Era una mañana de domingo en primavera, no tenía ganas de hacer nada, sólo quedarme acostado en la cama, sin embargo, esos no eran los planes que mi mamá tenía para mí. Entró sin avisar y como era su costumbre empezaba a decir: ¡levántate, mijito!, no estés de flojo, hay mucho por hacer; esto era todos los domingos, sin embargo, este domingo fue diferente ya que un gran un susto le esperaba a mi madre.
Después de levantar la ropa que tenía tirada en mi habitación se dispuso a abrir la ventana, porque también, como era de costumbre, decía que mi cuarto apestaba; ella no entendía que ese era el olor natural de los biólogos, en fin, sin decirle nada dejé que abriera la ventana, pasó un par de segundos cuando de repente mi madre soltó un grito como si hubiera visto al mismísimo demonio, así de fuerte gritó que de un brinco salté de la cama, ¿qué te pasa?, le pregunté. Ella no podía ni hablar, no dejaba de temblar; le dije que se tranquilizara y que me respondiera qué le había pasado. Como pudo, respiró profundamente y me dijo: ¡ya ni la friegas, ve el cochinero de cuarto que tienes, ahora hasta ratas hay! Puse cara de asombro, ¿ratas?, ¿cuáles ratas?, a lo que mi mamá respondió, esa que está en la ventana. Me acerqué despacio a la ventana para verificar lo que estaba diciendo mi madre; no es que me diera miedo, pero digamos que las ratas sólo me agradan en la boca de una serpiente; cuál fue mi sorpresa que del otro lado de la ventana había ¡un hermoso e indefenso tlacuache!
Volteé a ver a mi mamá y le dije: no tengas miedo, sólo se trata de un tlacuache. Un tlacua ¿qué?, un tlacuache, mamá; pues será el sereno, pero eso parece una rata y no lo quiero en mi casa, a ver qué haces con él, si puedes, mátalo, para que no regrese.
En ese momento me salió lo biólogo divulgador, respiré profundamente y mejor le empecé a platicar a mi mamá sobre los tlacuaches y del porqué debíamos de cuidarlos.
Tomé el celular y busqué una imagen de un tlacuache, para así facilitar mi explicación. Mira, mamá, estos son los tlacuaches, sin embargo, por su apariencia es común que las personas los confundan con ratas gigantes.
Los tlacuaches son los únicos marsupiales que hay en América, se tienen registradas aproximadamente 76 especies, de las cuales siete se encuentran en México. Desde que aparecieron en la Tierra hace aproximadamente 50 millones de años, no han tenido cambios, por lo que se les considera como uno de los mamíferos más antiguos del planeta.
Viven entre dos y cinco años aproximadamente dependiendo la especie, por lo que alcanzan su etapa de adulto rápidamente para comenzar su reproducción, esto es lo que los hace únicos o especiales, ya que las hembras presentan un marsupio, la cual es una estructura ventral en forma de bolsa. Su periodo de gestación es relativamente corto, al nacer las crías se encuentran en estado embrionario, por lo que deben de moverse al marsupio para continuar con su desarrollo, esto lo logran gracias a que la madre les señala la ruta de desplazamiento por medio de la saliva.
Tienen una cola larga, pelona y prensil, esto último les permite que vivan en las copas de los árboles y que se puedan sujetar para no caerse. Cuando se sienten en peligro, debido a la presencia de algún depredador, gruñen, despiden un olor apestoso y producen espuma por la nariz, inclusive pueden llegar a caer en estado de coma, por lo que sus enemigos creen que está muerto, después de unos minutos o incluso horas, se levanta y sale huyendo. Además, gracias a su variada alimentación, ayudan principalmente a controlar las poblaciones de insectos y que estos no se conviertan en plagas.
Y si a esto le sumamos su importancia dentro de la cultura mexicana, lo convierten en una especie importante para su conservación.
Después de haber escuchado esto, la visión de mi mamá sobre los tlacuaches había cambiado; ahora hasta lo quería adoptar; afortunadamente mi amigo el tlacuache ya se había ido.
A partir de ese domingo, mi mamá cada que entra a mi habitación ya no grita como era su costumbre, al contrario, creo que ya ni me hace caso; sólo se enfoca en caminar hacia la ventana esperando encontrarse con el señor tlacuache y poderlo saludar.
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