Bien común de la humanidad y metabolismo social

Buen vivir es un término que se emplea actualmente en varios países andinos para explorar imaginarios alternativos al desarrollismo. Apuesta a ser una noción integradora, una visión de conjunto y de convergencia de diversas lecturas críticas sobre la modernidad, el progreso y desarrollo capitalista entendido meramente como crecimiento económico. En tanto, pone a consideración diversas alternativas que dan mayor énfasis a distintos aspectos que se asumen centrales para la calidad de vida y el bienestar en su más amplio sentido, esto es, por ejemplo, lo social, lo ambiental, lo históricocultural, lo emocional y espiritual.

Desde la academia son varios los autores que han hecho aportes: desde Javier Medina y Simón Yampara, hasta Marlon Santi y Alberto Acosta, entre otros (http://www2.gtz.de/dokumente/bib/045208.pdf; www.dhl.hegoa.ehu.es/ficheros/0000/0694/25.Vivir_bien_Paradigma_no_capitalista.pdf).

La discusión y politización que se ha dado desde principios de este siglo desembocaría en la inclusión del “buen vivir”, al menos normativamente hablando, en las Constituyentes y la planeación nacional de Ecuador y Bolivia. Pese a ello, la práctica ha sido limitada y aun más en los hechos, contradictoria. La noción de desarrollo clásica, que parte del desarrollo económico como precondición de la buena vida, sigue en un grado u otro presente, todo al tiempo que la composición económica de los países andinos aún recae notoriamente en actividades extractivistas de enclave, sea petróleo o minerales.

Tal neoextractivismo, impulsado por gobiernos alternativos que abogan por la buena vida, ha sido criticado por diversos autores —como Acosta, Gudynas, entre otros (léase: www.extractivismo.com/documentos/AcostaMmaldicionAbundancia09.pdf; www.extractivismo.com/documentos/capitulos/GudynasExtractivismoSociedadDesarrollo09.pdf)—, en tanto que pese a la relativa mejora de la distribución de la riqueza gracias al aumento del gasto social, se sigue reproduciendo la fragmentación socioterritorial desigual y por tanto las dinámicas propias de la acumulación por desposesión. Se coloca, así, al Estado nación como actor que empuja una “refrescante” idea de progreso que, sin embargo, se deriva de estructuras económicoproductivas altamente dependientes, subordinadas y funcionales a la división internacional del trabajo; esquema que ha colocado a la región, ya desde hace tiempo, como zona clave abastecedora de recursos naturales (junto con África y Australia).

Tal rol extractivo se da en momentos en que los ritmos y dimensiones del consumo global de energía y recursos naturales es creciente, pues para principios de este siglo se estimaba que la humanidad devoraba, al año, entre 50 y 60 mil millones de toneladas de materiales, incluidos unos 500 exajules de energía. Ese consumo, sin embargo, es profundamente desigual, pues sólo 10% de la población más acomodada se apropiaba de 40% de la energía y 27% de los materiales, ello posible gracias a la adjudicación de 39% del PIB.

Las proyecciones futuras sugieren que de seguir la actual tendencia en el consumo de energía y materiales, los ritmos de extracción podrían hasta triplicarse para 2050. Si se mantiene un escenario moderado, el aumento sería al menos de 40%, y si se apuesta por patrones de consumo del año 2000 se tendría que reducir el actual consumo en el orden de tres a cinco veces para el caso de los países más ricos, y entre 10 y 20% para algunos países “en desarrollo”, ello en particular por parte de sus clases sociales más derrochadoras (véase: www.unep.org/resourcepanel/decoupling/files/pdf/decoupling_report_english.pdf). Lo dicho devela que el metabolismo social o el consumo de energía y materiales por parte de la humanidad es ecológicamente devastador y apunta a serlo cada vez más, al grado que pone en entredicho no sólo la seguridad energética o alimentaria de los pueblos, sino también la ecológica. Dicho de otro modo, la acumulación de capital amenaza cada vez más no sólo la preservación de los bienes comunes, sino la vida misma en sus diversas expresiones; al menos tal como la conocemos. Por ello, dar cuenta de las contradicciones, los conflictos, discursos y respuestas sociales como formas alternativas de apropiación y de construcción es central, pues permiten visualizar múltiples caminos y nociones de buena vida, entendida como el bien común de la humanidad (Houtart, 2011: http://rosaluxeuropa.info/userfiles/file/commongooodweb.pdf) dentro de las fronteras ecológicas del planeta (dígase, de resiliencia), lo que metabólicamente hablando implica, la formulación de patrones de consumo de energía y materiales no sólo eficientes, sino ahorradores a diversas escalas espaciales y temporales. Se trata de gestionar las mejores condiciones de vida materiales para esta y las futuras generaciones, pero siempre planteando un uso racional de los recursos y más allá de una noción meramente antropocéntrica.

Cómo los mexicanos (u otros) entendamos la vida buena ciertamente variará de lugar a lugar y esto es parte de la riqueza y diversidad sociocultural, histórica y biológica del país, ciertamente central en el proceso de replanteo de alternativas. Por ello se puede afirmar que el bien común de la humanidad, un proceso y no meta, es un concepto o idea impredicativa en el sentido de que es necesario ajustarlo a los contextos biofísicos de cada zona, a los límites naturales de las mismas y del planeta, y a las nociones de sociedad deseable de los pueblos.

Estamos ante una apuesta que demanda no sólo un profundo rompimiento epistemológico de las ideas dominantes, sino un cambio concreto del sistema de producción y reproducción de la humanidad que requiere, de entrada, la producción del espacio territorial en términos de prácticas, respuestas, procesos de organización, planeación y ordenamiento desde la base social (lo que empuja las propuestas de vida buena del idealismo, al realismo).

El proceso de transición hacia un estado entera y permanente comprometido con la construcción de condiciones para el bien común de la humanidad sugiere pasar entonces por el reconocimiento y genuina operatividad de procesos autonómicos multiculturales y de reapropiación de la identidad territorial de los pueblos, así como por la revaloración de la memoria histórica socioambiental, de la propiedad y la gestión colectiva de los bienes comunes. Precisa también el replanteo de las relaciones de poder, cuestión que lleva a toda una nueva institucionalidad y normatividad para el bien común de la humanidad que no puede tomar cuerpo más que en estructuras horizontales (libres al máximo de burocracias) con cuotas genuinas de poder popular; todo en un contexto de verdadera igualdad de género y de respeto a los derechos colectivos y humanos.

Requiere asimismo, no sólo de la (re)distribución más equitativa de la riqueza, sino de la reconstitución de la base productiva —en especial la local y nacional—, ahora avocada a la producción de valores de uso vitales y para el consumo interno y por tanto alejada de la producción de valores nocivos y de cualquier planteo de economías de exportación, típicamente extractivas y de enclave. Se trata de un diseño que además prioriza la soberanía energética y alimentaria y la cobertura total de servicios básicos, incluyendo la salud (fortaleciendo tanto lo preventivo como lo curativo); que desarrolla responsablemente la ciencia y las tecnologías que no contradicen el bien común de la humanidad y el derecho de existencia de otras especies; que busca modalidades productivas y establece criterios para el uso racional de los recursos; que exige condiciones ambientales óptimas y por consiguiente que respeta estrictamente las fronteras ecológicas; que aboga por la disminución del metabolismo social en especial de parte de los países ricos, dígase a partir de hacer prohibitivo todo derroche de energía y materiales, aumentar el tiempo de vida de los productos e incrementar el reciclaje y reuso de los materiales, entre otras medidas.

La construcción del bien común de la humanidad está y sólo puede esperarse desde los pueblos y de la alianza de pueblos y, en su caso, de los gobiernos que genuina y modestamente quieran acompañar dicha apuesta por un futuro mejor y pacífico para tod@s.

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