El presente como imposibilidad

De una cosa podemos estar seguros, el sujeto, después de la pandemia volverá a su mismidad, el mercado ha ganado la partida y, particularmente, la mercancía. Ambos han ensanchado su absolutismo, ninguno de ellos triunfaría si no fueran parte de la maquinaria que hace funcionar la democracia neoliberal. Ambos nos demostraron que juntos pueden domesticar la frivolidad humana en su totalidad.

El confinamiento sirvió muy poco a la comunidad global para la introspección cultural, social y política. La restricción a la libertan esgrimida por el sistema liberal fue el peor de los castigos que el mundo moderno pudo padecer. El encierro de nada sirvió para pensar el presente, las condiciones de posibilidad que tiene el mundo en la realidad global imperante son tan semejantes, como también tremendamente desiguales.

Quedó evidenciado que el sujeto posmoderno comenzó a temer a su presente y a desconfiar del futuro, que anheló el pasado que conocía y le otorgaba, al menos, una positiva sensación de libertad.

Hoy estamos casi seguros que el sujeto posmoderno no se va a deconstruir, no se va a reinventar, seguirá en su latente flagelo, en esa forma unaria y solitaria, sin un dios, sin una patria, una nación y sin ningún clivaje referencial que le dicte un orden y dé sentido a su vida.

La pandemia colocó al sujeto posmoderno como un residuo, un desecho que además de no soportar el paso de la melancolía creativa, pesó el sentimiento del proscrito, el desterrado que expulsan de todo lugar y espacio, suspendiendo sus derechos básicos como el del libre tránsito, obligado a vivir en lo privado, en el espacio del hogar, en esa nada, en ese espacio frío y ajeno a la vorágine que acompaña su desarrollo humano.

El sujeto posmoderno fue condenado a vivir en los márgenes de la sociedad. Todos fueron sometidos a la lógica del problema, todos somos parte del problema, todos somos una amenaza para los demás, nuestra saliva es un riesgo alto. Todos fuimos encerrados en la burbuja precaria de nuestra realidad, todos probamos lo que es un Homo Sacer, una Dona Sacer, aunque nada hayamos tenido que ver con el problema. Todos somos un Homo Sacer, sostendría Agamben. Nunca nos dimos cuenta, todos asumimos, estábamos seguros que nos habíamos salvado de ser ese otro, ese resto del otro, ese al que siempre se ha culpado del terrorismo, del cambio climático, de estar contra la libertad y la democracia y, hasta de las crisis financieras. Durante el encierro todos y todas fuimos ese otro que puede propagar el mal, aunque nos neguemos a aceptarlo.

La realidad pandémica, la crisis sanitaria y sus posibles secuelas sociales, políticas y económicas han sido alertadas por filósofos y pensadores occidentales influyentes; ellos han sido los que se han adelantado al mundo en la reflexión y aleccionamiento sobre el Covid-19.

Por ejemplo, el filósofo esloveno Slavoj Zizek, enfatizó que la crisis generada por el Covid-19 ha puesto en jaque al capitalismo, paralelamente, planteó la necesidad de construir una nueva sociedad, una sociedad alternativa que no contemple como paradigma constitutivo el Estado-nación. Esa sociedad debe fundamentarse y reactualizarse a sí misma a través de la solidaridad y la cooperación global. Señaló que es imposible postergar el cambio, que es ya insoportable seguir viviendo bajo esta realidad neoliberal y el confinamiento a una realidad cuasi virtual.

Edgar Morín comparte el optimismo de Zizek y se posiciona como otro filósofo-pensador de la sana certidumbre. Morín destacó la importancia de crear un humanismo regenerado para contrarrestar el imperante modelo individualista que predomina a nivel global. Emplaza también a la conformación de una sociedad nueva en la que predomine la solidaridad y la responsabilidad social.

El español Luis Villacañas dio muestras de un desbordado optimismo, sentenció que lo único que queda a la sociedad después de esta pandemia, es la esperanza de que el Estado regrese y se haga cargo de la sociedad.

Algunos filósofos o pensadores apocalípticos o desencantados como Byung Chul-Han sentenciaron que la pandemia ha desnudado el real ejercicio político autoritario, ese que estaba revestido y maquillado. En otras latitudes el autoritarismo resurge tímidamente como alternativa de control social.

Chul-Han arguyó que, a pesar de la epidemia y sus múltiples crisis, el neoliberalismo no sucumbirá, continuará funcionando sin modificación alguna, incluso, con mayor fuerza y empuje. El sujeto que es factor de cambio está confinado, sólo le queda ser solidario virtualmente, asumir su excepcionalidad, aislarse, distanciarse del otro como una muestra de solidaridad y responsabilidad social.

Para Giorgo Agamben, la calamidad del Covid-19 no es más que un dispositivo de pánico generalizado que, al implementarse, permite perpetuar la decisión del soberano ante la excepcionalidad política-militarizada.

Jean Luc Nancy fue disonante con Agamben, observó que el estado de excepción no ha sido implementado en términos políticos-jurídicos, tal como lo sostuvo el filósofo italiano, sino que se trata de una excepcionalidad pandémica, biológica, informática y cultural, la cual se construye a través de una hiperconectividad aislada, en el pasmo de la cotidianidad en donde el otro, el prójimo, aun siendo un familiar, ha sido abolido y anulado.

Interesante resulta pensar que en el contexto donde estos pensamientos se generan suele existir una sociedad civil organizada, fortalecida, un Estado robusto que no ha sido del todo desregulado, adelgazado, una fortaleza institucional que se traducen en un sólido sistema de salud, atención médica, un aceptable nivel de confianza de la ciudadanía a sus gobernantes, instituciones así como a su ciencia y tecnología.

Aun así, resulta alarmante que estas posturas se han centrado en observar el futuro; la preocupación de estos filósofos e intelectuales no está en el presente, el presente es un elemento obviado, el cual no merece mayor atención, análisis y reflexión. Es sintomático que nunca antes en el mundo ha habido tantos niveles de pobreza, desigualdad, hambre y analfabetismo como existe hoy. Estos datos apenas y tienen impacto en los ojos de los grandes pensadores del mundo, quizá porque el porvenir está cargado de un pesimismo, de una negatividad que se maquilla bajo el argumento de peor podría estar. Hay una profunda sospecha de que las cosas podrían estar peor siempre, ello obnubila el análisis de dónde estamos y hacia dónde vamos. Ahí el anclaje de esa profunda melancolía por el pasado inmediato, ese pasado que sabíamos cómo era, y aunque fuera como fuera, teníamos la certeza del ser y hacer, ir y venir en completa libertad, aunque no en igualdad de condiciones.

Estamos perdiendo, gradualmente, la oportunidad que nos da el Covid-19 de pensar y pensarnos en el presente y, a partir de ahí, pensar, al menos el futuro. Hoy se trata de trabajar la esencia, la experiencia del acontecimiento, no de pensar en el futuro desde la brecha evadida del presente. No se trata de regresar al hoyo en el que estábamos antes de comenzar la pandemia, ese pasado evocado a través de esa latente melancolía patológica que nos aqueja.

De una cosa podemos estar seguros, el sujeto después de la pandemia volverá a su mismidad, el mercado ha ganado la partida y, particularmente, la mercancía. Ambos han ensanchado su absolutismo, ninguno de ellos triunfaría si no fueran parte de la maquinaria que hace funcionar la democracia neoliberal. Ambos nos demostraron que juntos pueden domesticar la frivolidad humana en su totalidad.

Cuando el semáforo anunció la baja de la intensidad pandémica y se informó el regreso a la nueva normalidad, los centros comerciales, las plazas y supermercados abrieron: las filas de ingreso a esos sagrados recintos de consumo fueron inmensas, a nivel global los sujetos mostraron que su necesidad básica era la compra, el consumo de alguna mercancía, la que fuera, lo que fuera. No es lo mismo comprar en línea, esperar la paquetería y con la emoción del consumo abrir en soledad el paquete, sin mayor testigo que el espejo de casa. El ritual truncado de estar en el supermercado y las plazas cobró sentido y relevancia para todo esos sujetos posmoderno confinados. La libertad y el consumo era la esperanza para llegar a la anhelada nueva normalidad. La frivolidad del sujeto posmoderno fue nuevamente domesticada.

El presente, aun en periodo pandémico, sigue siendo una imposibilidad. El encierro de nada sirvió para pensar el presente, las condiciones de posibilidad que tiene el mundo en la realidad global imperante son tan semejantes, como también tremendamente desiguales, y todo parece indicar que así seguiremos, por ello, y sólo quizá, es que resulta mejor pensar y observar el futuro como una posibilidad, otra posibilidad ilusoria, lejana, pero posible.

 

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