Los asesinatos son parte del arsenal que el patriarcado ha ido acumulando para controlar y someter a las mujeres; es el arma más poderosa y el recurso de última instancia.
Cuando se asesina a una mujer se elimina un cuerpo sobre el que ya no es posible tener control o sobre el que ya no se quiere tener control. El asesinato es el acto de control definitivo porque elimina toda voluntad. A diferencia del suicidio, la decisión de concluir es de un tercero que ejecuta, el que controla. Con el feminicidio se muestra la existencia de un último recurso para todas aquellas que se pasan las normas del patriarcado, recordando a los que ejercen otras formas de violencia contra las mujeres que siempre queda un manotazo en la mesa que no olvidarán. El dispositivo opera en dos sentidos: primero, disemina el brutal escenario al que estamos siempre expuestas; segundo, legitima por igual a golpeadores, acosadores, violadores y perpetradores del abuso económico o psicológico porque logran ubicarse en una escala más tolerable de la agresión.
Los feminicidios sirven de muchas formas a una construcción social que se sostiene en el sometimiento de los cuerpos de las mujeres.
Primero, banaliza y normaliza la microviolencia. El asesinato deja fuera de la discusión política otras formas menos concluyentes de violencia. Frente a los asesinatos, el acoso sexual, la discriminación laboral, las cargas inequitativas de trabajo en la reproducción de la vida y otras formas de abuso se repliegan al anecdotario de la cultura patriarcal. En un contexto de violencia extrema como en el que estamos viviendo parece una superficialidad señalar los micromachismos o desarrollar una estrategia de lucha contra las diferencias salariales, los acosos sexuales, la invisibilización de las mujeres en los espacios públicos, el desigual trabajo en la crianza y manutención de los hijos y un largo etcétera. Un ejemplo claro de esto está en los contenidos mediáticos que todos los días soportamos y en contra de los cuales nunca saldremos a marchar; la otra cara es la normalización en las redes de bromas misóginas que no pueden ser respondidas sin que alguien llame a la cordura a las mujeres rabiosas que se quejan. Hay un tema más importante que atender aunque todos sepamos que la raíz de un asesinato es la deslegitimación de las mujeres en la cultura patriarcal.
En segundo lugar muestra con estridencia el recurso de última instancia que el patriarcado tiene para controlar la conducta de las mujeres; la violencia o su latencia permite sostener un sistema de privilegios y el ejercicio del poder sobre y en contra de las mujeres. El feminicidio y su brutal mensaje del máximo costo posible restablece relaciones de sometimiento de las mujeres con las estructuras patriarcales en el seno de la casa, en el trabajo y en todo el espacio público. Todas las mujeres se hacen conscientes de que no han alcanzado el máximo de la agresión a la que pueden ser sometidas, pues aún están vivas. En ese sentido, mientras más violencia se muestra en el asesinato mayor es la función de control sobre los cuerpos femeninos; mientras más desafiamos al orden patriarcal encontramos formas más morbosas de castigarnos, agresiones sexuales tumultuarias, penetraciones con objetos, desmembramientos, quemas con ácidos y desaparición de los cuerpos. No deben ser las mujeres asesinadas las que desafían con vehemencia el orden patriarcal; ellas son una representación de todas las mujeres; sus asesinatos son para todas, también para los hombres que se niegan a cumplir con el papel de controladores.
En tercer lugar, como en todo círculo de violencia, el feminicidio también da pie a que los varones den muestra de su consideración, a que elaboren discursos y muestren la cara amable del patriarca, la de aquel que no lo había notado: la del recién llegado a una villa de miseria que se conmueve con una pobreza que no sabía que existía. Esas formas solidarias también son funcionales al reconstituir la esperanza de las mujeres en una alianza y bloquear la posibilidad de que se instaure un conflicto permanente. Una de las características de esta función social del feminicidio es que la solidaridad nunca la ejerce solo. La solidaridad de los varones opera en colectivo o en pareja; debe ser vista por las mujeres y debe ser considerada. Los varones no marchan solos, nunca hacen foros solos, nunca se instala un conflicto entre distintos grupos de hombres por el papel que juegan en los feminicidios. El asesinato de las mujeres sigue siendo un asunto de las mujeres; somos nosotras quienes recibimos solidaridad, espaldarazos y reconocimiento o todo lo contrario. El conflicto no se instaura y por lo tanto no aparece la política en el seno de la estructura patriarcal porque no todos los hombres son asesinos y no todos los hombres son violentos, lo cual es cierto. Sin embargo, los hombres que no son violentos no tienen una política activa en contra de ella, no se pronuncian, no escriben, no marchan en contra de su violencia; cuando tocan estos temas lo hacen en solidaridad con las mujeres, ocupando espacios que no son suyos y renunciando a hacerse cargo de su lugar en este sistema.
Finalmente, el feminicidio sirve para afianzar la idea de que la violencia es un campo exclusivo de los varones. En la estructura patriarcal las mujeres hemos sido esencializadas a la condición de víctima y se ha despojado de nosotras todo rasgo violento. Mientras existen miles de atenuantes a la violencia ejercida por los varones, la violencia de las mujeres no tiene lugar. El espacio público está lleno de varones agresivos en los que las mujeres solo pueden participar desde la serenidad y la tolerancia; siglos de educación en la estructura patriarcal nos han mostrado que las mujeres no somos ni debemos ser agresivas. Hay una cultura de la violencia legítima y exaltada; esa es para los varones; ellos tienen el derecho a perder la cabeza o a negociar desde la fuerza; las mujeres que agreden física o verbalmente son animalizadas y luego castigadas. Ante la ola de feminicidios han surgido respuestas contundentes de las mujeres organizadas; la estructura patriarcal ha dedicado más energía a mostrar este fenómeno que a sancionar la violencia de los hombres.
Los feminicidios sirven a todos aquellos que obtienen privilegios de la violencia y el sometimiento. Es difícil separar al patriarcado de otras formas de dominio pero resultaría esperanzador que los varones dejaran de ser indiferentes, contestatarios o solidarios con las luchas de las mujeres y que se hicieran cargo del papel que juegan en la reproducción de estas estructuras, que desplegaran la política para derruir sus privilegios y se hicieran cargo de repasar los beneficios colaterales que obtienen con cada feminicidio.