A finales de 1200 y principios de 1300, la actividad comercial, bancaria e industrial de Florencia, Italia, constituyó un elemento estructural determinante para marcar la vida económica que se calificó como una época de desarrollo sorprendente; pero una serie de factores en combinación dieron lugar a una crisis financiera de un carácter verdaderamente aterrador. Pero si bien estas condiciones sociales marcaron un sufrimiento incalificable, se define como fecha de inicio, la pandemia de peste bubónica en 1347, que mató a un tercio de la población, y que provocó sentimientos de verdadera desolación.
Esta enfermedad es producida por una bacteria llamada Yersinia pestis (Lehmann y Neumann, 1896). Su característica clínica principal es la inflamación de ganglios, es decir con un crecimiento considerable, en regiones inguinales con extensión a los órganos sexuales o axilas. Estas lesiones voluminosas se llaman bubones (de ahí el nombre), pudiendo tener otro tipo de manifestación a nivel pulmonar, conociéndose en este caso como peste neumónica. Los primeros síntomas coinciden con cualquier proceso infeccioso banal, unos días después de la exposición a la bacteria, como fiebre, dolor de cabeza, malestar general y náuseas. Estos malestares se acentúan, coincidiendo con la inflamación de los ganglios, extremadamente dolorosos que eventualmente se abrirán espontáneamente para expulsar pus.
El ciclo biológico de Yersinia pestis es particularmente interesante pues están involucradas las pulgas, los roedores y el hombre, siendo las ratas animales transportadores y sus ectoparásitos, es decir, las pulgas, quienes la transmiten al hombre, mediante sus picaduras. Pero en la Edad Media esto era totalmente desconocido, y ante las incógnitas y las incertidumbres, con medidas desesperadas, se trataban de curar y prevenir a base de remedios que ahora nos hacen esbozar cara de sorpresa, asombro, extrañeza y desconcierto, por su ineficacia.
Médicos que con sombreros de alas enormes, ropas oscuras y holgadas, máscaras con grandes picos, bastones que en no raras ocasiones terminaban en símbolos, guantes de piel, ceras aromáticas y zapatos especiales, trataban por igual a ricos y a pobres en una forma totalmente infructífera.
Sin un tratamiento con antibióticos, la muerte se da rápidamente hasta en el 90 por ciento de los casos, lo que explica que en el siglo XIV mató más o menos a cien millones de personas en Asia, África y Europa, por supuesto debido a las pésimas condiciones higiénicas, la mala alimentación, pobre educación y la falta de conocimientos médicos, incluso elementales. No se conocían a los microbios, no había limpieza, las ratas y pulgas pululaban, predominaban ideas religiosas, se divulgaban ideas exageradas en una forma masiva, la afectación tanto a ricos como a pobres planteaba explicaciones de castigos divinos, generando ideas verdaderamente apocalípticas.
Pero hablamos de la Edad Media como ese periodo en el que se transitó del esclavismo al feudalismo, en términos de proteger a grupos poblacionales llamados feudos, de las hordas salvajes que acechaban a las comunidades, por medio de castillos de defensa que creaba una relación muy desigual pero socialmente necesaria. El señor feudal obtenía grandes ventajas a través de ganancias condicionadas por la labor de artesanos, campesinos, constructores y demás individuos que brindaban su fuerza de trabajo, obteniendo como una compensación, la protección que, dicho sea de paso, no siempre fue tan efectiva. Pero se generó riqueza, particularmente en ciertos puntos donde el comercio dio la pauta a que se diera lugar a intercambios con ganancias extraordinarias. Pero este periodo de “plenitud” acarrearía una gran cantidad de problemas de toda índole, que se reflejaron en lo que hoy se conoce como la crisis del siglo XIV.
Los conocimientos médicos se habían estancado pues el origen de las enfermedades se atribuía a elementos mágicos y religiosos, aunque tomando conceptos griegos, existían teorías como la de los miasmas, o putrefacción del aire condicionada por la descomposición de materia orgánica que al ser inhalada o al tener contacto con la piel, provocaba enfermedades. También hubo teorías astrológicas en la que ciertas posiciones de planetas y estrellas con la luna, el paso de cometas, eclipses o diversos fenómenos astronómicos tendrían un impacto sobre la salud. Las erupciones de volcanes, movimientos de la tierra y transformaciones físicas condicionaban, a la visión de los hombres medievales, liberación de gases y otros elementos tóxicos. Esto era sobrenatural y por lo mismo, la explicación más clara era achacar estos fenómenos a la cólera divina por el pecaminoso comportamiento del ser humano en general, obviamente reforzado por una iglesia que se convertiría en una institución muy poderosa cuyo cimiento fue definitivamente el miedo.
Ahora ya sabemos que Yersinia pestis es una bacteria que se llama así desde el año de 1970 porque su descubridor fue un bacteriólogo y médico nacido en Suiza pero nacionalizado francés que se llamó Alexandre Emile John Yersin (1863 – 1943) quien en una forma casi simultánea, con el médico y bacteriólogo japonés llamado Kitasato Shibasaburō (1852 – 1931), describieron a este microbio**. Por cierto, es de llamar la atención que este último, no fue tan reconocido como el Dr. Yersin por la pobre difusión que le hicieron a sus investigaciones.
Pero regresando a la epidemia de Peste en Florencia, un escritor italiano llamado Giovanni Boccaccio (1313 – 1375) escribió entre 1351 y 1353 una obra llamada El Decamerón que narra no solamente las características de la enfermedad sino que describe a un grupo de 10 jóvenes (siete mujeres y tres hombres) quienes huyendo de la epidemia, se refugian en una villa que se ubica en las afueras de Florencia.
Pero ya en el aislamiento, deciden en diez días, contar diez relatos por persona, por lo que la obra consta de 100 cuentos o narraciones que van desde lo erótico a lo trágico. De lectura un poco difícil por el lenguaje, constituye una verdadera obra maestra que todos debemos de conocer y sobre todo disfrutar.
En estos momentos en los que nos enfrentamos a la pandemia de Covid-19, tomo en mis manos El Decamerón, de Giovanni Boccaccio, y analizo que en la actualidad enfrentamos algo muy similar a la Edad Media, en primer lugar por la ignorancia. Realmente no sabemos todo lo que gira alrededor de este nuevo Coronavirus que nos afecta. Las descripciones técnicas de este ultra microbio se pueden encontrar en distintas publicaciones que difunden las principales organizaciones que valoran el estado de salud global, pero no sabemos por qué, penetrando a las vías respiratorias en una forma particularmente rápida, genera un proceso de insuficiencia respiratoria afectando seguramente el centro respiratorio que se ubica en nuestro sistema nervioso.
Compras de pánico que se dan en centros comerciales de gente “pudiente” llegan a absurdos inconcebibles, como la adquisición incomprensible de pelearse por conquistar cantidades irracionales de papel sanitario.
Si hablamos de un proceso de infección por vía respiratoria, no concibo por qué se plantea la incineración de cadáveres pues hasta ahora, nunca he visto y nadie verá a un muerto que posea la capacidad de respirar.
Las redes sociales difunden noticias falsas de curaciones con ungüento de mentol, de la misma forma en la que los médicos de la Edad Media llenaban sus máscaras con aceites precisamente mentolados. Remedios homeopáticos que no pueden superar los efectos de placebos, que son utilizados en la ciencia para poder determinar la efectividad de medicamentos probados.
Se politiza el ambiente acentuando discusiones estériles que nada tienen que ver con la infección, en un catastrofismo que es igual a la crisis que se dio en el siglo XIV, precisamente cuando la peste bubónica asoló a toda la población, tanto de ricos como de pobres.
Y de la misma forma en la que describe Boccaccio el confinamiento en un encierro que a muchos desespera, en pleno siglo XXI, nos tenemos que recluir con infinidad de temores y de dudas que nos hacen vislumbrar un panorama económico no solamente desolador sino literalmente devastador.
Así podría continuar en una serie de analogías que me permiten comprender que la naturaleza humana no ha cambiado, a lo largo de los siglos, haciendo nacer pocos actos de generosidad y mucho más de mezquindad, cuando en nuestra irracionalidad, nos conducimos en formas muy poco inteligentes.
En la vida, a todo se le puede ver lo bueno y también lo malo. Si a la Edad Media le siguió El Renacimiento, debemos forzosamente establecer medidas de pensamiento que nos permitan sacar provecho de esta crisis y humanizarnos, en un momento en el que enfrentamos problemas tan absurdos como la mortalidad por hambre, delincuencia, el racismo, las guerras, la destrucción del medio ambiente y la contaminación, el agotamiento de recursos como el agua, pero sobre todo, la pobreza con su respectiva desigualdad y limitación de oportunidades.
La tecnología es relativamente reciente y está acabando con nuestro planeta; sin embargo, las humanidades nos han acompañado desde tiempos inmemoriales y permiten mejores niveles de convivencia e igualdad. Debemos entonces cultivar la filosofía, las artes, los estados contemplativos ante el portentoso paisaje de la naturaleza y buscar formas de felicidad que vayan más allá de la irracional acumulación de riqueza material, cambiándola por la prosperidad humanística y el cultivo de la sensibilidad. Esta debe de ser a nivel universal, la enseñanza de la pandemia por el Covid-19.
**Originalmente, este microorganismo fue denominado Bacterium pestis hasta 1900, Bacillus pestis hasta 1923, Pasteurella pestis, hasta que en 1970 se le denominó Yersinia pestis en honor de Alexandre Yersin.