El asteroide B-612 es un miniplaneta situado en el Cinturón de Asteroides, específicamente en la zona compartida con los asteroides 325 al 330. Fue descubierto en el año 1909, por el astrónomo turco Mehmet Ben Behnet, sin embargo, su descubrimiento se hizo conocido a partir de 1945, cuando el investigador francés Antoine de Saint-Exupéry lo describió en su ensayo “Estudio sobre el asteroide B-612: geología, características y presuntas formas de vida”, libro que aún es estudiado por la comunidad de científicos. El ensayo está basado en algunos apuntes que estaba leyendo cuando su avión se accidentó en el desierto del Sahara. Hay rumores de que estaba cotejando información con un niño extraviado en el desierto, pero eso no está confirmado. Tiempo después, cuando se esperaba una segunda parte del estudio, Saint-Exupéry realizó un viaje de exploración en el Mar Mediterráneo para buscar información sobre el paradero de Amelia Earhart, desaparecida en 1937 en el Pacífico. Aún lo estamos esperando. (https://inciclopedia.org/wiki/Asteroide_B-612). Nota para expertos: no todos los asteroides son igual de bonitos, redonditos, con baobabs y con flores.
El ambiente interplanetario que rodea a la Tierra es, sin duda, hostil, con millones de pequeños cuerpos, aunque de muy diversos tamaños y formas, que pueden modificar sus órbitas y moverse de sus reservorios naturales (esencialmente el Cinturón Principal de Asteroides, localizado entre las órbitas de Marte y Júpiter) a la parte interior del sistema solar, en particular cruzando la órbita terrestre alrededor del Sol. Se calcula que, diariamente, en la atmósfera de la Tierra entran entre 50 y 150 toneladas de residuos cósmicos. Afortunadamente, la gran mayoría son lo suficientemente pequeños como para desintegrarse a medida que se mueven en las capas de la atmósfera terrestre. Sin embargo, los cometas de período corto y los asteroides son los cuerpos pequeños del sistema solar que más peligro pueden representar si se produce un impacto sobre la superficie de la Tierra.
Evidencias de estos encuentros se tienen en muchos planetas y satélites del sistema solar, incluyendo, por supuesto, la Tierra y la Luna. En general, la comunidad científica no puede predecir el momento ni el lugar preciso de un impacto de esta naturaleza, pero sí podemos hacer análisis estadísticos de la probabilidad de que ocurran. Objetos mayores a los 30 metros, que sin ser tan grandes pueden provocar grandes daños, tienen una frecuencia de impacto de uno cada varios siglos, mientras que para un objeto de unos 300 metros, la frecuencia disminuye a uno cada varios cientos de miles de años. Estas estimaciones podrían ser más precisas, pero se necesita un mayor número de observaciones para poder determinar sus elementos orbitales de una manera más confiable. Si revisamos las estadísticas presentadas por el Centro de Planetas Menores (Minor Planet Center), organismo que se encarga, a nivel mundial, de recolectar todas las observaciones de estos objetos y de calcular sus órbitas, veremos que, aunque hay varios millones de observaciones, son aún insuficientes dado el gran número de asteroides que todavía no ha sido descubierto. Esto implica que es de primera necesidad e importancia que nuevos observatorios y estaciones se incorporen a los programas de búsqueda, identificación y seguimiento de asteroides en general y de objetos cercanos a la Tierra en particular. Por cierto, en el INAOE hay un grupo de astrónomos dedicados al estudio de estos objetos, y el Instituto forma parte de la Red Internacional de Alerta de Asteroides (IAWN, por sus siglas en inglés), auspiciada por la ONU.
Hoy en día el riesgo de una colisión es mucho menor que en los primeros 700 millones de años de la historia del sistema solar, debido a que las órbitas planetarias se han estabilizado y muchos de los objetos pequeños han sido asimilados por planetas y satélites. Sin embargo, el riesgo de un impacto mayor, con objetos que tienen órbitas elípticas muy excéntricas, que pasan cerca o cruzan la órbita de la Tierra, permanece latente. La colisión, en 1990, del cometa Shoemaker-Levy 9 con Júpiter y los eventos de Tunguska y Chelyabinsk, ambos en Rusia, el 30 de junio de 1908 y el 15 de febrero de 2013, respectivamente, son una clara evidencia de que estos eventos pueden ocurrir en la época moderna. Y no hablemos de los tiempos remotos del evento K-T, hace 65 millones de años, que modificó radicalmente la vida en la Tierra.
Estos objetos, con órbitas alrededor del Sol entre las de Venus y la Tierra o entre las de la Tierra y Marte, se denominan Objetos Cercanos a la Tierra o Near-Earth Objects (NEOs). Pueden ser asteroides (Near-Earth Asteroids, NEAs), fundamentalmente provenientes del Cinturón Prin-cipal de Asteroides o cometas de período corto (Near-Earth Comets, NECs). La determinación de sus parámetros orbitales permite catalogarlos como objetos cercanos a la Tierra. En la actualidad se conocen más de 20 mil NEOs.
Por su misma naturaleza, los asteroides son un tema muy atractivo para la ciencia-ficción, ya sea en cuentos, novelas, películas o series de televisión. ¿Quién no recuerda al capitán Han Solo esquivando miles de asteroides en el Halcón Milenario, o a Bruce Willis haciendo explotar un asteroide y salvando a la Tierra? Por cierto, eso es lo que menos se recomienda en caso de que algún día se nos presentara esa cuestión. Lo mejor es frenarlo, acelerarlo o desviarlo, para evitar que miles de fragmentos caigan a la Tierra. Ya que estamos en esto, a mí en lo personal me gustó más Impacto Profundo, es más realista e inquietante.
En cuanto a la literatura, The Moon Maker (1916) de Arthur Train y Robert W. Woods trata de un asteroide (llamado Medusa) que es desviado, para que no choque con la Tierra, mediante rayos que provocan una reacción nuclear en su superficie, pero en lugar de ser destruida, Medusa se convierte en una segunda luna de la Tierra.
Isaac Asimov también escribió unas novelas sobre asteroides, protagonizadas por su personaje Lucky Starr; sin comentarios, mejor leamos sus maravillosas sagas de los robots y las Fundaciones. Y El fin de la eternidad, Los propios dioses y Amanecer.
Ya se está hablando sobre algo en que la ciencia y la ciencia ficción se mezclan: la minería de asteroides, ya sea viajando hasta ellos o trayéndolos a una órbita alrededor de la Tierra o de la Luna para su explotación. Hay trabajos muy serios sobre el tema e incluso algunas compañías ya establecidas y listas para ese futuro cercano. Y si a la ficción vamos, hay una serie de novelas altamente recomendables sobre la colonización del cinturón de asteroides, doscientos años en el futuro, escritas a cuatro manos por dos autores bajo el seudónimo de James S.A. Corey. Buenísimas, ciencia ficción moderna de primera. Por supuesto ya está la adaptación a televisión en una serie también excelente llamada “The Expanse”.
Por último, para no olvidar que este año se celebra el centenario de dos gigantes de la ciencia ficción como lo son Isaac Asimov y Ray Bradbury, viene a cuento mencionar que cada uno tiene un asteroide nombrado en su honor: 9766 Bradbury y 5020 Asimov. Si quieren consultar sus órbitas, y las de algún otro asteroide, vayan al Minor Planet Center (https://www.minorplanetcenter.net/).