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La importancia de la historia y la responsabilidad social del historiador

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La historia hace referencia al pasado, pero también es la ciencia que lo estudia y su interpretación, es decir, historiografía. Además, cumple diversas funciones en la sociedad, como es la de contribuir en la conformación de una identidad nacional, que cohesiona a la comunidad y cultiva el patriotismo. Por ello, la historia está ligada a la creación y consolidación de los estados nacionales. Pero sobre todo la historia cumple una función esencial: reconstruir el pasado para comprender nuestro presente.

Es el historiador quien da sentido a la experiencia colectiva, a esa necesidad del ser humano de conocer su historia; su papel es fundamental para entender el pasado. En México, sin embargo, se dejó de lado esta responsabilidad social.

La patria y el niño, de Jesús Helguera
La patria y el niño, de Jesús Helguera

En su lugar, han sido el Estado y los medios de comunicación los que han otorgado sentido a este pasado y han conformado el pensamiento histórico de nuestra sociedad. Nuestra historia, a pesar de las transformaciones de la propia disciplina y su profesionalización, sigue siendo una historia oficial, que se caracteriza por ser “utilitaria, racista, panfletaria y machista, que hace del pasado un repositorio de virtudes morales y de la historia una herramienta para la homogeneización cultural y la legitimación de un grupo en el poder” (Observatorio Ciudadano de Historia, 2012).

Desde que se conformó un Estado nacional fuerte durante el Porfiriato, la historia fue fundamental para crear una identidad y legitimar al régimen. Se estableció una nueva memoria histórica a través de la invención de tradiciones y mitos, de celebraciones cívicas y mediante la creación de símbolos y monumentos que alababan a los héroes de la República, es decir, una historia patria. Un ejemplo de ello fue la inauguración de la estatua de Cuauhtémoc en la capital del país en 1887 (Mendoza, 2009). El Estado se convirtió en el agente educador, por tanto, la enseñanza de la historia tuvo como objeto principal la identificación de los mexicanos con un pasado común.

La Revolución Mexicana no frenó estos impulsos unificadores, al contrario el nuevo Estado consolidó esta historia que caracterizó el discurso y pensamiento histórico a partir de la década de 1920, sobre todo por el uso del discurso de los beneficios que la Revolución y el régimen, heredero de ella, había otorgado al pueblo. Este hecho se convirtió en el eje fundamental de las celebraciones cívicas y sirvió también para legitimar al régimen priísta.

Con el establecimiento de los libros de texto gratuito en 1959, la historia se homogeneizó y la Historia Oficial tomó rumbos sin precedentes. Esto no significó que los historiadores no hubieran intervenido en la forma cómo se concibió la historia. Pero la disciplina estaba atravesando su propio proceso de profesionalización; el debate se centró en la creación de una historia científica desligada de lo político (Zermeño, 2005). Comenzaron a surgir Colegio y Facultades de historia en la Universidades del país. Con ello, el papel del historiador adquirió una gran relevancia, pero se generó una disociación entre el saber y/o conocimiento y la sociedad. Por eso persiste este tipo de historia oficial y poco han intervenido en modificar esta situación.

Por tanto, es necesario recuperar y entender la relación del historiador y su producción histórica con la sociedad, de incidir en la conformación del pensamiento histórico. Se debe replantear el papel social del historiador en nuestra época, tal como está sucediendo en otras partes del mundo.

La crisis económica y social de Argentina en 2001 obligó a los historiadores a reflexionar acerca de su papel. La propuesta fue volver a contar la historia desde una perspectiva no centrada en el mundo de las élites o de la llamada “alta” política (aunque no puede olvidarlas), sino en aquellos que viven o han vivido resistiendo al dominio del estado capitalista. Crear una narración del pasado que revelara la incontenible creatividad de los hombres y mujeres que producen o han producido diariamente este mundo a través de la cooperación social. Se trató de reconstruir el sentido político de la actividad de historiar (Veliz et. al., 2008).

En México está pasando algo similar. El Observatorio Ciudadano de Historia, conformado en 2012, reclamó una Historia diferente para México. Así, en una de sus justificaciones señalaban que:

 

Preguntarse por el México que queremos supone, inevitablemente, preguntarse acerca de su pasado y del conocimiento que tenemos de ese pasado. Todo futuro requiere un pasado sobre el que proyectarse. De ahí que para efectuar el cambio verdadero al que aspiramos sea necesario repensar el pasado mexicano en su conjunto, la relación entre vida colectiva y conocimiento histórico, y el papel de la disciplina de la historia en la sociedad. En síntesis, es necesario imaginar una historia diferente. Rehacer el relato histórico del país nos permitirá vislumbrar un pasado distinto y así concebir un futuro justo e igualitario.

Se propuso entonces elaborar una política estatal del conocimiento histórico mediante una discusión colectiva, que resultara del diálogo entre las instituciones del estado, los profesionales de la historia, los profesionales de la educación, y las comunidades ciudadanas interesadas. Esto implica, por supuesto, someter a revisión casi todo lo que el Estado hace en materia historiográfica, desde la definición del patrimonio histórico hasta el propósito y el sentido de la enseñanza de la historia en la escuela y fuera de las aulas, pasando por el perfil formativo de los historiadores profesionales y las razones y prácticas con que se conmemoran las fechas cívicas.

La política historiográfica del Estado, de acuerdo a esta propuesta, debe promover el sentido de comunidad de la gente, el reconocimiento de la diversidad étnica y de género, la convivencia democrática entre iguales, la justicia social y un sentido crítico de la realidad y el patriotismo, así como la iniciativa de las comunidades (Observatorio Ciudadano de Historia, 2012).

En síntesis, se debe constituir una historia más democrática e incluyente, en donde los ciudadanos se vean reflejados. El Historiador debe asumir su responsabilidad social y encabezar esta transformación que tanta falta hace a nuestro país.

 

Bibliografía

 

Mendoza Ramírez, María Guadalupe, 2009, La cultura escrita y los libros de texto de Historia Oficial en México, 1934-1959, Zinacatepec, Estado de México, El Colegio Mexiquense. A-C.

 

Observatorio ciudadano de Historia, 2012, “La Historia que necesitamos para el país que queremos”,  México.

 

Veliz, Romina, et al, 2010, “En boca de todos: apuntes para divulgar la Historia. Producción colectiva”, Interface: a journal for and about social movements, Vol 2 (1): 334-380, mayo.

 

Zermeño, Guillermo, 2005, “La historiografía moderna en México: algunas hipótesis, Takwa, Núm. 8, Otoño, pp. 37-46.

 

 

 

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