La(s) masculinidad(es) en el envejecimiento y la vejez

Durante las últimas décadas del siglo XXI, el estudio del envejecimiento, la vejez y la edad ha cobrado relevancia en las discusiones académicas con la intención de reflexionar acerca de las implicaciones estructurales, económicas, culturales e individuales que generan las transiciones demográficas. A pesar de que el fenómeno del envejecimiento poblacional fue anunciado con anticipación (Huenchuan, 2018), este fue concebido como una realidad propia de los países desarrollados, producto de los avances médicos/tecnológicos, el incremento en la esperanza de vida y la disminución en la tasa de fecundidad (Ramos, 2014). Ante esta situación, se hace evidente la necesidad de identificar otras dimensiones en materia de cómo las personas envejecen, sin descuidar analíticamente aspectos tales como: la desigualdad social, la precarización, el desempleo, los estratos socioeconómicos, las áreas urbanas y rurales, la etnia, la raza y el género, a fin de reconocer la diversidad que existe entre las personas mayores.

Desde este panorama, las ciencias sociales han contribuido en la comprensión del proceso del envejecimiento situado y contextualizado y a la resignificación de la vejez, entendida como una construcción social que se caracteriza como un proceso complejo, multicausal (Bruno y Acevedo, 2016) y con sentido social hacia la heterogeneidad de las vejeces. Desde las propias voces de las personas mayores, la antropología y la sociología han recuperado las experiencias de lo que significa ser viejo o vieja en un contexto histórico, social y cultural específico, propiciando así la reflexión analítica en torno a cómo envejecen los hombres y las mujeres. Justamente, Díaz-Tendero (2017) atiende una serie de cuestionamientos en torno si los hombres y las mujeres envejecen de maneras diferentes, o si los roles se atribuyen de manera distinta o permanecen los roles al envejecer o estos se eliminan.

Estos avances hacia la problematización de la vejez y el envejecimiento, brindan un salto significativo para mirar al género y a la edad desde panoramas críticos para la investigación (Arber y Ginn, 1996). Desde esta mirada, es posible saber que los aprendizajes de género no son un asunto meramente biológico, sino que poseen un carácter social que a través del proceso de socialización se encarnan prácticas cotidianas en torno al deber ser, lo que se traduce en “la formación de identidades, el sistema de valores sociales, el establecimiento de redes sociales los cambios y continuidades de la lógica de género en las biografías y en el orden social” (Díaz-Tendero, 2017).

Por tanto, el género como lente analítico permite observar y visibilizar cómo los mandatos culturales (Freixas, Luque y Giménez, 2003) se materializan a través de la repetición de prácticas cotidianas acerca de un marco normativo del deber ser, se naturalizan las relaciones de poder y se asumen como responsabilidades propias una serie de actividades esperadas por la diferenciación sexo-genérica. Bajo este enfoque, la comprensión de todo el entramado de los aprendizajes de género es posible saber los costos, las implicaciones y las dificultades que estos resultan en la etapa de la vejez.

Las investigaciones sobre las mujeres mayores desde los estudios de género, siguen en marcha, aún hay mucho por documentar, cuestionar y proponer para la reflexión. No obstante, es posible identificar que son las mujeres quienes viven más, pero las conclusiones distan de posturas contrapuestas. Por un lado, hay quienes señalan que si bien, las mujeres tienen una mayor esperanza de vida en comparación con los hombres, esto no se traduce en mejores condiciones, debido a que, durante sus etapas productivas y reproductivas, la mayoría de las mujeres se dedicaron a actividades domésticas y de cuidados, alejadas de las actividades remuneradas, lo que resulta la falta de pensión, de jubilación y de seguridad social (Ingrisch, 1996). Mientras que, otras conclusiones aseguran que las mujeres acumulan otro tipo de ventajas a partir de los roles aprendidos tradicionalmente, al mantener sus relaciones sociales, sus redes comunitarias y familiares más sólidas y el cuidado de su salud (Sánchez, 2011).

Ahora bien, ¿por qué hablar de la vejez masculina desde los estudios de género de los varones? Desde la academia, la incorporación de los varones como sujetos de estudio, forma parte de las aportaciones de las teorías feministas, que a partir de los planteamientos teóricos propició el estudio de los varones como actores/sujetos dotados de género, en el que sus identidades, prácticas y relaciones como hombres son construcciones sociales y no hechos de la naturaleza (Núñez, 2016). Trabajos como Fuller, 2000; Olavarría, 2000; Velázquez, 2004, Hernández, 2008 han explicado cómo los hombres aprenden a ser hombres en un contexto patriarcal en el que busca alcanzar el ideal de la masculinidad hegemónica, caracterizada por una serie de estereotipos de género y prácticas androcéntricas que los somete a una cierta ortopedia o camisa de fuerza para hacerse hombres, a partir de la competencia, la fuerza, la valentía, la rudeza, la independencia, la virilidad, la seguridad de sí mismos, el liderazgo en el espacio público, la proveeduría, la autoridad. Sin embargo, esos esquemas del deber ser distan mucho de las propias realidades que los hombres viven en sus cotidianidades, por ello la masculinidad hegemónica (Connell, 2015) es un ideal a alcanzar, haciéndose presentes malestares, pérdidas, dolores y desventajas tras su búsqueda.

Sin embargo, las voces de los hombres envejecidos parecieran estar ausentes de los estudios de género, pese a que las investigaciones de los hombres y la(s) masculinidad(es) no iniciaron hace poco tiempo, estas se han centrado más en etapas de la vida productiva y reproductiva. Tal como señala Iacub (2015: 40) “nuestra cultura poco se ha planteado acerca de la masculinidad, menos aun de la vejez”, pareciera que es una etapa en la que se teme reconocer cuáles son los costos e implicaciones de las identidades aprendidas, de las ausencias, de los mandatos y las emociones ausentes. Por ello, se requiere que más allá de desglosar datos o informes biológicos y médicos acerca de por qué los hombres tienen una esperanza de vida menor al de las mujeres, es necesario hacer una revisión de los factores sociales y culturales en el que se aprendió a ser hombres. Esa revisión invita a la búsqueda por comprender cómo los contextos históricos, los lugares donde nacieron y vivieron, las actividades que desarrollaron, los descuidos, el desapego del cuerpo y la búsqueda por el cumplimiento con los mandatos masculinos influyeron en las vivencias en la etapa de la vejez.

Montes de Oca (2010) destaca que los hombres han sido socializados desde la infancia para mantenerse activos como proveedores porque eso les da estatus y prestigio en la sociedad. Por ello, cuando llegan a la vejez no se retiran y cuando lo hacen enferman y mueren. Aunado a ello, Figueroa (2020) señala: “Los hombres llegamos más deteriorados en la vejez”, principalmente porque los aprendizajes de género están asociados con factores de mayor riesgo y heroicidad, al ver su cuerpo como instrumento, los hábitos de consumo de tabaco y alcohol para aguantar más, “hasta donde el cuerpo aguante” (de Keijzer, 2001), el cuidado es casi inexistente, las muertes por accidentes automovilísticos, el crimen organizado o el suicidio son algunas de las causas de muerte en los hombres. De Keijzer (2001), describe algunas de las consecuencias en la salud asociadas a los roles tradicionales de género en los hombres: cáncer de próstata, de pulmón, los desgarros y las hernias, todo ello asociado a trabajos en el que son expuestos a temperaturas extremas, el cuerpo a situaciones físicas/corporales intensas y sustancias tóxicas (OMS, 2019).

En pocas palabras, la búsqueda por cumplir con los mandatos masculinos ha estructurado los cuerpos y las identidades, por lo que se requiere estudiar a los varones viejos a fin de conocer cómo fue la construcción social de su identidad masculina a lo largo del curso de vida. Sin obviar las condiciones estructurales e históricas presentes en las cotidianidades, aprendizajes, transiciones, rupturas y permanencias de ser hombre. Figueroa (2008) invita a dialogar, escuchar y retomar las experiencias vividas, los aprendizajes, los logros, los costos, las soledades y las implicaciones al reproducir los mandatos de género. Por ello, ante los vacíos teóricos y empíricos en los estudios de la vejez masculina, se trabaja la investigación intitulada “Vejeces periféricas: la construcción de las identidades masculinas en el curso de vida: vejez, género, cuerpo y cuidado”, con la intención de documentar, analizar y comprender cómo los espacios, las prácticas, los aprendizajes y las relaciones conforman identidades, relaciones de poder, de privilegios, de costos, de miedos y otras formas de ser hombres en la vejez.

 

 

Arber, S. y Ginn, J. (1996). Relación entre género y envejecimiento. Enfoque sociológico. Madrid: Narcea, S.A de ediciones.

 

Bruno, F. y Acevedo, J. (2016). Vejez y sociedad en México: Las visiones construidas desde las Ciencias Sociales. Forum Sociológico, Issue 29, pp. 7-20.

 

Connell, R. (2015). Masculinidades. Segunda edición en español ed. México: Universidad Nacional Autónoma de México, Programa Universitario de Estudios de Género.

 

De Keijzer, B. (2001). Hasta donde el Cuerpo Aguante: Género, Cuerpo y Salud Masculina. La manzana. Revista Internacional de Estudios sobre Masculinidades, Volumen 1.

 

Díaz-Tendero, A. (2017). Presentación. En: Cuecuecha, Ma. C. y Díaz-Tendero, A. Género y vejez. México: Universidad Nacional Autónoma de México. Centro de Investigaciones sobre América Latina y el Caribe. Universidad Autónoma de Tlaxcala, p. 2017.

 

Figueroa, J. G. (noviembre de 2008). Masculinidad y envejecimiento: algunas reflexiones. Simposium “Bioética y envejecimiento”, 1-10.

 

Figueroa, J. G., 2020. Varones y COVID-19: reflexiones desde los aprendizajes de género, México: Difusión digital

 

Freixas, A., Bárbara, S. y Giménez, A. (2010). Secretos y silencios en torno a la sexualidad de las mujeres mayores. Reflexiones feministas sobre la vejez, 46(1), pp. 35-51.

 

Fuller, N. (2000). Paternidades en América Latina. Fondo Editorial ed. Perú: Pontífica Universidad Católica del Perú.

 

Hernández, O. (2008). Debates y aportes en los estudios sobre masculinidades en México. Relaciones. Estudios de historia y sociedad, XXIX(116), pp. 231-253.

 

Huenchuan, S. (2018). Envejecimiento, personas mayores y agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible. Perspectiva regional y de Derechos Humanos, Cepal.

 

Iacub, R. (2015). Masculinidades en la vejez. Voces en el fénix.

 

Ingrisch, D. (1996). Adaptación y resistencia de las mujeres a medida que envejecen. En: Arber, S. y Ginn, J. Relación entre género y envejecimiento. Enfoque sociológico. Madrid: Narcea S.A de ediciones, pp. 71-88.

 

Montes de Oca, V. (2010). Pensar la vejez y el envejecimiento en México contemporáneo. Renglones, Revista arbitrada en ciencias sociales y humanidades, 159-181.

 

Núñez, G. (2016). Los estudios de género de los hombres y las masculinidades ¿qué son y qué estudian? Culturales, 4(1), pp. 9-31.

 

Olavarría, J. (2000). Masculinidad y paternidad. En: Nacer en el siglo XIX de vuelta a lo humano. Chile: Universidad de Chile, pp. 95-108.

 

OMS, 2019. Monitoring health for the SDGs, Worl Health Organization.

 

Ramos, M. (2014). La masculindad en el envejecimiento. Vivencias de la vejez de varones de una zona popular de Lima. En J. G. Figueroa, y A. Salguero, ¿Y si hablas de…sde tu ser hombre? Violencia, paternidad, homoerotismo y envejecimiento en la experiencia de algunos varones (pp. 429-460). México, D.F: El Colegio de México, Centro de Estudios Demográficos, Urbanos y Ambientales.

 

Sánchez, M. (2011). Género y vejez: una mirada distinta a un problema común. Ciencia, Revista de la Academia Mexicana de Ciencias, 1(62), pp. 48-53

 

Velázquez, M. A., 2004. La paternidad en el proyecto de vida de algunos varones de la ciudad de México. Mneme-Revista de Humanidades, 5(11), pp. 430-444.

 

 

 

 

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