diría <<Es fría como un pescado>>.
Como podrán observar, hicimos un esfuerzo y empeño para lograr diseñar un taller para la noche de las estrellas y nos ha quedado más que claro que las únicas dos estrellas en este andar son Madame Curie, que desde ahora y desde nuestras bicicletas llamaremos cariñosamente Marya; y la gran gran Rosa Montero, de quien queremos recomendar ampliamente su obra La ridícula idea de volverte a ver, una obra que sin duda te hará ver con los ojos de Marya (vida y obra de Marie Curie), y sentir desde el corazón de la investigadora, de la mujer. Una obra que va dirigida a las mujeres, pero que invita a los hombres a reflexionar y pensar en las relaciones hombre-mujer y a descubrir esas nuevas masculinidades desde una mirada histórica, social, humana y hasta psicológica desde lo más profundo de la vida de Marya y enseñándonos que, aunque la vida se pueda tornar radiactiva, solo es un instante y vale vivirla con pasión.
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