El mito de la Transición Democrática, Nuevas coordenadas para la transformación del régimen mexicano

Hoy somos testigos de la consolidación del sistema corrupto de autoritarismo neoliberal en el poder desde la fundación del Partido Revolucionario Institucional (PRI) en 1946. Resulta que la “transición” iniciada a partir de 2000 no fue hacia la democracia, sino hacia la infiltración de la lógica priista en todas las fuerzas políticas de la supuesta “oposición”. El retorno del PRI a Los Pinos en 2012 fue resultado natural de este proceso y ha generado un desfondamiento total de la legitimidad de la clase política en el poder. Solamente un nuevo movimiento político nacional, participativo y popular, podría empezar a resolver los graves problemas actuales. Trabajemos todos para hacerlo realidad y de paso ponerle un alto histórico al proceso de expansión mundial de recesión, exclusión e injusticia.

John M. Ackerman, El mito de la Transición Democrática, Nuevas coordenadas para la transformación del régimen Mexicano. Editorial Planeta Mexicana (2015)

John M. Ackerman,
El mito de la Transición
Democrática, Nuevas
coordenadas para la transformación
del régimen Mexicano.
Editorial Planeta Mexicana (2015)

Nos encontramos ahogados en un mar de “análisis” sin profundidad cuyo objetivo principal es apagar la flama de la esperanza ciudadana y convencernos de que otro mundo es simplemente imposible. Los manipuladores saben a la perfección que la depresión y los fatalismos del pueblo son los mejores aliados de status quo.

A contrapelo con la apuesta por la pasividad ciudadana, ha surgido una nueva generación de mexicanas y mexicanos que se niega a rendirse ante amagos del poder. Los movimientos sociales recientes, incluyendo Ayotzinapa, Atenco, el Movimiento por la Paz, la Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación (CNTE), el Congreso Popular, la Asamblea Nacional Popular, el Constituyente Ciudadano, #YoSoy132, el Movimiento de Regeneración Nacional (Morena), los estudiantes del Instituto Politécnico Nacional (IPN), la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) y las universidades públicas y privadas a lo largo y ancho del país, son parte de un largo proceso de acumulación de fuerzas de una ciudadanía cada vez más activa y crítica hacia el poder.

Desde que el dinosaurio retornó al trono ha aumentado de manera significativa la represión directa contra los periodistas, activistas y defensores de los derechos humanos, incluyendo constantes agresiones, asesinatos, detenciones arbitrarias y desapariciones forzadas. Hoy México es uno de los países más peligrosos en donde ejercer el periodismo en el mundo. Y los estudios coinciden en que la mayor parte de las agresiones provienen directamente o cuentan con la abierta complicidad de las autoridades gubernamentales.

El análisis presentado en el libro tiene el objetivo de abrir nuestros ojos a la cruda realidad que hoy se vive en México e inspirar la acción ciudadana a favor de la justicia social y la democracia verdadera. Se busca ser fiel al señalamiento del gran pensador italiano Antonio Gramsci sobre la necesaria complementariedad entre el “optimismo de la voluntad” y el “pesimismo del intelecto”. Es indispensable contar con información veraz sobre la deplorable situación en que vive la mayor parte de la humanidad, así como reconocer la avaricia desmedida y la falta de ética de los potentados del planeta. Pero asomarnos al abismo no implica arrojarnos a él. Después de abrir los ojos, nos toca luchar los días y en todos los ámbitos para combatirla injusticia, acabar con el sufrimiento y conquistar una vida más plena y sustentable para todos.

 

Colapso sistémico y renacimiento social

La primera mitad del sexenio de Enrique Peña Nieto será recordado como un momento histórico de colapso sistémico equivalente en profundidad al derrumbe político y económico que tuvo lugar en 1994-1995, al final del sexenio de Carlos Salinas de Gortari y el inicio del mandato presidencial de Ernesto Zedillo. Los acontecimientos de hace dos décadas (crisis financiera, corrupción del rescate bancario, levantamiento armado en Chiapas, magnicidios políticos, etcétera) develaron la gran mentira de la supuesta llegada de la “modernidad” anunciada por Salinas y sus intelectuales orgánicos a partir de 1988. De la misma manera, los eventos recientes (contrarreformas “estructurales”, conflictos de interés y corrupción, movilización social, violencia desbordada, represión y crímenes de Estado, etcétera) han ratificado el carácter fantasioso tanto de la supuesta “transición democrática” proclamada en el año 2000 por Vicente Fox Quesada, como el “movimiento mexicano” declarado por Peña Nieto y sus corifeos en 2012.

El presidente Lázaro Cárdenas del Río fundó el Partido de la Revolución Mexicana (PRM), en 1938, con la finalidad de dar fuerza política a las conquistas sociales de la Revolución Mexicana de 1910-1917. Aquel instituto político nació el 30 de marzo de aquel año, apenas dos semanas después de la histórica expropiación petrolera encaminada a modernizar el país, que tuvo lugar el 18 del mismo mes, ocho años después, el remplazo de la palabra “mexicana” por “institucional” y la transformación de “revolución” en “revolucionario” simbolizarían la traición histórica del proyecto social originario de la Constitución de 1917.

Desde el sexenio del primer presidente priista, miguel Alemán Valdés (1946-1952), hasta la fecha, el régimen ha buscado remplazar la gran historia mexicana de luchas y conquistas desde abajo con una historia “institucional” en la que los verdaderos constructores de la patria serían los burócratas “ilustrados” de arriba. Hoy, los gobernantes repiten la misma fórmula al desconocer a los padres de familia como interlocutores e imponer su versión de los hechos del 26 de septiembre de 2014. El “Todos somos Ayotzinapa” de Enrique Peña Nieto y la “verdad histórica” de Murillo Karam no son más que dos ejemplos contemporáneos de la continuidad de siete décadas de hipocresía, suplantación y simulación institucionalizados.

La buena noticia es que, en contraste con el estancamiento de régimen, la oposición democrática se encuentra inmersa en un proceso de franca transformación. Un símbolo del mismo fue la renuncia, el 25 de noviembre de 2014, del Ingeniero Cuauhtémoc Cárdenas al PRD, que él mismo había fundado en 1989 después del fraude de 1988. Cárdenas ya no ejerce gran liderazgo social y la renuncia fue sumamente tardía, tal acción tendría que haberse concretado desde el momento en que fue evidente, en 2012, que el PRD caminaría junto con el PRI dentro del “Pacto por México”, para preparar el camino para la contrarreforma energética. Sin embargo, la renuncia fue un importante síntoma histórico de que nos encontramos frente al comienzo de un nuevo ciclo de lucha social. También contrasta positivamente con la total incapacidad de Peña Nieto para pedir la renuncia a uno solo de los integrantes de su gabinete, aún después del enorme desastre político, económico y social de 2014.

Asimismo, el PRD, nutrido en su nacimiento con lo mejor de los movimientos de izquierda, inicialmente se consolidó como una estructura política organizada y bien financiada, que además logró controlar importante aparatos burocráticos, incluyendo de manera destacada el gobierno de la ciudad de México. De forma adicional, en el Congreso de la Unión los diputados y los senadores de izquierda pudieron retrasar durante años la aprobación de algunas de las más agresivas reformas neoliberales, al visibilizar el descontento social frente a la neo-oligarquización del país.

El Congreso de la Unión ya ni siquiera sirve para retrasar la aprobación de reformas nocivas o como tribuna para el descontento social. Y la incansable lucha, primero de Cárdenas y después de Andrés Manuel López Obrador, para movilizar a la sociedad, conquistar Los Pinos y transformar al país por la vía electoral todavía no ha rendido frutos. Asimismo, 20 años después del histórico levantamiento de los indígenas de Chiapas, se evidencia el éxito de los constantes esfuerzos de los gobiernos federales y estatales por “contener” el movimiento en el ámbito local, y aplazar la articulación de un gran movimiento nacional para transformar a la patria.

El vergonzoso apoyo del PRD a las contrarreformas por medio de su participación en el “Pacto por México” significó su muerte definitiva como una opción política de “oposición”. Y la enérgica complicidad de gobernadores del PRD como Ángel Aguirre, Arturo Núñez, Gabino Cue y Graco Ramírez, así como del jefe de gobierno de la Ciudad de México, Miguel Ángel Mancera, tanto con el pacto como con las medidas represivas del régimen autoritario, dejan a este partido sin un solo ejemplo de un gobierno diferente con visión progresista que mostrar a la ciudadanía. El decidido apoyo que prestó el presidente del PRD, Jesús Zambrano, a José Luis Abarca, el presunto responsable material de la desaparición de los 43 estudiantes de Ayotzinapa el 26 de septiembre de 2014, para llegar a la presidencia municipal de Iguala, también evidencia la podredumbre d este otrora partido de las causas ciudadanas.

La buena noticia es que el fin del PRD implica también el fin de la autorregulación y de la capacidad adaptativa de los partidos en el poder. La desaparición del actor político que fungió como el principal adversario al régimen desde 1989 ha generado la necesidad social para surgimiento de una nueva fuerza opositora. Así como la domesticación del Partido Acción Nacional por Salinas de Gortari abrió el espacio para el surgimiento del PRD y después del EZLN, hoy la muerte del PRD impulsa con enorme fuerza tanto el nacimiento del Movimiento de Regeneración Nacional (Morena) como la consolidación del Movimiento Ayotzinapa.

 

 

 

 

 

 

 

 

John M. Ackerman, El mito de

la Transición Democrática, Nuevas

coordenadas para

la transformación

del régimen Mexicano.

Editorial Planeta Mexicana (2015)