La superficie susceptible de cultivos equivale a 15 por ciento del territorio nacional, y año con año cultivamos solo dos terceras partes de esa frontera; el restante cinco por ciento no se cultiva; está en descanso o presenta deterioro severo. Del total de la superficie sembrada en el año agrícola 2012, 71 por ciento correspondió a casi 200 cultivos de ciclo corto (maíz, frijol, trigo, arroz, soya, ajonjolí, cártamo, algodón, sorgo y cebada) y 29 por ciento a cultivos perennes (caña de azúcar, café, frutales); hace 30 años esos porcentajes fueron de 80 y 20, respectivamente. Para alimentar directa o indirectamente a 566 personas solo disponemos de 100 hectáreas (ha) y casi la mitad de las tierras cultivadas presentan algún tipo de degradación física o química asociado al uso de fertilizantes, a la erosión eólica e hídrica, y al filtrado.
Las tierras sembradas con cultivos de ciclo corto hoy son menores en casi 600 mil has. a las sembradas hace 30 años; en cambio, los cultivos perennes aumentaron en esos años 2.3 millones de has. La tasa de crecimiento medio anual de la superficie sembrada entre 1982 y 2012 fue de -0.1 para la superficie sembrada, de 1.5 por ciento para los cultivos perennes y de 0.3 por ciento para cultivos cíclicos y perennes. La baja rentabilidad de los cultivos cíclicos, la ausencia de apoyos públicos y la indiscriminada apertura comercial afectó a millones de productores agrícolas y solo beneficio a unos miles de productores de frutas fresca, hortalizas y flores. En términos de empleo, en 2012 eran 6.3 millones de personas ocupadas en las actividades agropecuarias en México, cuando en 1995 eran 7.8 millones; en términos de valor agregado, la participación del sector primario en el Producto Interno Bruto (PIB) pasó de 6 por ciento en 1993 a 3 por ciento en 2012. En los primeros 20 años de vigencia del Tratado de Libre Comercio con Estados Unidos la productividad del sector agropecuario (por ciento del valor agregado/por ciento de las personas ocupadas) pasó de 0.26 a 0.23, insignificante ante la pérdida de empleo, soberanía y autosuficiencia alimentaria, y de dignidad y calidad de vida.
Del total de cultivos de ciclo corto sembrados, la mitad corresponde al maíz, principal actividad de 2 millones de productores y nuestro principal alimento. Del maíz consumido en México, la mitad la degustamos como tortilla y otros productos derivados de la masa, y la otra mitad la utilizamos como insumo para alimento del ganado, harinas y cereales, aceite, alcohol y farmacéutica. De cada tres kilos que consumimos, producimos dos e importamos uno, con lo cual se incrementa la dependencia de ese alimento con aquellas empresas transnacionales que controlan su abasto mundial, que son las mismas que detentan el monopolio de los agroquímicos, de las semillas genéticamente modificadas y las que se apropian de nuestras biodiversidad.
La media móvil (suma de tres años consecutivos) de la superficie de maíz en 1982 fue de 8.2 millones de has. y en 2012 había bajado a 7.8 millones; la producción en esos años fue de 12.1 y 21 millones de toneladas (ton) respectivamente y los rendimientos fueron de 1.8 ton/has. en 1982 y de 3.1 ton/has. en 2012. De los 10 cultivos principales (maíz, frijol, trigo, arroz, soya, ajonjolí, cártamo, algodón, sorgo y cebada), el maíz fue el único que registro una tasa de crecimiento positiva de la producción per cápita entre 1982 y 2012, muy pequeña por ciento, de apenas 0.3 por ciento; los otros nueve cultivos observan tasas de -0.5 (cebada) a -5.2 (arroz).
No obstante que la superficie sembrada de los 10 cultivos principales bajó (tasa anual de -0.1 por ciento anual), la producción aumentó (tasa de 1.0 por ciento anual) por el crecimiento de los rendimientos (1.3 por ciento anual) en un contexto en que los precios medios rurales caían drásticamente (-1.9 por ciento anual). El crecimiento de la producción de esta decena de productos fue menor al de la población, y el incremento medio anual de la producción per cápita fue de -0.7 por ciento anual para los años 1982-2012.
Siendo cercana a cero la tasa de crecimiento de la producción por persona de maíz, ese incremento fue insuficiente para abastecer el consumo nacional, en parte por el déficit estructural, en otra, por una mayor demanda de insumos industriales; entre 1985 y 2012 la tasa de crecimiento anual de la producción per cápita de maíz fue de cero, en tanto que la del consumo aparente fue de 0.8 por ciento al año, lo que significó que el déficit de 41 kilos de maíz por personas de 1985 fuera de 100 kilos por persona en 2012, situación que se ha resuelto importando granos de Estados Unidos, que fue la exigencia de ese país en la Ronda de Uruguay de 1984. El déficit por persona al año de los 10 principales cultivos fue de 122 kilos en 1985 y de 204 kilos en 2012; la diferencia, el crecimiento negativo de la producción per cápita de los 10 cultivos. La superficie sembrada se abatió por la nula rentabilidad de los cultivos, por la ausencia de fuerza de trabajo, el despojo de territorios, la descapitalización de los productores y la permanente exclusión social de los campesinos. El precio medio rural de los 10 principales productos agrícolas disminuyó entre 1982 y 2005, y no obstante el incremento de precios a partir de 2006, esto ha sido insuficiente para recuperar el nivel de precios de antaño: la tasa de crecimiento medio anual del precio de maíz entre 1982 y 2012 fue de -2.1 y la de los 10 principales productos de -1.9 por ciento.
La dependencia alimentaria (importación/consumo aparente) de México en términos de volumen aumentó entre 1985 y 2012: la de maíz pasó de 18 a 35 por ciento, la de arroz de 27 a 79 por ciento, la de frijol de 16 a 18 y la de trigo de 10 a 63 por ciento. La dependencia alimentaria de los 10 cultivos principales fue de 24 por ciento en 1985 y de 42 por ciento en 2012. Una mayor dependencia significa una mayor salida de divisas: se estima que entre 2006 y 2012 el valor de las importaciones agrícolas fue la cuarta parte del valor de la producción agrícola de México, y cada día gastamos 50 millones de dólares en la importación de alimentos. Si lo deseable es una importación menor a 25 por ciento del consumo aparente y la autosuficiencia en los principales alimentos, estamos lejanos de esos objetivos. Si además hay que generar el abasto con la heterogeneidad de productores, de formas de organización de la producción; en diferentes microrregiones, con distintas razas de semillas y de manera sustentable, justa y digna, el cambio de estrategia y de política es impostergable.