Violencia, criminalización de la protesta en el neoliberalismo

En uno de sus últimos libros Las diez y siete contradicciones del Capital, editado en 2014 por el Instituto de Altos Estudios Nacionales del Ecuador (INAE) el geógrafo y teórico marxista inglés David Harvey ha expresado lo siguiente:

“La posición de Marx, que yo comparto en líneas generales en contra de ciertas corrientes de la tradición marxista/comunista y en contra de las opiniones que típicamente le atribuyen sus muchos críticos, es que probablemente el capital pueda funcionar indefinidamente, pero de una forma tal que provocará la degradación progresiva del planeta y un empobrecimiento de masas, que acarreará un espectacular aumento de las desigualdades sociales y de la deshumanización de la mayoría de la humanidad, la cual se verá sometida a una negación cada vez más represiva y autocrática del potencial para el florecimiento humano individual mediante la intensificación de una vigilancia policial totalitaria por parte del Estado, un sistema de control militarizado y una democracia totalitaria, aspectos todos ellos que en gran medida ya experimentamos en el momento presente (p.217).

Obra de Banksy, titulada Shop until you drop

Obra de Banksy, titulada Shop until you drop

La postura de Harvey, expresada en varias ocasiones en las diversas partes de su libro, así como en otros en los que investiga el desenvolvimiento del capitalismo actual —El nuevo imperialismo (2003); Breve historia del neoliberalismo (2005) y El enigma del capital (2010)— resulta verdaderamente inquietante. En efecto, en la desbocada acumulación del capitalismo desembridado, no hay lugar para una lectura mecanicista que indique que este depredador sistema económico caerá por el peso de sus propias contradicciones. Las posibilidades de su superación únicamente radican en la emergencia de una voluntad política de grandes sectores por desembarazarse de la depredación neoliberal. Esto a pesar de que, en efecto, son muchas las contradicciones que el capitalismo neoliberal muestra, entre las cuales probablemente las más importantes son las que se derivan de una lógica contradictoria entre el ámbito de la reproducción ampliada del capital y sus necesidades de realización.

Por una parte el capitalismo necesita reducir al mínimo la reproducción social de la fuerza de trabajo, abatiendo su costo e incrementando su explotación, y por otro lado este hecho restringe el mercado de consumos, provocando lo que se ha llamado la “crisis del subconsumo”. Una masa trabajadora mal pagada no puede convertirse en una fuerza potencializadora del consumo masivo que el capitalismo necesita para poder colocar sus productos en el mercado. Por otra parte, la búsqueda de la máxima ganancia genera a menudo excedentes de capitales que no encuentran acomodo porque la producción se encuentra saturada. Ambos hechos provocan las crisis de sobreproducción y de excedentes de capital que crean las condiciones para que buena parte de los capitales se inviertan en las órbitas financieras y especulativas. Es decir, se conviertan en capital ficticio porque buscan la ganancia en el dinero y sus presentaciones (las acciones, los bonos), las cuales a su vez han creado burbujas que cuando estallan desencadenan las crisis que hemos vivido en los últimos años. La última de ellas (la de 2008) fue la que generó la especulación inmobiliaria y las hipotecas subprime que llenaron de activos tóxicos  todo el mercado financiero internacional.

Los riesgos constantes que genera la existencia de los grandes excedentes de capitales han provocado una imperiosa necesidad de expansión de las inversiones en territorios y ámbitos en los que antes el capital no había incursionado. Las privatizaciones de áreas enteras de la economía convirtiéndolas de bienes comunes a ámbitos de acumulación de ganancias como la seguridad social, la educación, la salud, los recursos estratégicos de la nación, se unen ahora al despojo territorial para los grandes proyectos mineros, hidroeléctricos, carreteros, oleoductos, nuevos cultivos, que implican el despojo territorial y amenazan la existencia de poblaciones enteras. El desempleo que genera el aumento de la productividad, la precarización laboral que propicia la existencia de una gran masa desempleada, son otros de los aspectos que están generando un enorme descontento social y brotes constantes de protesta que a su vez producen un creciente autoritarismo y represión en el Estado neoliberal.

He aquí las circunstancias para que acontezca lo que Harvey está planteando como un escenario probable para el futuro, y cuyos primeros síntomas ya estamos observando: la intensificación de una vigilancia policial totalitaria por parte del Estado, un sistema de control militarizado y una democracia totalitaria. Un modelo de acumulación capitalista como el que es consustancial del neoliberalismo, desciudadaniza en la práctica a grandes segmentos de la población y no es el mejor escenario para el florecimiento de un estado democrático que propicie la participación de la ciudadanía. Todo lo contrario: la acumulación neoliberal necesita una democracia degradada con una participación ciudadana que se limite al día de las elecciones y que de esa manera legitime a la élite que la desterrará de la política. Y al mismo tiempo que convierte a la democracia electoral en una formalidad —y como sucede en México—, no ajena al fraude electoral, la dominación se traduce cada vez más en mecanismos represivos que buscan desarticular la resistencia social al desempleo, la precarización laboral, el despojo, el incremento de la pobreza y la desigualdad. En México y Centroamérica (Puebla misma es un ejemplo de ello), observamos cómo a través de introducción de nuevas leyes o el uso tendencioso de las que ya existen, se encarcela a todos los activistas que resisten a la instalación de los llamados proyectos de muerte porque éstos propician su despojo y atentan aun contra su propia existencia al envenenar, inundar o secar su ambiente más próximo.

La protesta social se convierte en un crimen cuando un plantón frente a una instalación gubernamental es convertido en el discurso estatal en una toma violenta de dicha instalación y en el “secuestro” de las personas que allí laboran; cuando el bloqueo a una carretera es convertido en un atentado “contra el orden constitucional” o una “incitación al motín”; cuando una orden de cateo contra el domicilio de algún activista social se convierte en una búsqueda de estupefacientes; cuando a los activistas detenidos se les imputan delitos como el de robo agravado;  cuando los procesos judiciales se vuelven interminables a efecto de mantener en la cárcel a los resistentes el mayor tiempo posible; cuando a los delitos ya imputados a estos resistentes encarcelados se les agregan nuevos delitos de tal manera que la exoneración de los primeros se ve sucedida por la agregación de nuevos cargos que obstaculizan la libertad de los detenidos. Pero acaso todo esto se vea antecedido de legislaciones como leyes expropiatorias, la ley antigrafitti o la ley bala que agilizan el despojo y criminalizan el derecho a la expresión y la manifestación.

Hace ya más de un cuarto de siglo Francis Fukuyama pregonó que la historia de la humanidad llegaría a dos puertos fatales e ineludibles: el liberalismo (la democracia liberal y representativa) y la economía de mercado (la acumulación neoliberal). Hoy observamos que el planeta entero observa las virulentas consecuencias de la acumulación neoliberal, mientras que aun la democracia liberal y representativa se convierte en una asfixiante camisa de fuerza para el capitalismo actual.

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