Discurso de Emilio Rabasa en el Homenaje a Alfonso Serrano Pérez-Grovas*
INAOE, 9 de noviembre de 2011.
Hay una cosa que dice Platón en el Diálogo “Lisis o de la amistad”: “Hay una cosa que yo deseo de mi infancia: así como cada hombre tiene sus caprichos, uno quiere tener caballos; otro, perros; otro oro; otro, honores. Para mí todo esto es indiferente y no conozco cosa más envidiable en el mundo que tener amigos, y querría más tener un buen amigo que la mejor codorniz, el mejor gallo y lo que es más, ¡por Zeus!, el más hermoso caballo y el más precioso perro del mundo. Sí, por el can, yo preferiría a un amigo a todo el oro de Darío y a Darío mismo. Tan apetecible y tan digna me parece la amistad.”
Este Diálogo he escogido no solamente por el tema que me pidió Alberto –a quien le agradezco tanto su invitación para tomar la palabra en este sentido homenaje–, sino por algo que voy a explicar, que tiene que ver con la amistad que tiene que ver entre Alfonso y su servidor. Platón discurre sobre el fundamento de la amistad, como lo hace en todos sus otros diálogos sobre otras temáticas. Aquí quiere encontrar qué es lo que da solidez a la amistad y más adelante dice: “Quizás no han hablado a la ligera cuando han dicho con motivo de la amistad que es Dios mismo el que hace los amigos y que atrae a los unos hacia los otros. He aquí, poco más menos a mi entender, como se explica, un Dios conduce el semejante hacia su semejante, y se lo da a conocer”. Es otro de los párrafos donde está hurgando Platón para buscar el fundamento de la amistad, el que se reúnan semejantes con semejantes. Pero este espíritu inquieto que tenía Sócrates y que tanto captó su maestro habría de cuestionar esto porque, más adelante, en otro párrafo, dice: “He oído en una ocasión ciertas palabras que ahora recuerdo, y son que los semejante es lo más hostil posible de lo semejante, y los hombres de bien los más hostiles de los hombres de bien. El que me lo decía tomaba por testigo a Hesíodo, y citaba este verso: el alfarero es por envidia enemigo del alfarero, el cantor del cantor y el pobre del pobre, y añadía que todas las cosas los seres que se parecen más, son los más envidiosos, los más rencorosos y los más hostiles entre sí, mientras los que más se diferencian son necesariamente más amigos”.
Encuentro en este diálogo una fundamentación, una explicación, de lo que fue una amistad, que por cierto este año cumplió cincuenta años, entre Alfonso y su servidor, porque nos conocimos al ingresar a la Secundaria en el Instituto Patria en el año 1961, o sea que este año, lamentablemente el año de su fallecimiento, cumplimos cincuenta años de ser amigos; y bueno, la explicación del por qué recurrí a Platón y a los Diálogos, es porque fueron precisamente los Diálogos uno de los factores iniciales de la amistad entre Alfonso y su servidor. Resulta que lo que primero hizo surgir, como le decía a su mamá –cuya presencia y la de sus hermanos me honran mucho aquí–, el primer acercamiento que tuvimos fue a raíz del deporte. Por entonces, el año 61 o 62, se acababa de obtener o se acababa de confirmar que México sería de sede de los Juegos Olímpicos, y se nos metió en la cabeza que los dos tendríamos que competir en esa Olimpiada, y entonces pues escogimos el deporte que nos resultara más económico, porque la equitación era muy cara, tener caballos, o el canotaje o el tenis, o comprar raquetas, y escogimos correr por que sólo eran necesarios un par de tenis y unos shorts, y Alfonso descubrió que cerca de su casa existía un centro deportivo al que le habían puesto el Plan Sexenal , y entonces decidimos ir a entrenar, y todos los días después de clases nos íbamos a entrenar al Plan Sexenal, para llegar a competir en la Olimpiada. Pronto nos dimos cuenta de que estábamos a años luz, más remotamente que las distancias de las estrellas, ya no digamos para competir, para clasificar como parte de la delegación mexicana, pero sí competimos en una que otra carrerita, y llegamos a obtener una medallita en el relevo de 4×400 metros, eso sí lo recuerdo.
Después de ese hecho, que repito fue la semilla que empezó a generar esta amistad, se dio otro que la habría de avanzar mucho más, y fueron precisamente los Diálogos. Resulta que el profesor de lógica en la preparatoria nos dejó como tarea y como examen final, resumir la totalidad de los Diálogos de Platón y hacer un comentario diálogo por diálogo. Éste es uno de dos tomos: ya se imaginarán las jornadas que nos aventamos junto con otros dos compañeros (Juan Rebolledo, que habría de destacar en la diplomacia y en la política, y Andrés Valencia, también en esa área), estudiando los Diálogos, y nos dividíamos: uno leía el diálogo, todos lo comentábamos, y luego uno escribía el comentario y el resumen a máquina. Resultaba que los únicos que sabíamos escribir a máquina éramos Alfonso y yo, así que nosotros dos éramos los mecanógrafos. Así pasaron varios meses de jornadas intensas, de ésas en donde uno se desvela hasta las tres y cuatro de la mañana con cuartos totalmente cubiertos de humo, porque los cuatro fumábamos, y muchísimo, y todavía más con este ejercicio intelectual, hasta que terminamos la totalidad de los Diálogos de Platón, su resumen, presentamos el trabajo y obtuvimos el primer lugar.
Y esto revela también lo que era el espíritu de Alfonso Serrano: un espíritu inquieto, un espíritu buscador, un espíritu que no se detenía ante nada, que no conocía barreras, y si la Filosofía no era el campo de su interés, sin embargo habría de escudriñar en ella porque algo saldría de ello. Años más tarde me diría, cuando le regalé una copia de aquellos viejos Diálogos de Platón, que le habían servido también en la Astrofísica.
Después de eso, ingresamos los dos al mismo tiempo en la UNAM, los dos acogimos el movimiento de 1968, nos involucramos en él, por lo cual celebro que el día de ayer se haya decretado por la Cámara de Diputados Día de Luto Nacional por el 2 de Octubre: lo interpreto también como un homenaje a la participación de él en ese movimiento.
Ingresó él en Ciencias yo en Derecho, y corrimos la Universidad juntos, cada uno en sus respectivas facultades, y luego vino el posgrado y también volvimos a coincidir en Inglaterra, él en Sussex, yo en Londres, y de regreso nos reencontramos como profesores en la Universidad: él en Ciencias, yo en Derecho.
Nuestras vidas fueron paralelas, como decía Plutarco, no nada más por los estudios que hicimos y por los intereses: ambos nos casamos al mismo tiempo, ambos tuvimos una hija a la que sin ponernos de acuerdo le pusimos Tania, ambos nos divorciamos y nos volvimos a casar. Por eso digo que tuvimos vidas paralelas.
A Alfonso, creo que yo se le podría describir en esa dimensión amistosa y creo que complementa muchísimo a lo que aquí se ha expuesto de su dimensión científica, tecnológica y de aplicación de la ciencia y tecnología: nunca fue un creyente de la ciencia pura por la ciencia pura, sino de la ciencia y tecnología aplicada.
Hay tres virtudes que me gustaría destacar y que lo pintan como el amigo que fue, como el hombre humano y no frío de la ciencia, como muchas veces creo yo equivocadamente se tiene de los científicos, visión que no comparto. Al contrario, creo precisamente en la visión opuesta, creo que quizá los más humanos son los más científicos, y ahí está Einstein como ejemplo para probarlo.
Me gustaría destacar entonces estas tres grandes virtudes que lo pintan en esa humanidad amistosa. La primera de ellas yo la denominaría la Guelaguetza, y la denominaría así porque aquellas y aquellos de ustedes que han tenido la oportunidad de ir a ese evento en Oaxaca, no sé si sepan cuál es el sentido, incluso del término Guelaguetza, que es el de compartir, es desprenderse y dar al otro, y esto se manifiesta en ese famoso baile, cuando al final de cada uno de los números los participantes avientan parte de sus cosechas, de sus tejidos, de lo que hacen en su comunidad, al público. Lo comparten. Entonces es algo muy interesante ver que cuando concluyen el baile del municipio tal, están dando a los demás. Pero es compartir lo que yo tenga: por poco que tenga, lo comparto contigo. Eso era Alfonso Serrano, como amigo era un compartidor de su espacio, de su espacio vital, de su espacio científico, de su tiempo, con amigos, alumnos, familia, profesores, con gente de ciencia, tenía una gran capacidad de expandirse con los demás. Ésa sería creo yo una de las grandes virtudes de ese gran ser humano.
La segunda virtud, y creo que ya la mencionaron aquí, fue la generosidad. Alfonso siempre fue un espíritu generoso. Era un hombre que se daba a los demás, invitaba a los demás a sumarse y estaba siempre atento a cualquier requerimiento de otros que él pudiera satisfacer, era una generosidad desbordante, no tenía limites. De la forma más callada, sin esperar el aplauso, sin esperar el reconocimiento, era generoso con todos, con sus amigos desde luego lo fue, y lo fue de una manera muy especial. Yo recuerdo en lo particular, y ésta es otra anécdota que guardo y atesoro de manera especial, que un día me habla y me invita al INAOE, me dice “Ven, quiero enseñarte el INAOE, lo que hacemos, y quiero platicarte de un proyecto en el que quiero que te involucres”. Durante toda la carretera venía pensando: “Yo soy científico, de las ciencias sociales, del Derecho, ¿de qué manera me iba a involucrar en un proyecto de las ciencias astronómicas o físicas, de las ciencias naturales?” Y llegué y me enseñó aquí con un gran orgullo el INAOE, y a la hora de la comida me dijo: “Fíjate que tengo el proyecto de que se construya aquí en México el telescopio milimétrico más grande del mundo”. Cuando yo escuché eso le dije: “Estás loco, ¿más grande que los que tienen los alemanes y los americanos y los rusos?” “Sí, sí, sí, más grande”, y le dije: “No te lo pregunto ni te digo que estás loco porque yo también como tú soy un convencido de que en este país existe el talento y la capacidad para eso y más, pero también es el país del no se puede, de los obstáculos, del hay que premiar el que no se realicen las grandes ideas. Entonces, ¿cómo en un país así, en donde no se puede o hay que ver que no se pueda nada, intentas construir el telescopio más grande del mundo?” Y ahí es en donde surge también el Alfonso del “sí se puede”, del Alfonso de “hay que buscarle”, del que dice: si por aquí está el obstáculo, hay que irse por acá, saltarle por allá, intentarle por acuyá; del hombre que no se rendía, y por eso México en efecto tiene el telescopio más grande del mundo, con todo lo que esto implica. Y me invitó entonces a construir el andamiaje jurídico del telescopio, del proyecto, y realizar los borradores, los proyectos de los contratos con los norteamericanos. Recuerdo que incluso hicimos un viaje a la ciudad de Nueva York para negociarlos con ellos a efecto de que quedara todo fundado en el derecho, otro de los aspectos que más me gustó y me encantó: no era nada más hacer las cosas por hacerlas o hacerlas porque tuvieran toda la legitimación científica y tecnológica, sino hacerlas bien, conforme a derecho, hacerlas con una basamento jurídico. Entonces me involucré algún tiempo tiempo para realizar el andamiaje jurídico, luego me vi obligado a terminar esto porque se me invitó al gobierno y generosamente Alfonso, que sabía que entonces de mi padre desempleado, que estaba en el despacho con pocos ingresos, me dijo: “¿Querrá tu papá terminar con lo que tú haces?” “Claro que sí, por supuesto.” “¿Le interesará no obstante que ya fue canciller?” “Sí, por supuesto”, y entonces suplió en la contratación a este Emilio por el otro Emilio, y continuó hasta que se terminó el proyecto. Ésa era la generosidad de Alfonso Serrano. Tal generosidad que también se puso de manifiesto ante sus amigos de esta manera tan impresionante y elocuente: resulta que el día que el presidente Vicente Fox iba a inaugurar el telescopio, cayó una tormenta en la ciudad de México y en sus alrededores y creo que sólo uno o dos de sus amigos pudieron llegar, no obstante que teníamos la intención de acompañarlo en un hecho, en un evento primordial en su carrera, finalmente lograba que se inaugurara el telescopio por el presidente de la República y total no llegamos, nos quedamos varados ante esa tormenta. Entonces platicando entre nosotros discurrimos que teníamos que organizarle la “comida del desagravio”, que para él era muy importante el que estuviéramos en ese evento, aunque no hubiera una causa justificada, pero no habíamos estado. Entonces le notificamos que le íbamos a organizar la “comida del desagravio”, así le llamamos, y el grupo de amigos que nos habíamos conocido desde la secundaria del Instituto Patria, en la preparatoria y luego en la UNAM, nos reunimos en un restaurante para la “comida del desagravio”, e incluso a uno se le ocurrió, al arquitecto Pérez de Salazar, que entiendo fue el que diseño la biblioteca del INAOE, hacerle un diploma donde todos lo firmamos y le pusimos así, “Comida de desagravio a Alfonso Serrano”. No cualquier grupo de amigos tiene a un científico de ese calibre entre sus miembros, porque ya para entonces Alfonso, no necesito decirlo y menos aquí, tenía dimensiones no solamente nacionales sino internacionales. Y bueno, al final, después de que escuchó las intervenciones de todos nosotros, le pedimos una disculpa por no haberlo acompañado en un gran momento tan significativo de su vida, tomó la palabra y dijo: “Bueno, déjenme decirles algo”, y la verdad es que todos esperábamos un cierto reproche, pero nada de eso, dijo: “Para mí su amistad es como una constelación, es como un conjunto de estrellas que están ahí permanentemente en el firmamento y que han iluminado mi vida”. Todos nos quedamos sin habla, ahí se demuestra la generosidad del ser humano.
Y la tercera dimensión de Alfonso, aparte de ese desprendimiento, de ese desapego por lo material y de su generosidad: creo que tuvo como religión, no siendo un hombre religioso como varios de nosotros, el credo en la amistad. Era profundamente creyente en la amistad, pero no la amistad epidérmica, no la amistad pasajera, sino la amistad de largo alcance. Él fue amigo de los suyos, de sus propios seres más queridos, fue amigo de nosotros, fue amigo de la UNAM, de sus alumnos, de sus profesores, fue amigo del CONACYT, fue amigo de la ciencia, fue amigo de la tecnología pero, sobre todo, creo yo, que su mayor y mejor amigo fue México, y por ello me permito concluir estas palabras con una frase que incluí en un artículo que publiqué en El Universal que titulé “Alfonso Serrano” recientemente, debido a una carta que recibimos, no sé como pero nos llegó a nuestro correo electrónico, de su amigo y socio estadounidense Stephen Strom, astrónomo emérito del National Optical Astronomy Observatory, quien envió una carta de pésame que dice que la energía de Alfonso, cito, “era formidable y su pasión para alcanzar sus sueños incomparable”. Lo describe como un hombre que “vio al mundo como podría ser y no simplemente como es”, y concluye con esta frase que pinta a Alfonso Serrano como lo que fue: “Inamovible en su convicción de que la ciencia mexicana podía levantarse, y se levantaría ante el reto de construir un verdadero proyecto de clase mundial, dedicó su vida a la materialización del GTM, en la creencia de que serviría como un faro de inspiración a los jóvenes en México y como ejemplo para un futuro luminoso y sin límites, en este sentido fue un verdadero patriota”. Gracias.
*Transcripción: Guadalupe Rivera Loy (INAOE).