El barrio de Analco atraviesa hoy en día por un renovado proceso de transformación inscrito en medio de un impulso a la actividad comercial y turística. Tanto la inversión pública como la privada se han hecho presentes con obras en el espacio urbano y arquitectónico pretendiendo crear una imagen atractiva de una porción del barrio. Sin embargo, este proceso se ha convertido en una amenaza significativa a la preservación de algunos edificios con valor histórico. Este trabajo reseña los sucesos relativos a dos casonas del siglo XVIII y una del XIX que, ante dicho proceso, en dos casos resultaron parcialmente demolidas, mientras que una se mantiene en pie por la lucha legal que libraron sus propietarios.
Desde 2011 el relanzamiento del Centro Histórico de Puebla (Patrimonio de la Humanidad, Unesco 1987) a favor del turismo de masas ha generado polémica. El creciente tráfico de visitantes, tras la ampliación de la zona turística hacia los barrios colindantes, ha llevado a incrementar las actividades terciarias bajo el influjo de las oportunidades económicas resultantes, trayendo consigo importantes consecuencias.
El barrio de Analco, uno de los barrios originales de la ciudad (1531), se ha transformado aceleradamente. Ha sido reconocido por la comercialización de artesanías, edificios históricos, manifestaciones populares tradicionales y localización privilegiada respecto a la zona turística. La disposición de sus elementos urbanos y arquitectónicos le confieren una belleza única en la ciudad: las torres y cúpulas del templo del Santo Ángel Custodio dominan el paisaje de casonas, mientras que desde el parque o el Puente de Ovando (siglo XVIII) se ofrecen perspectivas hacia el centro de la ciudad. El atractivo y popularidad del lugar han acrecentado la rentabilidad del suelo, por lo que la aparición de establecimientos comerciales no se ha hecho esperar.
El sector inversionista con presencia en el barrio ha cubierto sus requerimientos de espacio mediante la ocupación de diversas casonas históricas. Para tal efecto se han realizado cuestionables tareas de adecuación que van desde modificaciones a los elementos arquitectónicos hasta la demolición total de algunos edificios de los siglos XVIII y XIX con el objeto de dar lugar a establecimientos tales como bares, restaurantes y hoteles, entre otros. Dichas acciones quebrantan la legislación respectiva, mientras que la vigilancia oficial prestada por el Instituto Nacional de Antropología e Historia, la Gerencia del Centro Histórico y otras instancias municipales ha sido rebasada, haciendo de esta situación algo verdaderamente inquietante para la preservación del patrimonio cultural poblano.
Mientras tanto, el cambio del uso habitacional al comercial de estos edificios ha originado que buena parte de la población que albergaban sea gradualmente desplazada, llevándose consigo manifestaciones culturales reminiscentes del pasado colonial que han modelado en buena medida la identidad y el imaginario del poblano. Hasta hace algunos años, estas casonas eran parte del espacio de vida de un ya reducido número de inquilinos en el barrio, todos ellos de la clase trabajadora y popular. Algunos obreros, otros empleados, vendedores o franeleros, y unos más artesanos. Alfareros1, loceros, vidrieros, panaderos y mueganeros tenían como domicilio alguna de estas vecindades.
El derrumbe
Al otro lado del río, así se anuncia un hotel boutique con un letrero que alude al viejo nombre náhuatl del barrio de Analco. Este hotel, como otros del lugar, es de reciente apertura y el edificio que hoy ocupa fue, como uno de tantos, una vecindad que ha desaparecido. A simple vista, distintos comercios van ganando terreno formando una pequeña zona comercial que tiene su auge económico cada fin de semana con la instalación del tianguis de las mal denominadas “artesanías”2, el arribo de autobuses turísticos y cientos de turistas.
Edificios catalogados, como el que ocupaba la antigua taberna del cuernito (siglo XVIII) y otro contiguo del siglo XIX, ambos emplazados al margen de la Avenida Juan de Palafox y Mendoza, son claro ejemplo de malas prácticas sobre los edificios patrimoniales. El primero de éstos por alrededor de sesenta años fue la típica tiendita de la esquina en la que don Toño comerciaba productos populares y otros de producción local tales como muéganos, cocoles, polvorones y churros; en esta tienda se reunían los más diversos vecinos, pues se trataba de un verdadero espacio de encuentro para la comunidad. Por su parte, la casona del siglo XIX era la habitación de unas cuantas familias de bajos ingresos a las que se les veía ser entusiastas partícipes de los festejos barriales, como en semana santa con la danza de los huehues.
Un poco más de año y medio ha pasado desde que “La Mina de Oro”, la tienda de don Toño, ha cerrado sus puertas y sus asiduos clientes, mostrando descontento, han tenido que conformarse en comprar en otra tienda distante o asumir el precio de los productos del Oxxo que está al lado de un hotel boutique. Mientras, la pequeña vecindad de al lado luce deshabitada y muestra un anuncio de venta.
Meses más tarde, los vecinos del lugar comienzan a observar a unos desconocidos realizando tareas de inspección a estas casas; algunos comentan que la tienda fue vendida por un familiar del finado don Toño a los mismos compradores de la casona de al lado, es decir, una sociedad anónima. En un par de semanas se observa por la mañana a un grupo de personas reunidas en torno al acceso a los edificios, visten chaleco con reflejantes y portan cascos naranjas, se trata de albañiles que esperan ingresar para comenzar a trabajar.
Al principio las tareas que los albañiles realizan son de limpieza y remoción de pintura vieja. En poco, el ruido de las tareas que se llevan al interior se torna diferente y constante. Golpe tras golpe se empieza a escuchar el uso del mazo y el cincel. A los trabajadores se les ve en las azoteas con herramienta para derrumbe. Entre el bullicio se distinguen los golpes graves y rítmicos que recibe la loza de catalán; el ruido y la nube polvo no se hacen esperar tras la caída de ladrillos y tejamaniles. Las vigas centenarias que componían el techo empiezan a ser desmontadas y apiladas en el patio al igual que el escombro que se ha generado. Hasta ese momento, las acciones ejercidas parecían responder al aseguramiento de las techumbres.
Posteriormente, los trabajos dan un giro, del interior pasan al exterior y hace más evidente la intervención. Las desgastadas fachadas son atendidas con nuevos aplanados y pintura, pretendiendo conferir así una mejor imagen a estas casonas; sin embargo, algo empieza a resultar extraño para la apariencia de estas históricas fachadas, pues se les añaden elementos decorativos ajenos a su arquitectura tales como molduras, pretiles e un incluso nichos que han sido resaltados a través del contraste de los tonos chillantes de la pintura, los cuales también resultan ajenos a la regulación oficial. Con esto, se hacen visibles otros personajes, uno que porta casco blanco dirige la obra, mientras que otro vistiendo traje supervisa lo realizado.
Por un lapso, los trabajos parecían haber tomado un descanso sin que se supiera lo que iba a continuar. Como en el principio, los trabajadores llegaron por la mañana y comenzaron su jornada al interior de los edificios. Pero esta vez fue diferente, la demolición había comenzado. Tras esas fachadas deficientemente recuperadas, la faena consistía en usar el marro y el pico para ir desgajando cada una de las piedras, ladrillos y adobes que componían los paredones. Primero fueron los dos cuartos que ocupaba la tienda, continuaron con las habitaciones detrás de éstas, luego con las habitaciones de la esquina que colindan con la extinta vecindad y otro edificio de finales del siglo XVII, siendo éste afectado parcialmente en uno de sus muros estructurales, situación que llevó a sus propietarios a imponer una queja ante las autoridades correspondientes para que resarcieran el daño, lo cual se logró debido a su oportuna reacción y un largo proceso judicial; en tanto, este hecho sacó a la luz varias irregularidades, como la falta de autorizaciones y la violación de la normatividad al respecto. Con todo, el ahora conocido proyecto de departamentos para turistas y restaurante gourmet continuó con las adecuaciones espaciales para su instalación.
En apariencia la jornada terminaba por las tardes, pero solo se trataba de una simulación, ya que por la noche y fuera del horario de operación de las autoridades, los camiones de volteo acudían al domicilio para retirar los escombros hasta la madrugada, burlando toda institución y reglamentación. Los trabajos de derrumbe se prolongaban toda la noche a pesar del ruido producido hasta el cambio de turno.
Hoy en día, este proyecto continúa a menor ritmo; sin embargo, los efectos son dramáticos. A la antigua taberna a la que hacía referencia el doctor Hugo Leicht solo le quedan su fachada y el texto alusivo de la pluma de este historiador. Con la misma suerte, la extinta vecindad está siendo derrumbada para dejar su terreno llano. Esta práctica común y bien conocida se ha repetido con mayor intensidad en los últimos años. Al menos ocho edificios patrimoniales en el barrio atraviesan por una situación similar, sin que haya una reacción contundente. Analco es un barrio que se derrumba.