El ajolote en el mito y en el arte

Hace un par de años apareció un libro formidable: Axolotiada. Vida y mito de un anfibio mexicano, de Roger Bartra. Se trata de una compilación de textos que comprende los mitos nahuas recogidos por fray Bernardino de Sahagún en el siglo XVI acerca de Xólotl, un animal-dios, gemelo de Quetzalcóatl que se negó a morir auto-inmolado en el fuego, para que el sol, detenido en el cielo pudiera moverse, y optó por huir y esconderse, metamorfoseándose en mazorca, maguey y, finalmente, en un anfibio, el axolotl, que hoy conocemos como ajolote. Octavio Paz se refirió a este pasaje mítico en el poema Salamandra:

 

No late el sol clavado en la mitad del cielo

no respira

no comienza la vida son la sangre

sin la brasa del sacrificio

no se mueve a rueda de los días

Xólotl se niega a consumirse

Se escondió en el maíz pero lo hallaron

Se escondió en el maguey pero lo hallaron

Cayó en el agua y fue el pez axolotl

El dos-seres

Y “luego lo mataron”

Comenzó el movimiento anduvo el mundo

la procesión de fechas y de nombres

Xólotl el perro guía del infierno

el que desenterró los huesos de los padres

el que coció los huesos en la olla

el que encendió la lumbre de los años

el hacedor de hombres

Xólotl el penitente

el ojo reventado que llora por nosotros

Xólotl la larva de la mariposa

el doble de la estrella

el caracol marino

la otra cara del Señor de la Aurora

Xólotl el ajolote.

 

I ́m an ajolote mexicano, por Javier CC Hasen Ccovun, en www.flickr.com

I ́m an ajolote mexicano, por Javier CC Hasen Ccovun, en www.flickr.com

La labor etnográfica de Sahagún corrió paralela a la descripción científica que en el mismo siglo hizo de estos animales el médico Francisco Hernández, en la cual menciona una característica sorprendente del axolotl hembra, que según Hernández comparte algunos rasgos anatómicos y fisiológicos con la mujer, específicamente que tiene una vulva “muy parecida” y que “se ha observado repetidas veces que tiene flujos menstruales como las mujeres, y que comido excita la actividad genésica”.

Esta descripción perduró 200 años y volvió a repetirla, en el siglo XVIII, Francisco Javier Clavijero, en su Historia antigua de México, donde escribió que: “lo más singular de este pez es tener el útero como el de la mujer, y estar sujeto como ésta a evacuación periódica de sangre, según consta en muchas observaciones de que habla el doctor Hernández. La repetición de esta falsedad encontró una bien sustentada crítica en el naturalista francés Valmont de Bomare, cuyos argumentos fueron corroborados y expuestos por el científico mexicano José Antonio Alzate, quien escribió lo siguiente hacia fines del siglo XVIII: Es verdadero pescado que tiene agallas u oídos por donde respira. En lo demás tuvo razón De Bomare para dudar del fenómeno (referido por Hernández y repetido por Clavijero), pues por la disección he verificado que es falso”. Alzate menciona que el jarabe de ajolote sirve pára curar la tisis y las fiebres tercianas, considerando que es una gran aportación de la medicina indígena tradicional. Estas facultades medicinales propiciaron una sobreexplotación de la población que en muchos sitios ha implicado su extinción y en otros está a punto de desaparecer la especie.

A principios del siglo XIX el naturalista Georges Cuvier, analizando cuidadosamente un par de ajolotes que le obsequió Humboldt, llegó a la conclusión de que el doctor Hernández, que había sido enviado por Felipe II para describir la flora y la fauna de las tierras conquistadas, había confundido la vulva con el ano, que comparte con la salamandra, y la expulsión de excrementos de color rojizo con la sangre menstrual.

El libro de Roger Bartra contiene, además de magníficas fotografías de ajolotes y de la obra de artistas plásticos, músicos y arquitectos que han trabajado en torno a este fascinante animal, una serie de textos de escritores que se han ocupado de él o que aluden a sus facultades metamórficas, como Julio Cortázar, Juan José Arreola, Octavio Paz, Aldous Huxley, Gutierre Tibón, José Emilio Pacheco, Verónca Volkov y el propio Bartra, entre otros. El resultado es un libro magnífico, tanto por su contenido como por su forma. La creatividad en la edición dio como resultado un libro objeto que atrapa al lector con ideas e imágenes asombrosas. Desde la publicación de El medio es el mensaje, de Marshall McLuhan y del libro-caja de Octavio Paz sobre Marcel Duchamp, no había tenido en mis manos un libro visualmente tan atractivo.

Termino con un fragmento del poema El Axolote es nuestro emblema, de José Emilio Pacheco:

 

Bajo el suelo de México verdean

eternamente pútridas las aguas

que lavaron la sangre conquistada

Nuestra contradicción –agua y aceite-

permanece a la orilla y aun divide,

como un segundo dios,

todas las cosas:

lo que deseamos ser y lo que somos.

 

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