“[Las crisis son] Soluciones violentas puramente momentáneas de las contradicciones existentes, erupciones violentas que restablecen pasajeramente el equilibrio roto” (Carlos Marx, El Capital, FCE, 1959, t. III: 247).
La crisis económica que vive el capitalismo mundial se inició apenas despuntaba la segunda década de este siglo, cuando el capitalismo no terminaba de salir de la crisis financiera de 2008-2009. Particularmente, en América Latina, durante el decenio 2010-2019, el crecimiento de la economía disminuyó notoriamente debido a la caída de los precios de los commodities, consecuencia de la contracción de las economías que el Fondo Monetario Internacional (FMI) denomina “emergentes” (India y China, principalmente), así como de la guerra comercial contra China, emprendida por Donald Trump apenas asumió la presidencia de Estados Unidos.
Las cifras ofrecidas por la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL) muestran que en la década de 2010-2019, posterior a la crisis financiera de 2008, “la tasa de crecimiento del PIB regional disminuyó del 6 por ciento al 0.2 por ciento”, incluso, en el período 2014-2019 se registró el menor crecimiento de la región desde la década de 1950, cuando fue de apenas 0.4 por ciento (CEPAL. Segundo Informe Especial: “Dimensionar los efectos del Covid-19 para pensar en la reactivación”, 21 de abril de 2020, p. 1).
A esta crisis de acumulación de capital, se sumó la aparición y pandemia del Co-vid-19, que, de acuerdo con la misma CEPAL, “Impactó América Latina y el Caribe en un momento de debilidad de su economía y de vulnerabilidad macroeconómica.”
Pero esto no fue todo. Afirma con razón, Noam Chomsky, que el asalto neoliberal a nuestros países convirtió la salud en una mercancía y se abandonó el sistema sanitario público, a cuya debilidad hay que agregar su escasa e insuficiente infraestructura, y que, manejado con criterios de lucro, dispone de una limitada cobertura para atender a la población que padece enfermedades vinculadas a la pobreza y a una inadecuada alimentación, pero cuyo costo de atención no es redituable en los términos de costo/beneficio, como gustan plantear estas cuestiones los economistas neoliberales.
Pero si bien la crisis económica que se desenvolvía de manera desigual en el mundo, no derivó de la pandemia, ambas se producen con las características que les imprime el capitalismo; lo que hizo la pandemia fue amplificar y agudizar la crisis económica al momento de hacerse simultáneas; de hecho, la pandemia (que se declara por su índice de expansión y no por la gravedad del virus), fue un factor importante en la mundialización de la crisis económica que se desenvolvía afectando de manera desigual a las naciones del mundo, es decir, la pandemia, además del severo daño ocasionado a la salud pública, universalizó la crisis económica, de manera que FMI, en voz de su directora, Kristalina Georgieva, afirmó, a finales de marzo: “La pandemia por el nuevo coronavirus llevó a la economía mundial a una recesión y serán necesarios fondos masivos para ayudar a las naciones en desarrollo” y enfatizó: “Está claro que hemos entrado en recesión, que será peor que la ocurrida en 2009, como consecuencia de la crisis financiera mundial.” Por supuesto, Georgieva oculta que no es la pandemia la que lleva a la economía mundial a una recesión, sino la contradicción del capitalismo: entre producción social y apropiación privada del producto. En realidad, el desarrollo capitalista le son consustanciales las crisis periódicas de sobreproducción, como hechos violentos para ajustar las relaciones sociales de producción a una nueva situación que permita reiniciar el proceso de acumulación.
Este fenómeno inédito, la coincidencia de ambas crisis, y la rápida expansión de la pandemia en América Latina, permiten caracterizar la situación por la que atravesamos, tal como lo hace la CEPAL, como una “crisis sanitaria, económica y social.”
Entre otros impactos agudizados por la pandemia, se pueden contar la ruptura de las cadenas de producción y distribución debido a la suspensión de actividades productivas; la drástica disminución de la actividad turística hasta casi su desaparición y pérdidas severas en hotelería, así como del transporte aéreo y terrestre vinculados a esa actividad; reducción de las ventas y ganancias en la industria automotriz; la disminución del comercio internacional y la fuga de capitales de los países dependientes hacia los centros financieros (según el FMI, en marzo, “las naciones emergentes han sufrido un éxodo de capitales por más de 83 mil millones de dólares ”); pero, sobre todo, se han cancelado una buena parte de los empleos formales y de acuerdo con la Organización Internacional del Trabajo, están “en riesgo de perder su ingreso mil 600 millones de personas ubicadas en la economía informal” (La Jornada, 30-4-20: 4); asimismo, la pandemia mostró lo debilitado de los sistemas de salud en buena parte del mundo, pero sobre todo en los países dependientes, en los cuales el neoliberalismo hizo estragos sin fin.
Esto significa que, tanto la crisis económica, como el coronavirus, golpean con mayor fuerza a la población empobrecida, sobre todo al llegar a países con sistemas de salud deteriorados o demolidos por el neoliberalismo. Si la elevada contagiosidad del coronavirus ha hecho trastabillar la estructura hospitalaria en las economías metropolitanas, en los países dependientes puede provocar tragedias inimaginables. En México, como en todos los países, el principal riesgo es que la pandemia supere el umbral de saturación del sistema hospitalario público, lo que conlleva, inevitablemente, para la población más pobre y la más vulnerable, una agravación de su situación social.
Por otra parte, no sorprende la respuesta de la sociedad mexicana para enfrentar unida a un enemigo invisible y brutal. Lo ha hecho en diversas ocasiones. Con la crisis social del capitalismo, las prioridades de nuestro país y del gobierno se han trastocado; lo urgente ahora es atender las dos emergencias simultáneas, que no estaban en el calendario: la pandemia del Covid-19 y el agravamiento de la recesión económica. Hoy nos agobia la pandemia, pero no se puede descuidar el despegue.
Pero la crisis ha suscitado reacciones políticas que hacen más difícil enfrentar los problemas de las crisis. Tal es el caso del sector más belicoso de los empresarios, que quieren aprovechar la situación para fortalecerse políticamente. Gustavo de Hoyos, dirigente de la Coparmex con pretensiones de ser candidato de la derecha en las elecciones de 2024, ha llevado al terreno político sus diferencias con el gobierno. De esta manera, en medio de un persistente golpeteo de una derecha pueril e insolente, el gobierno realiza sus actividades de combate a la pandemia y la de avanzar en la superación de una crisis económica de insospechada magnitud.
Lamentablemente, diversos medios de comunicación se utilizan como ariete contra el gobierno; a estos se han unido algunos sectores minoritarios, pero con capacidad económica para utilizar esos arietes en su beneficio, parecen solazarse con la crisis social y pretenden atribuirla a “la mala conducción del actual gobierno”, afirmación que soslaya no sólo las herencias neoliberales, sino la recesión mundial.
También puede ser cierto que el coronavirus no se haya propagado intencionalmente con fines políticos, lo cierto es que en México la derecha ha pretendido deslegitimar las políticas y programas gubernamentales difundiendo, incluso, noticias falsas para mostrar la ineficacia de las medidas adoptadas por las autoridades sanitarias. En todo caso, se trata de fabricar hechos y noticias que dispongan a la opinión pública contra la 4T. Por fortuna, los mexicanos conocemos hasta la saciedad a los adalides de la derecha: Vicente Fox y Felipe Calderón, quienes navegaron en las mismas aguas por las que navegó Genaro García Luna.