El llamado cambio estructural y sus correspondientes políticas de ajuste y estabilización han dado magros resultados: la economía ha crecido a tasas muy bajas, apenas equivalentes al crecimiento poblacional; el saldo de la balanza de mercancías y servicios es creciente y negativo: la dependencia de las importaciones se incrementó; la inversión pública se contrajo y la deuda pública subió; aumentó el empleo en condiciones críticas así como la inestabilidad e inseguridad laboral, y hay un deterioro permanente del salario. La agricultura dejada a las fuerzas del mercado se tradujo en abandono de cultivos, crecientes flujos migratorios de origen rural, en desvalorización secular de los productos agrícolas, estancamiento del producto por persona y una mayor dependencia alimentaria en granos básicos (arroz, frijol, maíz y trigo).
La actividad agrícola en la entidad poblana no fue diferente a la registrada a nivel nacional: durante la gestión de Rafael Moreno Valle (promedio anual 2011-2014) se sembraron 47 mil hectáreas menos que durante la gestión de Mariano Piña Olaya (promedio anual 1987-1992); si la referencia es la superficie cosechada, la pérdida es de 26 mil hectáreas; el precio medio rural y el valor de la producción agrícola (ambas a precios constantes) también cayeron entre ambas administraciones. En la gestión de RMV se registra un modesto crecimiento de los rendimientos y de la producción, mayores a los observados en la gestión de Mariano Piña Olaya (MPO), pero menores a los registrados en la República Mexicana para los años 2011-2014.
La Secretaría de Agricultura. Ganadería, Desarrollo Rural, Pesca y Alimentación genera información por ciclo agrícola a nivel municipal, estatal y nacional. Con base en esa fuente, en Puebla los cultivos de ciclo corto son 77, de éstos, tres concentran cuatro quintas partes de la superficie sembrada: maíz grano, frijol y sorgo grano. La superficie sembrada de maíz en promedio durante la administración de MPO fue de 624 mil hectáreas y con RMV, 566 mil hectáreas: de frijol se sembraron 70 mil y 63 mil hectáreas respectivamente, y de sorgo grano, 10 mil hectáreas con MPO y 23 mil hectáreas con RMV. La producción de maíz por persona fue de 216 kilos con MPO y 145 kilos con RMV; de frijol, 7.4 kilos y 7.1 kilos respectivamente, y en sorgo grano, 5.4 kilos con MPO y 15.5 kilos con RMV. Los cultivos de cacahuate, papa y trigo en grano fueron muy sensibles a la apertura externa y disminuyen su superficie de cultivo, en cambio, en avena forrajera, haba grano y elote aumentaron los sembradíos en la entidad.
La superficie sembrada de granos básicos (maíz, frijol, trigo y arroz) disminuyó a nivel nacional y de la entidad poblana entre 1993 y 2014, sus incrementos en producción están asociados a los rendimientos. La superficie sembrada de oleaginosas (cártamo, algodón hueso, ajonjolí) aumentaron, al igual que sus rendimientos y producción, tanto a nivel nacional como de la entidad referida. El comportamiento de la agricultura poblana es resultado de las políticas neoliberales aplicadas en los últimos 30 años que privilegian la agricultura empresarial, intensiva en el uso de la tierra y agua: y excluyen prácticas agroecológicas sustentables basadas en un saber ancestral de los pueblos originarios.
Antes de la vigencia del Tratado de Libre Comercio con Estados Unidos (1994-a la fecha), la asimetría en rendimientos físicos, costos unitarios y subsidios respecto al valor agregado de los productores agrícolas era muy desigual; con el TLC se profundizó a favor de los Estados Unidos. El precio internacional de los bienes agrícolas fue relativamente bajo en los inicios del TLC; desde hace 10 años, han subido y la tendencia es alcista por lo menos durante el próximo decenio, situación que profundizará la dependencia alimentaria, generará déficits en balanza agroalimentaria, sobre explotación de mantos acuíferos, degradación física y química de suelos, pérdida de biodiversidad, y mayor pobreza e inseguridad alimentaria. Las políticas neoliberales han favorecido el control monopólico del agua, la tierra, los alimentos y los recursos no renovables, degradando las condiciones materiales de reproducción social de la mayoría de la población, el equilibrio de los ecosistemas y la posibilidad de una producción ecológicamente sustentable y socialmente justa. Otras formas de producir y consumir son posibles, deseables y necesarias.