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Vida y muerte

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Detalle de la obra de Gustav Klimt Las tres edades de la mujer

“Volví a pensar en el mar y me acometió un gran deseo de morir ahogada. Pensé que sufriría sólo un instante y mi cuerpo inánime flotaría mucho tiempo de ola en ola, bajo el cielo. Las gaviotas me picotearían y los peces me morderían la espalda. Por último me hundiría, tirada por la cabeza hacia alguna corriente azul y fría que me llevaría al fondo del mar viajando durante meses y años por entre las rocas submarinas, los peces y las algas. Mucha agua límpida y salada pasaría sobre mi frente, mi pecho, mi vientre y mis piernas, llevándose lentísimamente mi carne, haciéndome cada vez más ingrávida y sutil. Y por último, una ola cualquiera, cualquier día, me arrojaría con ruido en una playa cualquiera, reducida ya a unos huesos blancos y frágiles. Me gustaba la idea de ser arrastrada al fondo del mar por los cabellos y me complacía la idea de quedar reducida a unos huesos sin forma”. La Romana · Moravia, Alberto

Cuando pienso en la muerte, realmente pienso en la vida, pero desde la perspectiva de una inmensa nostalgia. Ya antes lo he escrito: la muerte, o más bien lo que viene después, es seguramente algo muy similar a lo de antes de que naciéramos, o sea, nada. Pero el problema es que la muerte siempre la analizamos desde la perspectiva de la vida. Y es ahí donde reside el misterio, en la vida. Y quizá más que en la vida misma, que en última instancia es tan sólo un fenómeno fisicoquímico que compartimos con las zanahorias; el misterio está en la vida que se piensa, en el sujeto, en el autoconocimiento y en esta necia capacidad que tenemos de pensarnos, y de preguntarnos por el sentido de la vida, y como corolario por la muerte, que es tan sólo el transito final.

Pensando con base en las teorías biológicas vigentes, la muerte aparece como una consecuencia ineludible del proceso de la vida. Por un lado están las leyes de la física, en particular la segunda ley de la termodinámica, que establece, en forma sucinta, que todo gradiente energético tiene a disiparse. Entonces la vida, como proceso altamente organizado que requiere una significativa acumulación de energía, simplemente tiende a disiparse, y lo hace a muchos niveles. Desde procesos oxidativos hasta la acumulación de errores en el genoma, que irremediablemente llevan a la degradación de las funciones celulares y secundariamente a fallos generalizados en el organismo, la mentada vejez y finalmente la muerte.

Por otra parte está la necesidad absoluta que lo vivo tiene de reemplazarse y evolucionar. En principio la muerte es un requisito fundamental para el desarrollo de la vida y su evolución, de otra manera no hay la posibilidad, o al menos es muy restringida, para generar nuevas variaciones y adaptaciones evolutivas. Podemos imaginar que si alguna vez existió un ser vivo en principio “inmortal”, entonces seguramente se extinguió por falta de reemplazo y adaptación evolutiva. Habrá que hacerme concesiones, ya que se nota la paradoja que de que si alguien es inmortal, pues no tendría por qué, ni cómo, estar muerto.

Pensando desde la perspectiva de la consciencia el asunto es mucho más peliagudo, porque aquí aparecen múltiples posibilidades. El pensamiento primitivo, mágico-religioso (pre-científico), ofrece la reconfortante idea de que realmente no hay una muerte como tal, ya que al cuerpo mortal lo sobrevive un espíritu o alma. Con esta idea se resuelve la pregunta, ya que la muerte deja de tener un significado trascendente, y simplemente nos permite despojarnos de este cuerpo, que si bien es fuente de placer, conforme avanza la vida se convierte en fuente de dolores y achaques, que habremos de agradecer a la muerte que nos despoja del cuerpo y de estos sufrimientos mundanos.

Una visión moderna científica de la muerte no es así de reconfortante. En ésta la vida, y particularmente la actividad mental, incluida la consciencia autorreflexiva, dependen de procesos fisicoquímicos que ocurren en nuestro organismo y particularmente en nuestro cerebro. La muerte, cuando acaece, termina completamente con estos procesos y la consciencia del sujeto, digamos su vida mental, simplemente se suspende y el sujeto como tal simplemente desaparece, ya que entendemos es producto de la actividad funcional de su altamente organizado y complejo cerebro. En esta poca reconfortante explicación no hay nada luego de la vida, que aparece entonces como un paréntesis, muy poco probable, entre dos nadas. Así, brevemente dicha, es la visión científica de la vida y de la actividad mental. Cómo un fenómeno altamente improbable, que por azar, ha ocurrido en un espacio infinitamente pequeño del universo. Que simplemente ocurre, sin que su ocurrencia tenga ningún sentido ni significado especial o trascendente (duele decirlo, pero simple y llanamente, esta es la explicación más parsimoniosa del proceso de la vida), excepto para las pequeñas y misérrimas entidades que la padecen durante un instante, y que se preguntan por el sentido de su existir, para rápidamente desvanecerse en la inmensidad del espacio sideral, todo lo cual, estoy cierto, es la fuente de una nostalgia infinita.

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