Henrieta Sivan Leavitt
La Astrónoma que nos permitió medir el universo
Fecha y lugar de nacimiento.
4 de julio de 1808 (Lancaster, Estados Unidos).
Su mayor logro.
Descubrir el método de medición de la distancia entre estrellas.
Su lema.
“En el brillo de las estrellas se esconde una nueva regla para medir el universo”.
Cópiale.
A veces, en los pequeños detalles está la respuesta a grandes enigmas.
En el cielo hay tantas, tantas, tantísmas estrellas que es imposible contemplarlas todas. Existen alrededor de unas 6 mil estrellas visibles desde la Tierra, pero se calcula que en todo el universo hay unas 10000000000000000000000000 estrellas. Nuestro cerebro es incapaz de imaginar un número así de largo, ni de broma (yo solo veo ceros, la verdad). Pero el mayor problema es que sabemos muy poquitas cosas sobre ellas porque están muuuy lejos, por eso es tan importante el trabajo de Henrietta Swan Levitt, quien ideó un método para poder conocerlas un poquito mejor.
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A pesar de que en el siglo XIX no era nada habitual que las niñas quisieran estudiar tantos años e ir a la universidad, los padres de Henrietta la apoyaron hasta el final y con 24 años consiguió graduarse en Radcliffe College, una universidad sólo para mujeres asociada a Harvard, donde estudió griego, geometría, arte, filosofía, matemáticas y astronomía. Casi nada. Cuando acabó la universidad decidió apuntarse como voluntaria en el Observatorio del Harvard College.
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A las mujeres que trabajaban allí solían llamarlas “calculadoras” porque hacían tareas rutinarias, como cálculos aburridísimos o revisiones de placas fotográficas de las investigaciones que hacían los hombres. Pero Henrietta estaba tan feliz que no le daba mucha importancia a lo tedioso del trabajo ni al hecho de que le pagaran muy poco (25 centavos la hora, seis días a la semana, siete horas al día, con lo que no se podía comprar casi nada). Henrietta incluso pasó por alto lo peor de todo, que el mérito de cualquier cosa que ella descubriera se lo llevaran sus jefes. Los jefes estaban contentos con ella que decidieron contratarla de tiempo completo. ¡Normal, si les hacía todo el trabajo¡
Un día, mientras estaba calculando e interpretando datos, Henrietta se quedó fascinada por el patrón de comportamiento de las estrellas cefeidas. En las imágenes vio que cuanto más de prisa oscilaban, más pequeñas eran. Y es que cuando miramos una noche estrellada, sólo vemos un montón de puntos brillantes y parpadeantes, pero ¿cómo saber si están más cerca de nosotros? La distancia a las estrellas cercanas se calcula por trigonometría. Mientras que el método para las estrellas más distantes lo sabemos gracias a Henrietta, porque ella descubrió que la luminosidad de la estrella también depende de la distancia a la que se encuentre. Cuanto más lejos, menos brillará, claro. Así que ahora sabemos que si comparamos el brillo de una estrella cefeida de cierto periodo de oscilación, cuya distancia se conoce, con otra menos brillante, se puede calcular la distancia a la segunda. Tiene sentido, ¿no?
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Eso la llevó a publicar una disertación de tres páginas que tuvo que ir firmada por su jefe para poder ser presentada. Pero pudo decir, al menos, que estuvo preparada por ella. Algo es algo, está claro. Gracias al descubrimiento de Henrietta, los astrónomos se dieron cuenta de que así se podían conocer la distancia a las galaxias.
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Henrietta había cambiado para siempre el curso de la astronomía, pues hasta ese momento nadie pensaba que hubiera nada más allá de la Vía Láctea. Gracias a la puerta que abrió, otros científicos pudieron descubrir después que la Tierra era un pequeño planeta más en Vía Láctea, que además existen millones de galaxias más como la nuestra. Sin la audacia de Henrietta quizá todavía habría gente que pensaría que ¡la Tierra es el centro del Universo!
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La pena es que su jefe era quien elegía en qué tenía que trabajar Henrietta a cada momento y le iba cambiando las tareas según le parecía. ¿Se imaginan todo lo que podría haber descubierto Henrietta si la hubieran dejado hacer lo que ella hubiera querido?
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Poco tiempo después de morir Henrietta, llegó a su casa una carta del matemático sueco Gösta Mittag-Leffler, en la que le decía que le gustaría nominarla al Premio Nobel por sus impresionantes descubrimientos. Pero, claro, el premio no se puede dar a título póstumo, así que no fue posible. Eso sí, hay un cráter lunar y un asteroide que fueron bautizados con su nombre.
Pero ¿cómo puede ser que nadie le haya puesto su nombre a una estrella? Vamos ahora mismo a comprar una y llamarla “Henrietta”. Se lo merece.