Para todos es natural considerar que en la época de frío se incrementa la frecuencia con la que enfermamos de problemas respiratorios, iniciando con el catarro común, palabra que deriva del latín catarrhus y esta, a su vez, del griego κατάῤῥοος (katárroos), de καταῤῥέω (katarréō, “afluir”) que es de un carácter benigno y culminando con la forma más grave de enfermedad constituida por la neumonía o pulmonía, que puede ser fatal.
Pero si bien, la mayor parte de estas enfermedades es producida por virus, que son microbios extremadamente pequeños y para los cuales existen muy pocos medicamentos que pueden ser eficaces para su eliminación, es necesario hacer una serie de consideraciones que en esta época deben ser de utilidad no solamente para determinar cuál es el problema y atacarlo en una forma efectiva, sino también para poder establecer medidas preventivas desde luego, útiles, cómodas, eficientes y prácticas.
En este sentido es necesario diferenciar la gripe o gripa, del catarro, que tienen esencialmente como contraste, la gravedad o acentuación de los signos y los síntomas; es decir, que en el catarro las molestias si bien son muy incómodas (inicio gradual, fiebre leve, dolores de cabeza o musculares de baja intensidad e incluso ausentes y abundante secreción nasal), difícilmente progresarán a algo que comprometa la vida; a diferencia de la gripe, en la que las complicaciones son muy frecuentes, las molestias graves y son las causantes de los altos niveles de morbilidad (o enfermedad) y mortalidad en la población general.
Efectivamente cuando bajan las temperaturas más allá de lo que normalmente podemos tolerar abrigándonos como lo hacemos cotidianamente a lo largo del año percibimos en una forma natural que nos podemos enfermar con más facilidad; pero hay varias cosas que se deben puntualizar pues existe una gran cantidad de dudas y creencias que lejos de auxiliar a prevenir estos problemas, los agravan.
En primer lugar, debemos comprender que las enfermedades no se deben a un solo factor de riesgo sino a una combinación de componentes que interactúan en una forma extraordinariamente variable, lo que hace de una persona enferma, un individuo que debe ser considerado como tal y no como grupo. Esta razón obliga a que no existan “recetas de cocina” para tratar a un enfermo, aunque se encuentre padeciendo un simple catarro.
Se ha demostrado que el frío efectivamente hace más susceptibles a las vías respiratorias para que se encuentren en un estado de vulnerabilidad; sin embargo, tal vez lo que hoy en día constituye un importante factor de predisposición está dado por las condiciones ambientales dentro de las que sobresale la contaminación y lo que en la actualidad ha sido denominado inversión térmica, que se presenta cuando en las noches despejadas el suelo pierde calor, las capas más bajas se enfrían mucho más rápido que las capas superiores, lo que provoca un fenómeno curioso de calentamiento en partes altas de la atmósfera y un particular suceso de mayor enfriamiento en las partes bajas. No hay una adecuada circulación de aire. Cuando se emiten contaminantes bajo esta condición, se genera una importante concentración pues no existe un adecuado transporte y difusión de gases, aglutinándolos con partículas tóxicas hasta 14 veces más de lo normal. Sin duda este proceso genera una irritación de las vías respiratorias que, lejos de poder responder adecuadamente al contacto con microbios, condiciona uno de los más importantes factores de riesgo.
Representa un mito el hecho de que cubrir el cuerpo constituye un buen mecanismo de protección para prevenir el catarro o la gripe. Tan es así que en el río Vltava, en Praga, cada invierno, personas que conforman un grupo conocido como los “nadadores polares” se introducen en aguas heladas para hacer una competencia, a la que año con año se suman nuevos competidores. Si el contacto corporal con el frío representara un factor de riesgo para contraer una infección, por supuesto estas personas no practicarían tan notable ejercicio.
Es mucho más importante considerar a las reacciones inmunológicas representadas esencialmente por alergias que también se caracterizan por inflamación de las mucosas. Si se combinan entonces aire frío que se respira, contaminantes, alergias y microbios, se explica la alta frecuencia de enfermedad en esta época. Por eso también la prevención es complicada; sin embargo, hay una serie de recomendaciones que pueden auxiliar mucho para evitar estos problemas.
En primer lugar, es necesario entender que la buena alimentación es determinante para que el sistema inmunológico funcione en una forma lo más cercana a lo óptimo. Se debe estar muy bien hidratado. Con el frío, disminuye la sudoración y esto incrementa la frecuencia de micción, condicionando a su vez que se ingiera menos agua cuando baja la temperatura. En la medida de lo posible, es importante disminuir el contacto ambiental con elementos contaminantes, sobre todo en el exterior. Si se está acostumbrado a hacer ejercicio por las mañanas fuera de casa, intentar hacerlo dentro (los gimnasios, aunque no suelen tener muchos contaminantes, sí pueden representar un factor de riesgo por la cantidad de gente que acude, incluso estando enferma y diseminando microbios). Evitar a toda costa las aglomeraciones, sobre todo en lugares donde se fuma, o incluso en lugares con mala ventilación.
Para los niños, las visitas a las iglesias los exponen en una forma muy importante al contacto con microbios. De ninguna manera se justifica llevar pequeños a oficios religiosos que, además de incómodos, suelen ser particularmente molestos y sobre todo, peligrosos desde el punto de vista infeccioso.
Por último, la ingestión de vitaminas y complementos alimenticios no ha demostrado tener un valor significativo en la reducción de las enfermedades respiratorias, a menos que se padezcan deficiencias nutricionales. Por eso la frase que escuché alguna vez de un maestro neumólogo, nunca perderá validez: El catarro, con vitamina “C” dura una semana, pero sin esta vitamina, dura hasta siete días.