Desde la antigüedad este planeta rojizo y de apariencia enigmática ha llamado la atención de los hombres, ya sea por su cambiante apariencia o su peculiar movimiento en el cielo. Mencionare-mos algunos aspectos históricos del mismo para posteriormente enfocarnos en la razón de este escrito, ¿qué hay de nuevo en este vecino cercano?. Empe-cemos: Aristóteles, por el año 300 antes de nuestra era, mencionó que Marte debería estar más arriba en el cielo, es decir que está más lejos de nosotros, pues observó que Marte era ocultado por la Luna. Otro astrónomo famoso, Johannes Kepler, en 1609, descubre su ahora llamada segunda ley gracias a las observaciones hechas de Marte por Tycho Brahe. Posteriormente, en 1636, el astrónomo aficionado Francesco Fontana realiza los primeros dibujos conocidos y comenta sobre las observaciones del planeta Marte usando su telescopio “el disco de Marte no tiene un color uniforme”. En 1698 Christaan Huy-gens, en su libro póstumo Cosmotheros, afirma que los demás planetas del sistema solar no están habitados, debate que continúa hasta nuestros días. Fi-nalmente, como dato curioso, 1760 Jonathan Swift describe a las dos lunas de Marte en Los viajes de Gulliver mucho antes de que fueran descubiertas.
Hace unos veinte años, las primeras exploraciones hechas por satélites, desde las misiones Mariner, Mars y Viking, habían obtenido algunas imágenes de la superficie del planeta, datos de la atmósfera y lo que aún resultó más importante, el bajo contenido de agua. Estas ideas contribuyeron a que nos imagináramos a Marte como un mundo árido, monótono en cuanto a su paisaje se refiere, y desde el punto de vis-ta geológico, muerto, sin temblores, placas tectónicas ni de actividad volcánica. Se pensaba que esto estaba corroborado al observar detenidamente algunas carac-terísticas notables de su superficie, como el volcán co-nocido más grande del Sistema Solar, el Monte Olimpo, o la cordillera también más larga conocida: el Valle Ma-rineris (del latín Valle del Mariner, pues fue descubierto por la misión del mismo nombre en 1970-71 y resultó ser un sistema de cañones con más de 4000 km de longitud y casi 6 km de profundidad).
En particular, el análisis de las imágenes del Monte Olimpo permitió identificar seis episodios erup-tivos, lo que explica su enorme altura y extensión, pues desde las planicies circundantes, ese volcán se eleva 23 km, además de que su extensión ronda los 600 km. En la Tierra, a las formaciones volcánicas de este tipo se les llama volcanes tipo escudo, pues se van construyendo de manera sucesiva en la medida de que hay más episodios eruptivos; ejemplos de estos tipos son la isla Tortuga, a 40 Km de la costa de Baja California. Estos volcanes van creciendo en altura, pues el cono volcánico se mantiene alineado con la zona caliente de la que surge el magma. El caso alternativo es cuando por el movimiento de las placas tectónicas, la zona caliente se va desplazando y en lugar de formar un solo volcán muy alto, forma una cadena de éstos, el ejemplo clásico de este tipo son las islas hawaianas. Sin embargo, con la llegada de la segunda generación de los robots exploradores, el Spirit y el Opportunity, se empezó a cambiar el concepto que se tenía de este planeta vecino. Así, el descubrimiento de grandes tormentas de polvo que cubrían ocasionalmente a estos aparatos, así como de rastros de nieve bajo la superficie, al arrastrar una llanta inmovilizada, impulsaron a las grandes potencias a continuar con el envío de nuevas y más audaces misiones. El caso más reciente es el Curiosity, que como hemos visto en la prensa y en los demás medios, la NASA está brincando de gusto y nos mencionan (como el orgulloso padre lo hace con su recién nacido), ya abrió un ojito… movió su manita y se quedó viendo a uno de sus seis lindos y redondos piecitos. Más allá de eso y casi desapercibido, un artículo publicado en agosto pasado en una revista especializada llamada Lithosperhere, dio lugar a una serie de reacciones interesantes en la comunidad astronómica. Resulta que analizando las imágenes de alta definición del orbitador de reconocimiento de Marte, un científico de la Universidad de California, en Los Ángeles, encontró un detalle intrigante: en el Valle Marineris se encontraba un cráter circular debido al impacto de un meteoro muy antiguo. Sin embargo, el contorno de dicho cráter se encontraba dividido en dos zonas, desplazadas entre sí por unos 150 km.
Como puede verse en la imagen, el contorno co-rrespondiente a la parte norte (arriba), está desplazado hacia la izquierda respecto a la parte inferior, que está marcado con el círculo blanco.
Esta observación ha servido para proponer que en Marte, contrario a lo que se pensaba, hay al menos dos placas tectónicas identificadas que se mueven (o movieron) entre sí de manera similar a las que hay en la Tierra. Con esta información, y de manera muy rápida, la NASA se apresuró a aprobar una nueva misión hacia Marte, la llamada InSigth (Exploración del Interior usando Investigaciones sísmicas, geodésicas y transferencia de calor, por sus siglas en inglés) que mediante la instalación de instrumentos geofísicos, determinará, como dicen ellos, los signos vitales de este planeta, esto es: el pulso, mediante sismógrafos; la temperatura, mediante un medidor de transferencia de calor; y los reflejos, mediante sensores de posición muy precisos.
El descubrimiento en Marte de agua en cantidades más abundantes a las pensadas, grandes vientos y tormentas, tanto de nieve como de polvo, así como de placas tectónicas, hacen que nuestra vi-sión largamente aceptada sobre la estructura de los planetas interiores, y la teoría de formación del Sistema Solar, sea revisada y adecuada a estas nuevas observaciones.
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