El pensamiento mágico está profundamente enraizado en el inconsciente colectivo. Los seres fantásticos, de los mitos y leyendas de los pueblos antiguos, han sido sustituidos en las historias modernas por entes venidos de mundos lejanos, poseedores de una fabulosa tecnología que les permitiría recorrer los espacios siderales.
Después de la segunda guerra mundial estos seres extraordinarios, con poderes y conocimientos muy superiores a los nuestros, tomaron el lugar de los antiguos dioses, observándonos desde las alturas sin que nosotros pudiésemos percatarnos plenamente de su presencia.
Sabemos que la Tierra es un planeta como tantos otros, que casualmente reúne una serie de condiciones excepcionales que dieron origen a organismos vivos. Así, si hay millones de estrellas semejantes al Sol, bien pudiera ser que alrededor de alguna de ellas giren planetas que reúnan condiciones similares a las de la Tierra y que también alberguen seres vivos. Esta posibilidad ha intrigado seriamente tanto al público lego como a los científicos que investigan el origen y la evolución de la vida. Sería maravilloso intercambiar información con seres semejantes a nosotros, conocer su visión del mundo, comparar sus conocimientos científicos y tecnológicos con los nuestros, saber si tienen sentimientos parecidos, etcétera.
Asimismo, sería fantástico que algún día la humanidad pudiese rebasar los límites del Sistema Solar y recorrer la galaxia, tal como en la actualidad se realizan viajes alrededor del mundo que no se soñaban hace apenas un par de siglos. De esta forma, sería posible comprobar in situ si la vida es un fenómeno común en el Universo y hasta conocer seres inteligentes. Empero hay que tomar en cuenta que tales viajes deben requerir una tecnología que está mucho más allá de lo que podemos imaginar por el momento. Quizá existan otras civilizaciones en el Universo que sí hayan logrado resolver los grandes problemas tecnológicos del transporte interestelar, pero no hay evidencia creíble de que hayan llegado hasta nosotros.
Muchos científicos se han dedicado seriamente a la búsqueda de alguna forma de vida en el cosmos, pero no se ha descubierto nada conclusivo hasta la fecha. Desgraciadamente, este genuino interés de la humanidad por encontrar compañeros en el Universo también ha sido aprovechado por charlatanes que abusan de la buena fe de un público mal informado. Así, han proliferado las historias de supuestas observaciones de vehículos extraterrestres, incluso de contactos con seres de otros mundos, y los libros y reportajes sobre ovnis se han vuelto un lucrativo negocio.
¿Cuáles son las verdaderas dimensiones del Universo? Para los pueblos de la antigüedad, el Universo no parecía extenderse más allá de la Luna y el Sol. Hasta el siglo XVIII se empezó a tener una idea correcta del tamaño del Sistema Solar y la distancia a las estrellas más cercanas. Finalmente, la inmensa vastedad del Universo se volvió manifiesta gracias a los trabajos de los astrónomos de los siglos XIX y XX. Como veremos, un problema fundamental para todo tipo de viaje o comunicación interestelar son las distancias; éstas no tienen ninguna relación con las que estamos acostumbrados a recorrer en nuestro pequeño planeta e incluso en el Sistema Solar.
¿Cuáles son las condiciones físicas que pudieron dar origen a la vida? La probabilidad de que surja vida en algún planeta es extremadamente baja. Sólo podemos estar seguros de que no es estrictamente cero, ya que, después de todo, conocemos al menos uno en el que se ha originado: la Tierra. Desgraciadamente, no estamos todavía en condiciones de estimar cuántos otros mundos podrían albergarla, ya que nuestros conocimientos sobre su origen son aún muy deficientes y tienen demasiados huecos, a pesar de los avances indiscutibles en biología que se han realizado en las últimas décadas.
Lo que sí es evidente es que la aparición de la vida en la Tierra se debió a la conjunción de un número fabuloso de situaciones casuales, como son el tamaño de nuestro planeta y su distancia al Sol, su composición química, la abundancia de agua, el movimiento de placas tectónicas, la presencia de un satélite como la Luna y muchos otros factores. Se suele afirmar que, habiendo miles de millones de estrellas en nuestra galaxia, en alguna debería haber vida; pero todo depende de la probabilidad de que ésta surja alrededor de cualquier estrella. Por ejemplo, se sabe que nuestra galaxia cuenta con unas 100 mil millones de estrellas, pero si la probabilidad de que haya seres vivos es de una en 100 mil millones, entonces lo más probable es que estemos solos en nuestra galaxia. La aparición de la vida es semejante a una lotería: sabemos cuál es el premio porque ya nos tocó, pero desconocemos el número de boletos —¡sólo sabemos que debe ser enorme!.
Además la aparición de organismos vivos no implica necesariamente su evolución. Nuestros antepasados fueron organismos unicelulares durante más de 3 mil millones de años y los primeros mamíferos aparecieron hace sólo 500 millones de años. Así que aun si surgiera la vida en algún planeta, no es nada claro que evolucionaría hasta que aparecieran seres “inteligentes” con una tecnología que les permitiera viajar por el espacio o, al menos, comunicarse con otros mundos. Recordemos que nuestros avances tecnológicos más importantes, basados fundamentalmente en el aprovechamiento de los fenómenos electromagnéticos y atómicos, datan de apenas un siglo, que es un parpadeo comparado con la edad de la Tierra.
Aun suponiendo que se desarrollase una civilización “inteligente”, semejante a la nuestra, queda la duda de si le resultaría factible recorrer las enormes distancias interestelares. Especulando que existan civilizaciones extraterrestres con dominio de una tecnología tan avanzada que hayan resuelto este problema; sin embargo, cualquier tecnología siempre estará basada en las leyes de la física, y estas mismas leyes imponen serias limitaciones a cualquier transporte espacial. La dificultad fundamental radica en las cantidades de energía requeridas para alcanzar una velocidad comparable a la de la luz, y en el hecho de que esta velocidad es, según todas las evidencias, un límite insuperable en la naturaleza. Y si bien la luz es muy rápida para comunicaciones terrestres, resulta desesperadamente lenta para recorrer las distancias cósmicas.
Shahen Hacyan estudió física en la UNAM y realizó estudios de doctorado en la Universidad de Sussex, Inglaterra, donde obtuvo el doctorado en filosofía, con especialidad en física teórica. Es investigador de tiempo completo de la UNAM, además de ser autor de novelas y varios libros de divulgación de la ciencia.