La literatura como excusa para acercarse a la ciencia

¿Qué es la Física?

¿Qué es la Física? —pregunta indiscreto un joven
un joven, cuyo espirítu barrunta
qué podré contestar a esa pregunta
en los catorce versos de un soneto. 

¿En los catorce versos? ¡Por San Cleto!
¿Cómo encerrar allí la marabunta
de los temas que el físico arrejunta
sino caben en grueso mamotreto? 

¿En los catorce versos? ¿Quién se atreve
si el soneto, en verdad, es cosa breve
y la Física es todo el universo? 

¿En catorce versos? ¡Ni de chiste!
¡La Física no muere, siempe existe,
y el soneto murió con este verso!

Don Juan de Oyarzabal (1913-1977)

 

p-09Charles Percy Snow, en su famoso ensayo Las dos culturas, publicado en 1959,   señala que los intelectuales literatos y los científicos representan polos opuestos en la cultura, separados por un abismo de “mutua incomprensión”. Dice Snow: “Cada cual tiene su imagen curiosa y deformada del otro. Sus actitudes son tan diferentes que no se puede encontrar mucho terreno en común, ni siquiera en nivel emotivo”. Ante tales declaraciones, nos preguntamos: ¿se puede hacer algo para acortar la distancia entre estos dos polos opuestos?

Al buscar a los escritores  famosos en nuestra lengua es común encontrar pronunciamientos que refuerzan el sentir popular de que la ciencia es difícil de comprender. El gran poeta nicaraguense Rubén Darío en su libro Azul, considerado uno de los pilares del movimiento modernista, escribió el cuento Palomas blancas y garzas morenas, donde dice: “Entonces, por un fenómeno especial, en vez de preocuparme de mi profesor de matemáticas, que no logró nunca hacer que yo comprendiese el Binomio de Newton, pensé —todavía vaga y misteriosamente— en mi prima Inés.”  Gabriel García Márquez en su obra cumbre, Cien años de soledad, obra que le dio el pase al premio Nobel de Literatura, escribió: “De pronto, sin ningún anuncio, su actividad febril se interrumpió y fue sustituida por una especie de fascinación. Estuvo varios días como hechizado, repitiéndose a sí mismo en voz baja un sartal de asombrosas conjeturas, sin dar crédito a su propio entendimiento. Por fin, un martes de diciembre, a la hora del almuerzo, soltó de un golpe toda la carga de su tormento. Los niños habían de recordar por el resto de su vida la augusta solemnidad con que su padre se sentó a la cabecera de la mesa, temblando de fiebre, devastado por la prolongada vigilia y por el encono de su imaginación, y les reveló su descubrimiento. La Tierra es redonda como una naranja”. Aquí García Márquez describe el proceso del descubrimiento científico como una locura; este no es siempre el caso.

Por otra parte, la divulgación de la ciencia a veces  no cumple su propósito de acercar al ciudadano común a la misma y mostrarle que es una actividad humana, realizada por personas normales. El doctor Marcelino Cereijido  señala  en su libro  Por qué no tenemos ciencia: “Sin embargo, esa divulgación se basa casi exclusivamente en el aspecto informativo, el dato, la hazaña tecnológica: modelos de moléculas de DNA de un metro de diámetro y a todo color, fotografía de galaxias, cerámicas con propiedades casi mágicas, fármacos dignos de Merlín. Pero algunas de las revistas son a la divulgación lo que la pornografía al sexo, pues llegan a brindar una visión un tanto distorsionada de la ciencia, solo versan sobre portentos, rarezas y extremos insólitos…”  La ciencia nos ayuda a entender el mundo. Ciencia significa conocer, al conocer el funcionamiento de la naturaleza, es posible adecuar procesos y crear mecanismos, esto tiene un fuerte impacto en el desarrollo de la tecnología. Por esto, es importante explorar nuevas rutas para acercar al ciudadano a la ciencia.

En cierta ocasión el director de la librería del Complejo Cultural Universitario,  Armando Mena, me preguntó si no me interesaría dar un taller de ciencia para poetas, dentro de los talleres que imparten en la librería sobre literatura y música. La propuesta me dejó frío y no supe qué contestarle. Mi formación es de físico-matemático con especialidad en astrofísica. La oportunidad de generar un taller para acercar a la ciencia usando a la literatura como medio, fue generándose durante mi estancia sabática en la University of North Dakota, donde participé en un curso para los estudiantes de literatura (English 369). Encontrar el libro para acompañar al taller podría ser difícil, en nuestro idioma son pocas las obras literarias que usan temas científicos. Sin embargo, el libro En busca de Klingsor, de Jorge Volpi  resultó idóneo. Se trata de una novela policiaca que aborda la historia del proyecto atómico alemán escrita por un autor mexicano. La novela tuvo una muy buena recepción, tanto por los literatos como por los científicos.  El físico Francisco J. Ynduráin reconoció que En busca de Klingsor era una novela muy bien lograda, con errores menores en cuanto a su contenido científico. Esto es sorprendente, ya que Volpi estudió Derecho y Letras, con doctorado en Filología Hispánica por la Universidad de Salamanca. Sin embargo, Volpi declaró un gran interés por la ciencia. A propósito comenta que uno de los libros que más le influyó para escribir su novela fue el libro de Douglas Hofstadter Gödel, Escher, Bach: una eterna trenza dorada. Entonces, podemos decir que Volpi es la clase de lector que Mortimer J. Adler pensaba generar con su programa de lectura, contenido en Cómo leer un libro; es decir, un lector universal que puede ser capaz de leer desde los filósofos griegos hasta los grandes científicos.

Francis Bacon es el personaje principal de En busca de Klingsor; es un físico teórico que tiene la oportunidad de conocer algunos de los más importantes científicos del siglo XX. Bacon tiene la misión de encontrar quién era el científico que aprobaba los proyectos científicos del Reich, quien respondía al nombre de clave  Klingsor. En el transcurso se topará con John von Newmann, Albert Einstein y Kurt Gödel en Princeton. Luego visitará a Werner Heisenberg y a Edwin Schrödinger.

Esta obra, entonces, nos brinda una oportunidad de acercarnos, a través de la literatura, al mundo del científico. Volpi también explica la teoría de juegos, el Principio de Incertidumbre de Heisenberg y no podría faltar el famoso Gato de Schrödinger. El taller entonces consistió en abundar en los detalles científicos y corroborar los aspectos personales de los científicos. Fue interesante encontrar una escena de amor descrita por Volpi a manera de demostración matemática. A todos nos pareció forzada. Encontramos después que, al hacer el amor, se estimulan las  zonas más profundas del cerebro. En cambio el razonamiento matemático estimula regiones más superficiales. Daniel Kahneman señala que pensar profundamente puede incluso causar malestar.

En el taller participaron profesionistas, maestros y estudiantes.  Al final los participantes  reconocieron que el taller les permitió cambiar su opinión sobre los científicos y la ciencia. En Busca de Klingsor nos brindó la ocasión.

 

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