Como otros tantos gambusinos que han venido a Cananea a prospectar, Guillermo Haro Barraza llegó en busca de la riqueza del lu-gar; no venía en busca de la fortuna del suelo mineral; buscaba otro patrimonio natural de Sonora: el tesoro del cielo. Su misión no era descubrir una rica veta de mineral, sino encontrar el mejor sitio con cielos nocturnos que le permitieran observar hacia don-de casi nadie volteaba en Cananea. Todos buscan yacimientos de cobre, oro, plata o turquesas. Pero el doctor Haro veía hacia el cielo para descubrir algo más valioso: la riqueza del conocimiento, a través de la observación de estrellas, galaxias, cometas, quasares y muchas otras maravillas celestes que, gracias a las condiciones geográficas y meteorológicas, se ob-servan con mayor claridad en el cielo de Cananea.
En su búsqueda del mejor cielo del país para un nuevo observatorio, Guillermo Haro llegó a Cananea convencido de fincar aquí ese gran telescopio que tanta falta hacía a la ciencia mexicana, los telescopios existentes en Tonantzintla, con los que descubríera tantas cosas, ya no eran tan útiles debido a la luz de las ciudades que los rodean. Había que encontrar un lugar mejor y construir un moderno observatorio para toda la nación. Una de las grandes cualidades de Haro era que lograba comprometer a toda la gente para que abrazara y apoyara su plan, y su entusiasmo. No aceptaba excusas ni debilidades y catalogaba como blandengue a quien no se aprestara a colaborar entusiastamente. La primera vez que llegué a Cananea el doctor Haro me llevó al puerto para mostrarme el cielo, “¿Qué le parece?”, me preguntó, y añadió: “Y es mejor desde la cima, ya lo verá…” Luego dijo: “Si de veras le gusta la astronomía, venga a vivir aquí y trabaje en este proyecto”. Le dije que debía pensarlo bien, pero él replicó: “Eso no se piensa, eso se siente…” En ese momento me hice cananense y me comprometí para siempre con el proyecto del observatorio que hoy ostenta su ilustre nombre: “Observatorio Astrofísico Guillermo Haro”.
Haro, como buen prospector, subió a lomo de mu-la hasta la cima del Cerro de la Mariquita, constató la claridad del cielo, y el potencial de instalar el observatorio en ese lugar. Probablemente éste haya sido el último de sus grandes proyectos. Ya antes a había sido director del Observatorio Astrofísico Nacional y había fundado nuestro querido INAOE, con la visión de ser capaces en México de desarrollar la tecnología y los recursos humanos para hacer la mejor investigación científica en esas ramas y lograr que la mayor parte del telescopio se construyera en México.
El mismo Guillermo Haro que descubrió las estrellas azules vino a Cananea casi de incógnito y co-menzó a sentar las bases del observatorio. Tuvo el acierto de adquirir la histórica Casa Greene como sede de operaciones, la misma que un día erigiera el fundador de la primera mina, y que a partir de entonces puso al servicio de México, a través de la astronomía mexicana. El mismo Haro descubridor de co-metas, llegó a Cananea a comenzar por construir un camino para llegar a la cima de la montaña y edificar el observatorio. De la misma manera que estudiaba cuidadosamente las placas fotográficas tomadas por la Cámara de Schmidt de Tonantzintla para descubrir las estrellas T-Tauri, y como lo hizo entonces, con sus colaboradores y colegas, comprometió con la construcción del observatorio a científicos, políticos, técnicos, albañiles, electricistas, pintores, etcétera, inspirando en todos ellos el ferviente deseo de hacer las cosas bien y mejor.
Haro, el buscador y prospector de maravillas, siendo ya una celebridad en todo el mundo de la astronomía, vino a Cananea, se adaptó como cualquier otro habitante de la región: como todos paleaba la nieve en el puerto para poder pasar, batallaba con la altura, el frío y las circunstancias del lugar con el mismo entusiasmo e inteligencia con la que fue ca-paz de descubrir, la mejor técnica del mundo para fotografiar y catalogar las estrellas ráfaga. Se abocó a conseguir el gran pedazo de vidrio para tallar el espejo del telescopio, y decidió que se tallara y puliera en México con los científicos y técnicos mexicanos. Él mismo supervisaba incansablemente todas las fases de la construcción del observatorio, y siempre motivaba a todos a mejorar su trabajo con el entusiasmo del gambusino que comienza a encontrar la veta.
Entonces Guillermo Haro fue galardonado en la antigua Unión Soviética con la Medalla Lomonosov, equivalente al Premio Nobel, orgulloso mexicano como era, compartió ese honor con todo México. Pasó mu-chos días y noches en Cananea, no sólo ocupado en la construcción del observatorio, sino que dada su gran calidad humana se interesaba por la gente y sus problemas, se lamentaba de la pobreza que azota a nuestro país. Fue gran promotor de la cultura y la educación. En Cananea, se dio cuenta que faltaba un instituto tecnológico que permitiera a los jóvenes ampliar sus expectativas de estudio y superación, y dio los primeros pasos para la creación del Tecnológico de Cananea.
A Guillermo Haro lo habían invitado a observar en el observatorio del Monte Palomar, el más importante del mundo en esa época; lo invitaron para que enseñara a los astrónomos de allá a usar las técnicas de observación que desarrolló. También lo invitaron al observatorio de la Montaña Púrpura en China fue recibido por el propio Mao Tse Tung. Sus Colegas en la Union Soviética lo consideraban un gran maestro, y siendo así de ilustre regresaba a Cananea casi de incógnito, como si no hubiera hecho nada todavía, se empeñaba en la realización de su nuevo observatorio, escuchaba a todos y preguntaba: “¿Qué sería lo más inteligente que deberíamos hacer en este caso?”
Al avanzar el proyecto, la emoción crecía entre los participantes, y sobre todo en Guillermo Haro, que se sentía cerca de la conclusión de su obra. A veces su emoción se veía opacada por la pena que le provocaba el atraso cultural, social y educativo de México. Una ocasión, se vio obligado a regresar desde Sonora hasta el D.F. en tren, tardó dos días con sus noches, y se lamentó de que durante todo el viaje vio por la ventanilla las grandes necesidades del pueblo mexicano, no sólo económicas sino también sociales, culturales y educativas. Se lamentaba por algunos retrasos del telescopio, pero se lamentaba más de la falta de bienestar en el país. No era sólo un gran científico, era también, un gran ser humano, con una cultura y una inteligencia impresionante. Quería descubrir la belleza del conocimiento del universo pero también deseaba fervientemente el progreso de los mexicanos, creía firmemente que ese bienestar y progreso sólo se podría lograr mediante la educación, la ciencia y la tecnología. Era un científico humanitario.
El mismo Guillermo Haro que usando su gran intuición, inteligencia y capacidad de trabajo había descubierto los objetos Haro-Herbig, que son consecuencia de las etapas tempranas de la formación estelar, un día, en su incansable búsqueda de saber qué hay más allá, llegó a Cananea, después de haber buscado en varios lugares, y decidió que era el lugar perfecto para su nuevo telescopio, superó todos los obstáculos, y sin descuidar su tarea científica ni su labor social, llevó a buen logro su plan. En el proceso nos enseñó a todos los que tuvimos el privilegio de colaborar con él su apasionada manera de trabajar, su ir siempre buscando cómo hacer lo más inteligente; nos compartió sus experiencias, su energía y rectitud, su gran sabiduría, su enorme calidad humana, pero, sobre todo, nos enseñó que el amor por México era el motor que movía toda su vida, el doctor Haro que nos dejó marcados para siempre.
Mientras seguía observando en Tonantzintla. Una madrugada, terminando de observar, se retiraba a descansar, cuando se golpeó la cabeza con una ventana abierta. Permaneció tirado en el frío de la mañana, y se enfermó. Desde el hospital continuaba pendiente y dirigiendo su proyecto. La enfermedad lo debilitó pero no lo venció. Vino una vez más a Cana-nea a supervisar su obra, nos habló del futuro del telescopio y de lo que se iba a lograr con este instrumento. Presentía que esa sería su última visita al lugar al que llegó como cualquier otro gambusino a prospectar en búsqueda de la veta del conocimiento. Murió poco tiempo después, pero pudo constatar que ese mismo Guillermo Haro, hacedor, conocedor y dueño de la ciencia, ese Guillermo Haro lleno de humanismo, lleno de sabiduría, lleno de glorias para México, había encontrado la mina de su vida, y dejaba uno más de sus grandes legados a las futuras generaciones de astrónomos mexicanos, porque ese gran Guillermo Haro había construido en Cananea una mina llena de riqueza, pero esta mina, como bien la catalogó el doctor Raúl Mújica, es… ¡una mina de estrellas!
** Discurso pronunciado durante la ceremonia del XXV Aniversario del OAGH y del centenario del natalicio de Guillermo Haro en la Casa Greene de Cananea, Sonora. 27 de abril de 2013.
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