Albert Hofmann, uno de los químicos más connotados del siglo XX, descubridor del LSD, que generó una revolución cultural en las décadas de los 60 y 70, fue no sólo un gran científico, sino también un hombre sabio que supo construir, desde su disciplina, una concepción del mundo cercana al misticismo oriental.
Después de varios ensayos previos, en abril de 1943 Hofmann volvió a producir en los laboratorios Sandoz la dietilamida del ácido lisérgico para verificar sus efectos cardiotónicos. Al hacer este trabajo –según sus propias palabras– “entré en un extraño estado de conciencia”. La curiosidad que le provocó esta modificación de la conciencia lo llevó a probar una dosis mayor e ingirió un cuarto de miligramo (dosis cinco veces superior a la normal):
“Había subestimado la potencia de esta sustancia y tuve una experiencia dramática, un indescriptible horror trip. Me asaltó una angustia de la que me sentía incapaz de liberarme. Tuve la desorientadora sensación de haber perdido por completo la percepción del tiempo y del espacio. Tuve una sensación de vértigo y de vacío: me sentía como transportado a otro mundo y a otro tiempo, sin perder, sin embargo, la conciencia. Era como si me hubiera desdoblado. Sentía que mi cuerpo estaba como muerto y, al mismo tiempo, tenía la angustiosa sensación de que un demonio se hubiese apoderado de mí… Por el contrario, con dosis inferiores, viajé más por la dimensión estética. No hay duda de que en este plano la fantasía y la imaginación reciben estímulos inesperados e imprevisibles. Desde aquí se puede llegar fácilmente a la dimensión mística. La experiencia de la belleza es en el fondo una experiencia mística… Para establecer sobre qué partes del cerebro actúa la LSD marcamos la sustancia radiactivamente y constatamos que se trataba del hipotálamo, la parte del cerebro que regula nuestras sensaciones y emociones, mientras que la parte en la que se concentran las facultades del pensamiento racional no se ven afectadas. El LSD estimula sobre todo las experiencias emotivas, haciendo emerger bajo su efecto los aspectos que, por decirlo así, son eliminados de nuestra visión cotidiana del mundo. El LSD excita sobre todo nuestra parte poética, musical y paradisíaca… Es importante tener claro que los elementos de los que estamos hechos son los mismos de los que está compuesta la naturaleza, que tanto en nosotros como en la naturaleza aparecen las mismas combinaciones químicas, y por tanto hay una afinidad profunda que liga a todos los seres. Aunque se puede producir por síntesis química, también el LSD se encuentra en la naturaleza. Bajo su efecto se experimenta de manera emotiva, verdaderamente participativa, la afinidad que nos une a la naturaleza.”
Leer más:
Albert Hofmann: Mundo interior, mundo exterior, La liebre de Marzo, Col. Cogniciones, Barcelona, 2000.
Albert Hofmann, LSD. Cómo descubrí el ácido y qué pasó después en el mundo, Gedisa, Barcelona, 2001.
Antonio Gnoli y Franco Volpi, El Dios de los ácidos. Conversaciones con Albert Hofmann, Siruela, España, 2008.