—¿Y si hacemos una película de ciencia ficción?
—¿Sin dinero? ¿Cómo?
—Podríamos usar una sola locación para que no salga caro. Una locación muy interesante, eso sí.
—¿Cómo cuál?
—Como en un telescopio… Piénsalo: son lugares hechos para ver las estrellas, y siempre los construyen en lugares exóticos.
—Suena bien, suena bien…
Así dio inicio nuestra aventura de hacer una película mexicana de ciencia ficción. Nunca nos imaginamos que el trayecto iba a ser tan largo. Tampoco anticipamos cómo sería nuestra relación con las personas que nos ayudarían a mejorar la parte científica de la historia.
Cuando empezamos a esbozar la trama, delimitamos una serie de reglas para la película: no debía contar con muchos efectos especiales; sería cien por ciento mexicana, con personajes mexicanos; la acción tenía que ser fundamental, así como la verosimilitud científica (un requisito que nos parecía y nos sigue pareciendo obligatorio en el género de la ciencia ficción).
Nos preguntamos: ¿cuál es la historia que queremos contar? ¿Qué nos interesa decir? Y cuando tuvimos ciertas guías al respecto, llegamos a un punto muy importante: la parte científica. Planteamos diferentes historias, pero dudábamos si eran factibles. Fue entonces que decidimos hacer el primer contacto: lanzamos algunas señales con la esperanza de que alguien las viera y acudiera al llamado. Un par de semanas después llegó nuestra primera respuesta. Unos científicos nos invitaron a una reunión para platicar sobre nuestro proyecto.
Lo primero que nos dijeron fue: ¿en qué necesitan ayuda? Nosotros, todos emocionados, les preguntamos si nuestros personajes podrían ver el futuro usando un telescopio óptico, tal vez mediante un puente Einstein-Rosen. Y fue así como nos dimos cuenta de un gran problema: nosotros, como contadores de historias, nos aferrábamos a un “podría”, mientras que los científicos sólo pensaban en el “puede”. ¿Cuál era la diferencia? Que ellos nos decían: no se puede eso que ustedes quieren, y nosotros preguntábamos: ¿pero sería posible de alguna manera?, y ellos, tajantes y ceñudos, nos contestaban: no, no se puede. Fin de la discusión. Y aunque nos daban mil razones para que nosotros entendiéramos por qué científicamente no era posible lo que queríamos, nosotros no sabíamos cómo decirles que lo único que realmente deseábamos era que existiera la posibilidad.
Al poco tiempo tuvimos la oportunidad de visitar el Observatorio Astronómico Nacional en San Pedro Mártir, Baja California. Un lugar tal como nos lo habíamos imaginado: un bosque sorprendente y, en la parte más alta de la sierra, tres telescopios ópticos. Vivimos la experiencia de estar en un observatorio por una semana. Fue muy estimulante. Tanto, que nos pusimos a escribir algunas escenas de la película in situ. Era una excelente locación, aunque estuviera muy lejos de la Ciudad de México. El problema radicaba en que nuestra historia, al menos en cuanto a la parte científica se refería, distaba mucho de ser sólida. Seguíamos considerando lo de ver el futuro con un telescopio óptico y eso no era científicamente posible, sin importar cuántos asesores tuviéramos (y tuvimos muchos).
En nuestras reuniones con ellos recibimos propuestas muy interesantes. Incluso nos llegaron a sugerir historias que les resultaban intrigantes y emocionantes, pero que carecían de un elemento dramático atractivo, algo indispensable en cualquier historia. Pero al tratar de señalarles esto, fue como cuando ellos nos quisieron explicar la ecuación de onda del universo… Quedaba claro que hablábamos lenguajes muy diferentes, y por momentos llegamos a temer que jamás íbamos a ser capaces de entendernos.
En determinado momento pensamos que a lo mejor la solución consistía en ceder: en lugar de estarlos cuestionando, sería mejor hacerles caso, permitir que nos guiaran de principio a fin. El resultado fue un guion súper científico, pero mortalmente aburrido para todos aquellos que no supiéramos nada de astronomía. Los personajes se la pasaban hablando de cómo determinar si un objeto era joviano o rocoso mediante la tangente del ángulo formado según su posible distancia, y otras cosas todavía más extrañas. Por más que nos gustara la ciencia, y en especial la ciencia ficción, no era una película que nos hubiera gustado ir a ver al cine. El guion terminó en el cajón de la vergüenza y tuvimos que replantear, por enésima ocasión, la historia.
Sin embargo, aquellas reuniones no fueron en vano, pues nos dejaron muchas enseñanzas. Gracias a ellas nos dimos cuenta de que nuestra hipótesis ya estaba superada, que existían muchas otras opciones para hablar de lo que nos interesaba, y que había un nuevo proyecto científico en la Sierra Negra que necesitábamos conocer.
Hicimos contacto con otro grupo de científicos, quienes nos enseñaron el lugar donde se montaría lo que iba a ser el proyecto científico más grande de nuestro país: en la punta de un volcán, a más de 4 mil 600 metros de altura sobre el nivel del mar. Estaba empezando la construcción del telescopio más grande en su tipo.
La llegada a ese lugar era, por sí misma, toda una aventura. Había que subir por una montaña, atravesar un bosque y seguir ascendiendo hasta sentir que te faltaba el aire. No había suficiente oxígeno ni siquiera para que las plantas pudieran crecer.
Habíamos encontrado una nueva locación, más cercana a la Ciudad de México (y por lo tanto mucho más económica en términos de producción cinematográfica), pero a la que todavía le hacía falta el personaje principal: el telescopio. Tuvimos que esperar a que lo construyeran. Mientras, aprovechamos para seguir corrigiendo la historia.
Las semanas se convirtieron en meses y luego en años. Continuamos aprendiendo cosas nuevas gracias a los científicos. También fuimos conociéndolos cada vez más. Nos dimos cuenta de que eran muy peculiares: les gustaba reírse, pero sin perder la formalidad; eran orgullosos, aunque cooperadores (de hecho, les gustaba mucho enseñar, como si su segunda vocación fuera la docencia). Y fue así como tuvimos un golpe de suerte: encontramos a unos astrónomos que entendieron a la perfección que no tratábamos de hacer un documental científico, sino una película de ficción con pequeñas dosis de ciencia. ¡Aleluya!
Fueron ellos quienes, luego de leer la historia, nos dieron una esperanza. Además, estaban conscientes de que era posible tomarse algunas licencias en el cine: había que aceptar ciertos hechos como viables para fortalecer los elementos dramáticos, aunque sin traicionar las exposiciones científicas. A partir de ahí, todo marchó sobre ruedas.
Pudimos ver cómo el Gran Telescopio Milimétrico Alfonso Serrano dio su primera luz científica y diseñamos un conjunto de planos cinematográficos y secuencias dramáticas para que sucedieran en ese espacio. Logramos filmar la película y llegó el día en que la tuvimos que presentar ante la comunidad científica.
Solo queda decir que ahora, científicos y cineastas, hemos formado una amistad bien equilibrada, digna de una película de ciencia… y ficción.
Película Cygnus (2017)
Tráiler Oficial
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