Cuando la semilla habla

A principios del siglo XX, la ciencia descubre y da a conocer al mundo occidental un conjunto de “plantas sagradas”, endémicas en varias regiones de México, cuya principal característica son sus componentes activos, inductores de estados no ordinarios de conciencia. En realidad ya habían sido descubiertas muchos siglos antes por los pueblos del México antiguo y su existencia registrada por los frailes evangelizadores en las primeras décadas del periodo colonial, quedando en el olvido hasta que su presencia en varios pueblos indígenas fue dada a conocer por viajeros y antropólogos desde finales del siglo XIX.

En México se ha reportado ampliamente el uso ritual de numerosas “plantas de los dioses” o “plantas sagradas”, así denominadas por su poder intrínseco de establecer –para quienes las ingieren– la comunicación con la divinidad. Peyote (Lophophorawilliamsii), hongos (Psylocybecubensis y caerulescens y Panaeolussphinctrinus), semilla de la virgen (Turbina corymbosa e Ipomoea violácea), kieri (Solandrabrevicalix), hueytlacatl (Solandraguerrerensis), hierba de la pastora (Salvia divinorum), tabaco (Nicotianatabacum y Nicotiana rustica) y varias especies de datura (Datura inoxia y stramonium), entre otros, han brindado a los pueblos originarios la facultad de percibir, vivir y gozar de la comunión con lo sagrado y las divinidades con la finalidad de conocer lo desconocido, responder a preguntas inquietantes y comprender la realidad de este mundo como del “otro mundo”.

El conocimiento y la utilización de estas especies nativas fueron objeto de persecuciones, reprimendas y castigos por parte de la iglesia católica, a través del Santo Tribunal de la Inquisición, en cuyas manos estaba la tarea de erradicar herejías, idolatrías y supersticiones, en suma, las diversas manifestaciones de la antigua tradición religiosa mesoamericana. Sin duda, la persecución contra sacerdotes y sabios conocedores de las plantas sagradas y contra sus usuarios produjo su ocultamiento y confinamiento a regiones alejadas, al resguardo de los pueblos indígenas que conservaron la tradición y el conocimiento de las mismas hasta nuestros días.

En la región Mixteca de Huajuapan, una de las zonas de Oaxaca donde se han conservado el conocimiento y las costumbres vinculados al uso ritual de hongos y plantas con componentes psicotrópicos, se emplea la “semillas de la virgen” (Ipomoeaviolacea)y el “San José” (Datura stramoniumvar. Godronii). Una mujer –experta en la preparación y suministro de las semillas, que se muelen en el metate y se mezclan con otros ingredientes– cuida a la persona  que ingiere el brebaje, quien experimenta un estado no ordinario de conciencia durante el cual “la semilla habla” y revela qué enfermedad la aqueja, por qué enfermó y cómo puede curarse.

Este es el testimonio de una mujer quien, ante la grave enfermedad de su hija, decidió suministrarle la “hierba de la virgen”:

Le entró la hinchazón, se fue hinchando su pie y así blanco se fue quedando y ¡caliente! La llevé al doctor y le dio unas pastillas: “Con eso se le va a bajar”. ¡Qué va a ser! Cuando lo vi, se hinchó su cara, todo su cuerpo, se hinchó de los dedos de las manos. Estaba una señora, le fui a preguntar:

–¿Qué cosa le voy a hacer a mi niña que tanta hinchazón le entró?

–Eso ha de ser espanto, dice, acuérdate dónde se espantó…

–¡Qué voy a saber dónde se espantó! Como son niños, andan donde sea.

–Ahora, si quieres, la vamos a bañar con la semilla de la virgen y se lo damos un poquito…

–¿Qué lo podrá tomar? ¡Como está muy chiquita! De seis o siete años sería…

–Sí, cómo no, no le vamos a echar nada fuerte, nomás con agua bendita, pero poquita que tome y lo demás se lo vamos a bañar y que se acueste un ratito, si no ve, ¡tiene que soñar!

A ella le pagué y lo juntó y lo molió. Que me la llevo, ya no podía andar… Llegué tempranito,  como a las seis de la mañana.

Remolió bastante semilla, que la baña y sobró un poco, dos cucharadas nomás le dio: “Toma, abre tu boca porque con esto vas a sanar.” Sí lo bebió la chamaquita. “Ahora acuéstate. Estaremos cuidándola, que se duerma un poco”, dice. ¡Qué va a querer dormir! Se levantó y empezó a hablar: “Ay, nuestra mano qué tan feo se hinchó, ahora ¡qué tan blanco está nuestro pie! ¿Y por qué así estará nuestro pie? ¿Qué cosa tiene? Ah, tiene que nos espantamos junto a la lumbre, se regó el atole y esa ceniza se levantó y nos brincó ¡por eso está blanco! Pero ahora ése que se hinchó, ¿cómo? No, ése es que nos arrempujaron en la hondura y nos estábamos ahogando en el río, dice, toda esa agua tomamos, y ahora ¡toda esa agua tiene nuestro cuerpo!” Decía doña Felisa: “Junto a la lumbre se espantó y en el río…”

Empezó a hablar la niña: “En ese lugarcito también nos espantamos… ¡que quebramos nuestro cantarito! Todo allí nos espantamos, por eso está así, y que vayan a levantarnos esa tierra y sí vamos a sanar, pero hasta que nos echen el vapor de la lumbre, ¡con eso va a sanar nuestro cuerpo!”

Doña Reyna hizo lo que la niña dijo y la curó de susto: recogió la tierra y la ceniza de los tres lugares donde se había espantado, las puso en un sartén para calentarlas y le echó en todo el cuerpo el “vaporcito”, “y con eso ¡santo remedio!”.